ESTHER SHABOT

La reciente visita de los expertos de la Agencia Internacional de Energía Atómica a Irán fracasó. No se les permitió investigar lo que pretendían, de tal modo que este último intento por solucionar de forma negociada y transparente la cuestión de los avances de Teherán en su desarrollo nuclear terminó como en el pasado: no se consiguió nada. Por tanto, la escalada de amenazas continúa con perspectivas de un calentamiento todavía mayor de la situación a medida que las sanciones contra Irán se intensifican.

Una pregunta recurrente es si ahora sí las sanciones van a conseguir su objetivo de detener la carrera nuclear iraní.

Algunos reconocidos militares israelíes consideran que por tales medios no se logrará nada y, por ende, siguen sosteniendo la inevitabilidad de un ataque militar contra las instalaciones nucleares del país persa.

En sentido contrario hay voces expertas como la de Dennis Ross, hasta hace poco el principal consejero del gobierno de Obama en cuestiones del Oriente Medio, quien piensa que las sanciones sí están funcionando.

En una entrevista que concedió al periódico israelí Haaretz, Ross hizo hincapié en que no es casual que la moneda iraní, el rial, se haya devaluado 50% en las últimas seis semanas.

A ello ha contribuido no sólo el congelamiento de recursos iraníes colocados en el mercado financiero internacional, sino también la decisión de la Unión Europea de suspender sus compras de petróleo a Irán a principios del verano próximo.

Tal decisión ha tenido consecuencias en cuanto a la actitud de China quien a pesar de no cooperar en las sanciones, ya sólo le está comprando a Irán la mitad del crudo que habitualmente adquiría, aprovechando la coyuntura para exigir descuentos en los precios. India, quien tampoco se ha sumado a las sanciones, ha decidido exigir a los iraníes que 45% del petróleo que les compra sea pagado con su propia moneda, la rupia, lo cual asegura a India que esos recursos eventualmente se le devolverán mediante compras obligadas de Irán a India.

Como es sabido, el desabasto petrolero y la consecuente elevación estratosférica de los precios es una de las principales armas de presión con que cuenta Teherán para enfrentar el reto de las sanciones.

Con objeto de neutralizar esta amenaza la comunidad internacional ya está poniendo en práctica ciertas medidas: Arabia Saudita, el mayor productor de crudo en el mundo elevó el monto de sus exportaciones en 20% la semana pasada y ha prometido aumentarlas aún más para cubrir los faltantes derivados del boicot al petróleo iraní.

Al mismo tiempo, el gobierno de Obama está considerando liberar energético de su reserva estratégica de petróleo con el fin de mantener los precios en niveles aceptables.

El secretario del Tesoro norteamericano, Timothy Geithner declaró el viernes pasado que “… obviamente Irán puede hacer mucho daño a la economía global…por lo que estamos trabajando muy cuidadosamente para minimizar ese riesgo.”

Y es muy probable que en efecto Obama recurra a sus reservas de crudo en vista de que la amenaza de cierre del Estrecho de Ormuz hecha por los iraníes ya ha provocado un 11% de elevación en los precios en lo que va de este año.

En nuestro entorno latinoamericano abundan los cuestionamientos acerca de por qué alarmarse tanto por la posible posesión de Irán de armamento nuclear. Y es respecto a esta pregunta que vale la pena reiterar qué es lo que está en juego. Un Irán con armamento nuclear significaría un incontenible impulso hacia varios de los países árabes de la región para emprender una carrera similar a fin de conseguir una paridad estratégica.

El de por sí volátil Oriente Medio quedaría convertido así en un polvorín infinitamente más peligroso al contar con armas nucleares en una diversidad de puntos.

Además, cabe siempre la duda de qué uso tan racional es capaz de darle a tales instrumentos de destrucción masiva un régimen como el iraní, tan fuertemente cargado de elementos religiosos mesiánicos.

Revisar los comportamientos y las declaraciones públicas de Ahmadinejad permite constatar cómo la promoción de la llegada del Mahdi (el Mesías chiita) es una tarea obligada para él.

Y como con base en este abanico de creencias, tal llegada debe estar precedida de una gigantesca conflagración bélica, existen evidentemente elementos suficientes para dudar del manejo que el régimen teocrático iraní haga de un arsenal nuclear.