PEDRO COBO EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

En un caluroso día de julio de 1936, la frágil república española encontró su fin aplastada entre varias concepciones de lo que debía ser España. Comunistas contra conservadores, republicanos contra fascistas, creyentes contra ateos, anarquistas contra comunistas. Trescientos mil cadáveres quedaron entre los valles y planicies peninsulares. Para dejar claro que la sangre derramada en los campos de batalla no era suficiente para calmar el odio multisecular, en retaguardia se asesinó –sin juicio o con parodia de él- a otros 150,000. Más o menos, la mitad en cada bando.

Había ganado una de las dos Españas. La España que se sentía orgullosa de su catolicismo, de su limpieza de sangre, de su grandeza imperial. La España, al decir de Menéndez Pelayo, que había sido “evangelizadora de la mitad del orbe; martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio…”. Aún reconociendo la hipérbole del gran erudito español, sin lugar a dudas, entre los vencedores estaban los herederos orgullosos del misticismo de Teresa de Jesús y de San Juan de la Cruz, de las Inmaculadas de Murillo y los cartujos de Zurbarán, de los franciscanos y jesuitas que llevaron el evangelio a América, India, China y Japón. Los que se ufanaban de sus iglesias barrocas y de los autosacramentales de Calderón de la Barca y Lope de Vega. Pero también, entre ellos se encontraban los que se envanecían de Torquemada y de la Inquisición, de las guerras centenarias contra los protestantes; los que se veían como herederos de una península sin judíos ni sarracenos.

De esa España de Don Quijote y Sancho Panza, donde el fiel escudero, orgulloso de su linaje, clamaría que él siempre creyó: “firme y verdaderamente en Dios y en todo aquello que tiene y cree la santa Iglesia Católica Romana, y el ser enemigo mortal, como lo soy, de los judíos”. Sí, sin lugar a dudas la España de Franco era antisemita, pero como reconoce Haim Avni, era un antisemitismo más teórico que real, y no por virtud, si no por la sencilla razón de que más del 99% de la población española de los años cuarenta del siglo veinte nunca había visto un judío en su vida: menos de seis mil eran los que habitaban en España y muchos, por razones obvias, escondían su ascendencia abrahámica.

Por otra parte, si los vencedores se consideraban los herederos ideológicos de los Reyes Católicos, es cierto que la legislación y la actuación española con respecto a los judíos había cambiado mucho desde el siglo XV. España había declarado la libertad de cultos en el último tercio del siglo XIX; había ayudado a judíos sefardíes perseguidos por los rusos en 1881; y había salvado de una muerte casi segura a judíos que vivían en Jerusalén en 1917, perseguidos por el Imperio Turco. Y, además, en 1924, el gobierno del dictador Primo de Rivera, decretó que todos los judíos sefardíes que lo quisieran, independientemente del lugar de residencia y nacionalidad, podrían solicitar su nacionalidad española.

Entonces ¿cómo sería la actuación del gobierno de Franco con respecto a los judíos? ¿Respetaría la tradición aperturista de la legislación española de los últimos cincuenta años o se remontaría a las leyes antisemitas de principio de siglo del siglo XIX, cuando se aprobó una ley en 1816 donde se prohibía que los judíos pisaran tierra peninsular? Los principios del nuevo régimen franquista no eran muy alentadores al respecto. Francisco Franco, en su discurso de fin de año de 1939, criticando a los acaparadores y refiriéndose a los judíos, aunque sin citarlos, dijo: “Ahora comprenderéis los motivos que han llevado a distintas naciones a combatir y a alejar de sus actividades a aquellas razas en que la codicia y el interés son el estigma que les caracteriza, ya que su predominio en la sociedad es causa de perturbación y de peligro para el logro de su destino histórico.” Las citas de ese estilo, tanto en la boca de Franco, como en los documentos oficiales y oficiosos del régimen se podrían contar por centenas si no por miles. Por eso no es extraño la perplejidad de Pedro Schwartz, ante el apoyo del gobierno de Franco a los judíos perseguidos por la vesania nazi. El intelectual español escribió:

“Siempre me ha sorprendido la ayuda que Franco prestó a los judíos perseguidos por el nazismo. No se le caían de la boca las condenas de la conspiración judeo-masónica que, estaba convencido, hacía peligrar el ser de España. Sin embargo, ya durante la Guerra Civil, Franco y sus ministros dieron instrucciones a los representantes consulares de España para que protegieran de la discriminación y la expropiación a los sefardíes de los territorios que iban cayendo bajo el control de los alemanes. Tras la caída de Francia en 1940, el falangista Serrano Suñer concedió visados a numerosos judíos asquenazíes, que así salvaron la vida; y a los que conseguían atravesar la frontera, les daba salvoconducto para que pudieran pasar a Portugal y América. Cuando Hitler, a partir de 1943, puso en marcha la solución final, la entrega de pasaportes españoles a los judíos de habla castellana en los consulados de la Europa ocupada se tornó sistemática. De resultas de esta política humanitaria salvaron la vida de 46.000 a 63.000 judíos o quizá más. ¿Quién decidió que los sefardíes eran españoles? ¿Cómo cuadraba la poca simpatía por los judíos en la España oficial de aquellos tiempos con una política tan discorde de la del amigo alemán?”.

