JUDIT BOKSER LIWERANT EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

La Shoá, el Holocausto, Auschwitz. Las diferentes dimensiones que sus nombres designan destacan su singularidad y su proyección universal a través de la ruptura existencial, conceptual y humana que comportó. Fue el ataque a una cultura y a un pueblo que al tiempo que expresó los resortes específicos de este genocidio dejó ver la razón y la sinrazón de la condición humana; la ruptura de las esperanzas depositadas en la primera y su vulnerabilidad frente a la fuerza de la segunda, ya que no pudo evitar las vertientes más sombrías de la barbarie.

La Shoá, el Holocausto. Un acontecimiento sin parangón en la historia. El dramático acontecimiento de un siglo que conoció, a su vez, un amplio universo de los campos de concentración, de represión de exterminio. El Gulag, primero, Timor Oriental, Ruanda, Kosovo, después… Dramáticas experiencias de un siglo que si bien en su totalidad ha estado marcado por asesinatos masivos, masacres y genocidios, ninguno tuvo un alcance tan devastador y singular como el Holocausto.

El asesinato de seis millones de judíos fue parte de la planeada aniquilación total del pueblo y del judaísmo -impedido sólo por la derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial. Nunca antes en la historia, un Estado legítimamente constituido se propuso aniquilar a hombres, mujeres y niños por el mero hecho de ser judíos. En el estado nazi convergieron tecnología e ideología, un partido polìtico y un lider, una maquinaria configuradad como sistema de dominación. En él, el antisemitismo expresó la culminación de un pensamiento profundamente racista que en el marco de una concatenación única de procesos y eventos condujo al exterminio.

En el Estado y en la ideología nazi, la lucha racial contra los judíos -derivada de la concepción de la pureza racial, sustentada en la selección natural y la supervivencia del más apto y orientada a consolidar el dominio de la raza aria- fue una fuerza esencial tras el exterminio. De allí que junto a otras reconocidas víctimas del nazismo, entre las que pueden contarse a polacos, gitanos, comunistas, homosexuales y prisioneros de guerra soviéticos, entre otros, ciertamente fueron los judíos el blanco central del régimen nazi. En esta línea, Bauer ha afirmado que “la lucha contra los judíos fue parte crucial de la escatología nazi, un pilar absolutamente central de su visión de mundo y no sólo una parte de su programa”.

Lo que fue único en el Holocausto fue la totalidad de su ideología y su traducción de un pensamiento abstracto hasta un asesinato planeado, lógicamente implementado. Más aun: fue la parte central de la racionalidad de una guerra total que causó alrededor de 35 millones de víctimas en una lucha de seis años. Sin embargo, tanto la razón de la Modernidad como el mito premoderno se fusionaron como elementos contrarios y coexistentes en el seno del nazismo y condujeron a Auschwitz.

Racionalidad burocrática e erracionalidad y mito convivieron en el proceso de exterminio de los judíos. La naturaleza fría y mecánica de la maquinaria industrial de la muerte y hornos crematorios masivos, dirigida por burócratas distantes e inhumanos se abona en procesos previos de exclusión y en la irracionalidad de sus acciones. De la carencia incial de una política anti-judía centralizada se transitó a la legislación excluyente, a la “arianización” de las propiedades judías, a los pogroms. Con la la incorporación al Tercer Reich de millones de judíos provenientes de los países conquistados, se progresivamente los ghettos primero y el exterminio físico de los judíos —del método de fusilamiento en masa de los Einsatzgruppen a los campos de exterminio. Auschwitz simboliza el dramàtico desenlace. Las insuficiencias logística y de eficiencia del asesinato individualizado dieron paso a la industrialización de la muerte. No olvidemos que la eficiencia óptima de Auschwitz se alcanzó recién hasta el verano de 1944, en el crepúsculo del régimen nazi.

La radicalidad del mal en los campos de concentración es inconmesurable y escapa a una perspectiva que sólo enfatiza la dimensión industrial y organizada de la muerte o bien la disciplina de los ejecutores, burócratas obedientes. Friedlander expresa esto en la noción de exceso”, de “Rausch” que conduce a dudar de la propia humanidad de los perpetradores. Hay algo de ajeno a este mundo en el modo como contemplaban las filas de cadáveres, en la “exaltación creada por las dimensiones de la matanza”, en la brutalidad superflua que acompañó al exterminio

La Shoá. El Holocausto. No puede ser diluido en el marco de categorías más amplias como el fascismo ni explicado como parte de la lucha antimarxista. Tampoco es suficientemente explicado si se lo engloba en la categoría de totalitarismo. Este esquema privilegia la funcionalidad del enemigo para galvanizar energías y combatir a enemigos potenciales. En regímenes totalitarios el enemigo funcional cambia y su lucha publicitada. No es el caso en el nazismo. El exterminio, si bien rodeado de un aparato burocrático, era una necesidad y un objetivo en sí mismo.

***

El 27 de enero es el Día Internacional de la Memoria del Holocausto.

Se suma al imperativo grupal del Zajor. Recordar

La necesidad de recordar y conocer emergen como imperativo que se amplía.

Hoy sabemos que en la recuperación del pasado debe persistir el compromiso con la verdad, tanto más necesario cuando el revisionismo histórico ha puesto su dedo en esta época de tinieblas. Compromiso igualmente obligatorio, cuando aspirando a construir memorias universales, la singularidad del Holocausto se ve diluida en la (i)lógica de otros acontecimientos dramáticos. O bien, cuando se inserta en memorias nacionales que subsumen el abandono de los perseguidos judíos en políticas loables y benéficas frente a otros exilios. No se trata de buscar la solidaridad y la tolerancia no donde la hubo o fue escasa, sino de aspirar a combatir viejas y nuevas tendencias del antisemitismo y la discriminación.

El imperativo de Zajor. Recordar es pensar también en el abandono de un pueblo. Exige recordar lo que se hizo y lo que no se hizo; la solidaridad y el prejuicio; el prejuicio frente a los judíos precisamente cuando la posibilidad de abandonar el continente europeo era de vital urgencia y resultaría, a la postre, su única opción de supervivencia.

La apertura de las puertas de México a los judíos, durante los años treinta y principios de los cuarenta en calidad de refugiados se vio limitada por (y subsumida en) la lógica restrictiva de la política migratoria entonces vigente. No se beneficiaron, como pudieron haberlo hecho, de la política de apertura que el país tuvo a otros exilios. Si bien México se proyectó durante la época por su carácter antifascista, su comprometida toma de posición internacional y su vocación libertaria, en lo que concierne al ingreso al país de los refugiados judíos, los resultados fueron magros.La percepción de la Otredad del judío se vio permeada por la dominancia de prejuicios difundidos a través de una compleja correa transmisora que se expresó en los ámbitos internacionales donde se discutió la cuestión de los refugiados judíos y cobró fuerza en el escenario nacional.

De allí que analizada a la luz del contexto contemporáneo, la memoria del Holocausto debe afirmarse en su singularidad y en su universalidad como memoria de un pueblo y como memoria compartida, transancional, cosmopolita, que expresa un compromiso con la solidaridad y con el lugar de la voluntad y la acción humana en la historia. La memoria del Holocausto debe arroparse en la compasión y orientar a la vez a las luchas presentes.

La memoria no sólo implica resguardar del olvido los acontecimientos del pasado, sino su reactualización en la experiencia presente y sólo la voluntad de no olvidar puede hacer que estos crímenes no vuelvan nunca más y que la insensibilidad no nos haga presos de la indiferencia.