JULIÁN SCHVINDLERMAN/HOY.COM.EC

Dos décadas atrás, Buenos Aires fue sacudida por un atentado contra la sede diplomática del Estado de Israel, habiendo provocado la muerte a 29 personas y herido a decenas. Aquel fue el primer acto de terror perpetrado por el fundamentalismo islámico en el hemisferio occidental.

Dos años más tarde, la sede de la comunidad judía de la Argentina, AMIA, sería atacada por Hezbollah, ocasionando la muerte a 85 e hiriendo a cientos. Aquel sería el más grande ataque antisemita fuera de Israel desde la Segunda Guerra Mundial.

Ambos atentados llevaron el sello de fábrica de la violencia política transnacional patrocinada por Irán.

Recientemente, varios atentados fueron frustrados contra diplomáticos y ciudadanos israelíes en Tailandia, Georgia, la India, Turquía, Egipto y Azerbaiján. El Gobierno israelí ha acusado a Teherán de haber planificado tales agresiones.

Estos últimos días, tuvo lugar una nueva confrontación entre el Ejército israelí y movimientos terroristas en la Franja de Gaza, especialmente con la Jihad Islámica Palestina.

Al igual que Hezbollah desde el Líbano, este grupo opera en Gaza bajo los auspicios de Irán.

Gaza, cabe recordar, esta siendo gobernada desde hace alrededor de siete años por Hamas, que en árabe quiere decir “movimiento de resistencia islámico” y que ha estado bajo la influencia iraní por varios años.

Solo muy recientemente Hamas ha comenzado a distanciarse de su patrón persa. La actual conmemoración de la voladura de la Embajada israelí ocurre en un contexto mundial convulsionado por el avance en el programa nuclear iraní.

En los últimos tiempos, la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) ha publicado informes muy comprometedores acerca de la naturaleza no pacífica de ese programa.

En noviembre de 2011, este organismo de las Naciones Unidas aseguró que Irán trabajó “en el desarrollo de un diseño local de un arma nuclear”.

En febrero del corriente, dijo que tien “serias preocupaciones relativas a las posibles dimensiones militares del programa nuclear de Irán”.

Al recordar los estragos que la violencia interestatal fomentada por Teherán ha causado en nuestro país, resulta pertinente imaginar la dimensión del daño que un Irán nuclear podría ocasionar, aquí o en cualquier otra parte.

La capacidad para el mal de la que el Gobierno ayatolá es capaz no debe ser subestimada.

Es aleccionador el informe de 36 páginas que publicó la semana pasada la Comisión de Derechos Humanos (CDH) de la ONU, en el que documenta las múltiples y graves violaciones a los derechos humanos fundamentales que el Régimen iraní comete continuamente contra su propia población.

El reporte afirma que “Irán ha aumentado dramáticamente las ejecuciones durante la última década y ha abusado los derechos de los estudiantes, de las mujeres, de los periodistas y de las minorías religiosas”.

Indica también que al menos 650 personas fueron ejecutadas en Irán durante 2011 y que 15 hombres y mujeres ya enfrentan condenas a muerte por lapidación bajo acusaciones de adulterio en lo que va de 2012.

Sostiene además que 42 periodistas están en prisión -lo que sitúa a Irán al tope de encarcelamientos mundiales de periodistas- y que a 364 estudiantes se les prohibió acceso universitario de por vida debido a sus posturas políticas.

A estos datos suministrados por la ONU se pueden agregar el arresto, en los últimos meses, de homosexuales, diseñadores de moda, cineastas y disidentes y la condena a muerte de un pastor cristiano por oponerse a que sus hijos recibieran educación islámica.

Así es quem mientras la AIEA denuncia desde Viena el peligro del programa atómico de Irán y la CDH desde Ginebra alerta acerca del tamaño de la tiranía que reina en la nación persa, en Buenos Aires recordaremos esta semana las consecuencias del terrorismo patrocinado por Teherán.

Es una combinación de hechos elocuente que, al rendir tributo a la memoria de las víctimas inocentes del extremismo que sacudió a la capital argentina 20 años atrás, no debemos ignorar.