JAVIER VALENZUELA/ EL PAÍS

Se acabaron los tiempos en los que las agresiones contra las mujeres árabes sólo suscitaban indignación pública en la ribera norte del Mediterráneo. Mañana, sábado, 17 de marzo, diversos colectivos marroquíes han convocado una sentada frente al Parlamento, en Rabat, para expresar su repugnancia por la dramática muerte de Amina Filali y exigir cambios inmediatos en la legislación de su país que permite que un violador pueda casarse con su víctima como modo de “reparar” su “honor” y el de su familia. La convocatoria es al mediodía.

Amina Filali, una chica de 16 años de Larache, se suicidó con raticida a comienzos de este mes, según contó Ignacio Cembrero en una muy bien informada y espeluznante crónica en EL PAÍS. Había sido violada a los 15 años y las autoridades le habían recomendado a su padre, según cuenta él mismo, que el mejor modo de resolver el asunto era que ella se casase con su agresor. Un artículo del Código Penal marroquí permite al violador escapar por este procedimiento a penas que pueden llegar hasta los 20 años de prisión. Ya casados, el individuo le golpeaba con frecuencia. Amina se lo dijo a su madre, pero ésta le aconsejó “paciencia”.

El gesto desesperado de Amina ha suscitado una profunda emoción en Marruecos. Esta semana ha estado marcada por un debate público de una amplitud sin precedentes sobre la tolerancia legal y social con la violación y sobre el estatuto de la mujer en la sociedad marroquí. Y no sólo en el ciberespacio, donde se creó de inmediato una página en Facebook llamada Todos somos Amina Filali, sino también en la cadena de televisión 2M y en la calle, donde ha habido manifestaciones de protesta. El mismísimo Gobierno, que dedicó a este asunto buena parte de su reunión semanal.

“Esta chica fue violada dos veces, la última cuando se casó”, declaró Mustafá El Jelfi, portavoz del Gobierno y ministro de la Comunicación. “No podemos ignorar este drama”, añadió. Por cierto, el Gobierno, que dirige el islamista Abdelilá Benkirán, ganador de los comicios del pasado otoño, solo cuenta con una mujer en sus filas.

La Primavera Árabe ya ha cambiado no pocas cosas en el norte de África y Oriente Próximo. Para empezar, mucha gente ha perdido el miedo a hablar libremente en público, y éste es un genio que difícilmente va a ser encerrado de nuevo en la lámpara. ¿Ha sido el suicidio de Amina el electrochoque que necesitaba Marruecos para romper el tabú de la tolerancia con la violación? La respuesta es afirmativa, otra cosa es que la emoción actual se traduzca en cambios legislativos y, tan importante o más, en comportamientos sociales. Un estudio oficial afirma que alrededor del 25% de las mujeres marroquíes han sido agredidas sexualmente al menos una vez en sus vidas.

La violencia contra las mujeres es el tema subyacente o explícito en muchos de los filmes realizados en las últimas décadas por realizadoras árabes de Oriente Próximo y el norte de África, como las libanesas Nadine Labaki, Susan Youssef y Danielle Arbid, la egipcia Inès aI-Dighidy, las tunecinas Negia Ben Mabrouk, Moufida Tlatli, Salma Baccar y Nadia El Fani, la argelina Assia Djebbar y la marroquíes Iza Genini y Farida Belyazid, entre otras. Todas ellas, y cada cual a su manera, aportan una mirada interesante –cómica, tierna, amarga, desesperada…- sobre la realidad del mundo árabe contemporáneo, penosa en general y aún más para su mitad femenina.

No obstante, una de las películas más impactantes sobre el machismo árabe, Cairo 678, la dirigió en 2010 un varón, Mohamed Diab. Cuenta las historias de tres mujeres de distinta condición social que se unen en la búsqueda de justicia ante el asfixiante acoso sexual en Egipto. El régimen de Mubarak condenó el filme diciendo que ennegrecía la imagen del país en el extranjero.