SALOMÓN LEWY
PARA ENLACE JUDÍO

Comienza la música. Un suave conjunto de acordes, cuidadosos, pausados,casi balbuceantes, sin mayor manifestación. Así nació Israel. Así nacimos todos los judíos del mundo. Discretamente.

Uno a uno van manifestándose los distintos instrumentos, con sus
características propias, independientes, con sus singulares sonidos, pero todos traen sus notas y contribuyen con una pequeña melodía. ¿La partitura es él Destino?

En Israel se fueron acumulando paulatinamente personas con sus singulares sonidos, sus particulares intervenciones.

A medida que crece la obra, se agregan otros, pero ya no están solos. Surgen tambores y timbales que dan ritmo, secuencia y tiempo. Poco a poco intervienen y se unen a los instrumentos participantes algunos otros más sonoros que otros.

Va tomando forma una orquestación conjunta. Ninguno deja de escucharse. El volumen va “in crescendo”. No hay instrumentos que sobresalgan demasiado, pero en todos ellos hay virtuosos, verdaderos maestros de su profesión.

Procuras escuchar – ver – el conjunto, pero el tema, monótono, te obliga a seguir a cada unos de los elementos.

Romanticismo y realidad se entremezclan en la atmósfera de tu buena voluntad.

A tus oídos nadie falla; todos los instrumentos narran su música conforme a sus singulares sonidos y virtudes.

Inevitablemente recuerdas los orígenes de Israel. ¿De dónde partió la idea de su existencia?

Lo que Maurice Ravel quiso configurar inicialmente era la música para un “ballet”. Los judíos de la idea original querían, soñaban un lugar para el Pueblo. Otros judíos no se conformaban con ese simple concepto. Hagamos, compongamos algo orquestado, aunque fuese basado en otras obras, esas sí populares, aceptadas mundialmente.

El tiempo no daba para realizar una obra monumental, pero ello no sería óbice para que cupieran los mejores sonidos en forma de una grandiosa composición orquestal.

¡Declaremos la obra y su denominación! Los ejecutantes y sus patrocinadores y algunos de entre el público asistente, emocionados, asintieron.

La furibunda crítica nos quería desgarrar. ¡Cómo es posible que surja de entre cenizas y llantos una obra así! No va de acuerdo con los tiempos ni con estilo aceptado.

Bueno- respondían los autores y los músicos – tampoco la escuela impresionista fue aceptada en sus orígenes. La pintura – Van Gogh, Gaugin, Renoir, Monet, Toulouse-Lautrec, …no fueron bien vistos en sus obras iniciales. Hoy valen más que muchos, que casi todos.

En nuestra particular música somos como Debussy y Ravel. Muchos nos desprecian porque desde nuestros orígenes y principios no somos como los clásicos. Es triste revelar que lo que no se conoce, por más antiguo que sea, no se acepta. Esa es nuestra Historia.
Llegan cuerdas melodiosas a llevar la melodía monótona, obstinada, para enmarcar una, nuestra idea. Afortunadamente son varias y buenas. El compás es el mismo, mas el volumen sube paulatinamente.

Irrumpen en la sala mundial los metales. Cornos, trombones y trompetas se agregan a la conjunción de sonidos. El ritmo sigue, acompasado, marcado por los golpes en la piel de tambores y timbales.

Una parte de la audiencia se estremece; la otra, seguidora de sonidos diferentes, no acepta la obra. Sus reproches se escuchan como voces desencajadas en medio del estruendo melodioso.

El Pueblo – la orquesta – prosigue al compás del Destino, el Director. Tipo exigente, hermoso, enérgico, casi intolerante.
Los detractores vociferan: “Esta obra no aparecerá en los conciertos de los domingos”.

Al concierto se unen nuevos “fans”. Las nuevas generaciones que aprecian y sienten nuestra música de modo diferente, pero la sustancia permanece. No hemos hecho mucho para ello, pero cada instrumento y en especial la orquesta en su conjunto, han sabido transmitir la solidez del sonido, la dulzura de las notas y la obra pide, por sí misma, la continuidad.

La composición tiene estrofas y tema principal que se confunden en su monotonía. La diferencia la hacen los instrumentos y sus ejecutantes, artistas todos ellos, seguidores y practicantes de la Escuela de mayor tradición en la Historia, atacada siempre, incomprendida por quienes sólo la escucharon por sus sonidos mas no por su esencia. Hay quienes, en su fanatismo, quieren romper las partituras de la emocionante obra.

Mas la monumental composición ha ido cambiando con el tiempo, se ha modernizado de acuerdo a la madurez de sus intérpretes. Ravel no quiso que el crescendo de su música fuera demasiado marcado. Muchos de nuestros músicos originales tampoco. Algunos se escondían para no ser vistos, sólo escuchados.

Inevitablemente, las obras musicales deben llegar a su final, esperando los aplausos y la buena crítica de los conocedores.

Israel, nuestra mejor obra, no tiene , no puede tener un final. Su desarrollo es perenne; lo que cambia son sus artistas ejecutantes, las nuevas generaciones.
Les dimos la mejor educación, la tradicional, para conservar hasta el último acorde de nuestra inspiración.

El Bolero llega al resumen cambiando de tono, en un desesperado esfuerzo por reunir a todos los instrumentos en una tesis grandiosa. Israel no hace resúmenes. Su discurso colectivo se encamina a sensibilizar a sus integrantes, algunos de ellos agotados, deseosos de cambiar la partitura por otra más sencilla.

Al final, el auditorio estalla en aplausos, emocionado. Ravel consiguió mover las fibras del sentimiento público. Israel sólo se limita a inclinarse ligeramente, agradeciendo a aquellos que vinieron a atestiguar su obra y se dispone a repasar su obra y buscar nuevos matices.

Afuera de la sala de conciertos, elementos contrarios a nuestra expresión musical, amenazan con destruir nuestra mejor obra…