JULIÁN SCHVINDLERMAN/PÁGINA SIETE

El Movimiento de Resistencia Islámico, comúnmente conocido como Hamas, y Fatah, órgano central de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), han estado peleando por la conducción del nacionalismo palestino por un cuarto de siglo. La OLP fue establecida en 1964 pero fue especialmente a partir de 1968, cuando Fatah ganó el control decisivo sobre la misma, que se erigió como el representante y vocero de la causa palestina. A lo largo de su historia, Fatah debió lidiar con desafíos a su autoridad por parte de otras agrupaciones, pero fue con el surgimiento de Hamas en 1987 que se topó con un adversario de envergadura. Los Acuerdos de Oslo entre Israel y la OLP inclinaron la balanza histórica hacia Fatah, quien bajo las formas de la Autoridad Palestina pasó a gobernar a la población cisjordana y gazatí a partir de 1994. Hamas hizo sus mejores esfuerzos para sabotear el proceso de paz inaugurado, recurriendo al terrorismo y manchando de sangre las calles de Jerusalem, Tel-Aviv y Haifa entre otras ciudades.

En el año 2005, los israelíes se retiraron unilateralmente de la Franja de Gaza. Al año siguiente se llevaron a cabo elecciones legislativas, en las que Fatah encogió abismalmente ante la victoria estelar de Hamas. En 2007, una cruenta lucha interna se sucedería entre los dos colosos del nacionalismo palestino. Al cabo de un tiempo violento, el movimiento integrista Hamas quedaría con el control total de Gaza. El presidente Mahmoud Abbas proclamó un gobierno de emergencia. Fue un acto de subsistencia inconstitucional que removía al ejecutivo de la injerencia del parlamento, en manos de Hamas, cuyo líder Ismael Hanyeh se consideraba el primer ministro legítimo. Palestina quedaría partida geográficamente en dos sub-entidades gobernadas separadamente por dos enemigos políticos históricos.

En este escenario, la comunidad internacional apostó por Cisjordania. Ansiosa ante el posible descenso de Gaza al islamismo, decidió reforzar su apoyo material y político a la facción palestina más moderada. La Gaza de Hamas quedó bajo el paraguas de la protección iraní, creció militarmente y se empobreció económicamente. Bajo la capitanía del primer ministro palestino Salam Fayyad- un tecnócrata con una conexión apenas remota con las pasiones de la ideología- la economía cisjordana floreció: carreteras, escuelas y hospitales fueron construidos, árboles fueron plantados, la transparencia administrativa emergió y la asistencia mundial continuó fluyendo hacia Ramallah. El milagro palestino parecía, finalmente, haber advenido.

Pero cuando el primer ministro Fayyad parecía haber asegurado la estabilidad en Cisjordania, el presidente Abbas repudió el diálogo con Israel y adoptó una política -tanto interna como externa- agresiva. En el 2011, Abbas tomó tres decisiones que resultaron ser perniciosas para los intereses palestinos. En primer lugar, llevó adelante una purga de oficiales leales a Fayyad, efectivamente limitando el poder de su hábil premier. En segundo lugar, promovió el reconocimiento de Palestina como estado independiente en el sistema de las Naciones Unidas, lo cual le valió el enojo de buena parte de Europa y los Estados Unidos. Finalmente, Abbas inició un diálogo con Hamas que concluyó recientemente, bajo los auspicios de Qatar, en un acuerdo de reconciliación con su Némesis política. La noción de que él podía incorporar a su gobierno a un movimiento terrorista que se opone a la existencia de Israel y aún así mantener una negociación con esta nación fue rápidamente objetada por el gobierno de Jerusalem.

La movida de Hamas obedece a un pragmatismo inducido por la coyuntura regional. A partir del estallido de las revueltas en el mundo árabe y de la elevación de los partidos islamistas a nuevas esferas de poder político, su liderazgo eligió reposicionarse hacia esa corriente de éxito sunita. La imposición de renovadas sanciones financieras internacionales sobre el régimen iraní aparentemente ha resultado en un restricción del apoyo económico y militar dado por Irán a Hamas, mientras que la represión feroz que el gobierno alawita/chiíta sirio ha hecho contra la población mayormente sunita han llevado a Hamas, de extracción sunita, a abandonar Damasco, lo que simbólicamente significó también un distanciamiento de su gran aliado, Teherán. En esta coyuntura, Hamas accedió a la unión nacional con Fatah.

Para dos movimientos que -en la simpática caracterización de Jonathan Schanzer- les resulta difícil ponerse de acuerdo hasta en cual es el color del humus, el pacto fue una proeza. Quedará por ver cuánto durará. Mientras tanto, el prospecto de la paz languidecerá todavía más.