EL PAÍS

“Rusia y China no votaron pensando en la realidad del terreno. Votaron contra Occidente”. Así de explícito fue Ahmet Davutoglu, ministro de Asuntos Exteriores turco, comentando ayer en la Conferencia de Seguridad de Múnich el veto esgrimido por Moscú y Pekín a la resolución sobre Siria en la ONU. Davutoglu no se anduvo con rodeos diplomáticos para interpretar este nuevo pulso entre potencias y señaló que, a pesar de que la guerra fría acabó como tal hace dos décadas, “sus estructuras siguen condicionando Oriente Próximo”. “Esa polarización”, prosiguió el ministro turco, “ha impedido incluso la aprobación de una resolución muy blanda como la que se presentó. Queremos terminar la guerra fría, con la polarización en nuestra región”.

Davutoglu puso así los focos sobre las razones ocultas detrás del veto de Rusia y China: el malestar y el temor acerca de lo que ellos consideran un intervencionismo occidental que tiene, entre varios objetivos, extender su esfera de influencia y cambiar los equilibrios regionales.

Si la guerra fría es historia del siglo pasado, las maniobras alrededor de la situación siria recuerdan en varios aspectos la confrontación de aquel tiempo. Rusia ha defendido enérgicamente en la última década su vieja zona de influencia en el Cáucaso, los Balcanes o en el este de Europa ante el rápido avance de las fronteras de Occidente: pero el pulso sobre Siria es especialmente significativo, por la mayor lejanía geográfica y por la dramática escalada de los acontecimientos.

Serguéi Lavrov, ministro de Exteriores ruso, motivó en Múnich la oposición rusa a la resolución, argumentando que el texto suponía “tomar partido en una guerra civil” y “predeterminar los resultados de la transición política”, al “plantear requerimientos solo hacia el Gobierno y no hacia los grupos armados que aprovechan la protesta para atacar instituciones e intimidar al pueblo sirio”. Lavrov, que viaja hoy a Damasco para “impulsar una estabilización y democratización del país”, añadió que “El Asad no es ni amigo ni aliado de Rusia”. Pero Moscú cuenta en Siria con su única base naval militar en el Mediterráneo y el régimen compra abundante armamento ruso.

China, por su parte, suele seguir la huella rusa en todo lo que huele a interferencia en las soberanías nacionales. El viceministro de Exteriores chino, Zhang Zhijun, respondió en Múnich con tono visiblemente encendido a ciertas críticas del senador estadounidense John McCain a su Gobierno, precisamente afirmando que para Pekín el principio de no injerencia en los asuntos domésticos es sagrado, y que desde luego no tolerará ninguna en los suyos.

El ejemplo de lo ocurrido en Libia -resolución (con abstención de Rusia y China), intervención militar y finalmente cambio de régimen- revolotea en el ambiente diplomático; pero, mientras tanto, cientos de sirios perecen por la acción de “un tirano que trata brutalmente a su pueblo”, según las palabras pronunciadas en la Conferencia de Seguridad por Hillary Clinton, secretaria de Estado de EE UU.

El veto ha ocasionado una abundante catarata de reacciones, que en Occidente y en el mundo árabe cubrieron el abanico entre la indignación y la frustración. Opositores sirios definieron el bloqueo como “una licencia para matar”. Varios representantes de países musulmanes manifestaron su decepción por lo ocurrido, y la Liga Árabe anunció que seguiría trabajando para encontrar nuevas soluciones. Guido Westerwelle, jefe de la diplomacia alemana, propuso, según señala la agencia Efe, la constitución de un “grupo internacional de contacto” similar al establecido para el caso libio.

Los líderes y analistas reunidos en Múnich discutieron ayer precisamente acerca de qué es posible hacer tras el bloqueo en la ONU. Preguntados explícitamente al respecto en un panel dedicado a la región, el primer ministro de Túnez y los responsables de Exteriores de Egipto, Turquía y Catar rehusaron formular propuestas concretas. Túnez ha roto relaciones con Damasco.

Una opción es imponer nuevas sanciones. El senador estadounidense Joseph Lieberman rompió la prudencia diplomática y propuso otra que, sin duda, se encuentra sobre la mesa de algunas cancillerías, pero con un perfil explosivo: el apoyo directo al Ejército de la Siria Libre. Significativamente, preguntado por si Turquía dejaría pasar por su territorio armas dirigidas a los rebeldes, Davutoglu contestó con un “no estamos en estas circunstancias”. Evitó precisar más, delatando un momento de incomodidad. En el caso libio, el abastecimiento de armas a los rebeldes por parte de algunos aliados fue objeto de serias tensiones diplomáticas.

En la sombra del pulso sobre Siria se perfila otro escenario de confrontación potencialmente más inquietante: Irán, gran aliado del régimen de Damasco. Las inquietudes sobre el desarrollo de su programa nuclear están llevando las circunstancias muy cerca de las líneas rojas. Occidente intenta resolver el asunto con sanciones económicas, pero desde Israel retumban los tambores de una incursión militar. En este caso, la oposición de Rusia y China podría arrastrar a un nutrido grupo de importantes países emergentes, agravando exponencialmente una crisis que ya tendría efectos regionales devastadores.