El liberal español Pedro Schwartz es hijo de Juan Schwartz Díaz-Flores, uno de los diplomáticos españoles que, reviviendo el decreto de la época del gobierno del general Primo de Rivera, salvaron multitud de judíos centroeuropeos. El decreto había expirado en 1931, pero los nazis no lo sabían o si lo sabían hacían como que no se enteraban por cuestiones diplomáticas. Por eso, no es extraño que judíos prominentes, tras la Segunda Guerra Mundial se deshicieran en halagos al gobierno franquista.

Así, Golda Meir, el 10 de febrero de 1959, dijo ante el Parlamento Israelí: “El pueblo judío y el Estado de Israel recuerdan la actitud humanitaria adoptada por España durante la era hitleriana, cuando dieron ayuda y protección a muchas víctimas del nazismo”. Israel Singer, Presidente del Congreso Mundial Judío, en el 2005, en entrevista al periódico El Mundo, dijo: “La España de Franco fue un refugio importante de judíos que se arriesgaron a venir, escapando de la Francia de la libertad, la fraternidad y la igualdad. No quiero defender a Franco, pero en la II Guerra Mundial muchos judíos se salvaron en España e ignorarlo es ignorar la historia”.

Finalmente, cito a Shlomo Ben Ami, quien fuera el primer embajador israelí en España: “El poder judío no fue capaz de cambiar la política de Roosevelt hacia los judíos durante la II Guerra Mundial. El único país de Europa que de verdad echó una mano a los judíos fue un país en el que no había ninguna influencia judía: España, que salvó más judíos que todas las democracias juntas. Es todo muy complejo”. La cita está recogida en una entrevista concedida a la revista española Época en 1991.

Estoy de acuerdo con las afirmaciones anteriores, los judíos –y por ende cualquier persona de buena voluntad- debe estar agradecido al gobierno franquista por la salvación de varias decenas de miles de judíos. Ahora, tal y como dice Shlomo Ben Ami, “es todo muy complejo”. Si bien es cierto que pocos historiadores ponen en duda la participación de Franco y de su gobierno en la salvación de decenas de miles de judíos, sí que queda una sombra de duda acerca de las intenciones de Franco. ¿Fue una cuestión humanitaria o simplemente política? En su favor estaría el haber hecho la vista gorda ante las múltiples falsificaciones de muchos de sus cónsules en los territorios dominados por los nazis, pero también es cierto que hizo todo lo posible para evitar que estos mismos judíos, salvados de una muerte segura, se quedaran en España y que no permitía que entraran en España más judíos si no es previa marcha de los que habían llegado antes –es decir, esos impedimentos que podríamos llamar, caritativamente, administrativos, evitaron que otros miles de judíos se pudieran salvar. Además, a mediados de 1941 se pidió desde el Ministerio del Interior que se hiciera una relación exhaustiva de todos los judíos españoles. ¿Fue esta una mera consulta con fines de control, como se hizo con otros grupos susceptibles de poca afinidad con el régimen, o fue, como afirman algunos, con el fin de pasar esa lista a los nazis? Por otra parte, es cierto que a partir de 1943, estando ya en marcha la Solución Final, muchos cónsules españoles se esforzaron por salvar a muchos judíos y es conocido que el gobierno franquista había dado la orden que ese proceso se acelerara. Pero también es cierto que para esas fechas, el gobierno de Franco –que siempre se mantuvo neutral desde el punto de vista formal pero que desde el informal apoyaba a Alemania- estaba empezando a tener dudas del triunfo germano y que, por lo tanto, intentaba congraciarse con los gobiernos aliados quienes le presionaban para que ayudara a la salvación de judíos –es triste decir que esos mimos gobiernos que presionaban a Franco hicieron poco para admitir a judíos en sus tierras.

¿Entonces, fue esa política pro judía franquista, resultado de ese deseo de acercarse a las potencias aliadas, había algo de humanidad en Franco tras esa actitud o fue una mezcla de las dos? El debate es terriblemente complicado y creo que no es el momento de desgranarla. Sin embargo creo que los datos nos permiten asegurar dos cosas: Franco conoció y permitió la entrada de miles de judíos a España, salvándolos de una muerte segura y, por contradictorio que parezca, Franco fue un antisemita convencido hasta el final de sus días.

Ahora, lo que sí podemos asegurar, gracias a la labor del Museo del Holocausto de Jerusalén, es que hubo muchos cónsules españoles que se extralimitaron en sus funciones, que falsificaron documentos, y que incluso arriesgaron sus vidas para salvar a miles de judíos y que lo hicieron por razones estrictamente humanitarias. Así Angel Sanz Briz, Jorge Perlasca, Eduardo Propper de Callejón, José Ruiz Santaella y su esposa Carmen Schrader, fueron condecorados con el honroso galardón de Justos entre las naciones, y otros muchos españoles, aunque no recibieron esa condecoración, liberaron a muchos judíos de morir en los hornos crematorios.

La Historia de España, desde la Edad Media, ha estado llena de episodios antisemitas, tanto en la ley, como en los hechos. Aunque hay deudas históricas que no se pueden pagar, creo que se puede decir, que ese puñado de hombres y mujeres españolas que arriesgaron sus carreras políticas, sus haciendas y, en algunos casos, sus vidas, han aminorado, aunque sea en una pequeña parte, la deuda que el pueblo español tenía con el pueblo judío, al que tanto debieron en su lenta formación como nación.

Conferencia pronunciada en el panel “México frente al asilo político” organizado por el Festival de Cine Judío 2011 en colobaroración con la Universidad Panamericana sede México D.F. el 25 de octubre de 2011.