SHULAMIT BEIGEL PARA ENLACE JUDÍO

Iba a salir temprano hacia Ammán desde Londres. El boleto de avión en Easy Jet, la aerolínea británica, me salió mucho más barato a Jordania que a Tel Aviv, sin que yo entendiera el porqué. De modo que a las seis de la mañana, mientras el sol crecía muy rojo y redondo sobre los tejados neblinosos de Londres, viajamos mi esposo y yo hacia el aeropuerto de Gatwick, a 45 kilómetros del centro de la capital británica, metidos en nuestra propia bruma de pensamientos y silencio.

Me despedí pensando que el avión saldría de inmediato, pero, tenía un retraso previsto de una hora, así que acampé en una hilera de asientos que estaban vacíos, para dormir toda torcida la hora que me faltaba para partir.
Antecedentes de este viaje

En abril del 2007, mi hermana llegó de México y organizó un pequeño grupo de familiares y amigos para viajar a Jordania. Yo, lo confieso, nunca había tenido interés en conocer de cerca ningún país árabe. Camellos y arena no eran algo que llamara mi atención. Y sin embargo acepté, y el viaje que emprendimos aún navega en mi recuerdo con las claridades de un sueño.

Viajamos a Akaba, haciendo escala en Eilat, donde nos quedamos a dormir, pensando preocupados que tal vez sería la última vez que veíamos esa ciudad del sur de Israel, así que nos deleitamos con pescados y mariscos en un restaurante llamado en hebreo Hamiflat Haajarón, que se traduce curiosamente como El último Refugio, casi en la frontera con Egipto, con el Sinaí. Durante la cena nos dio un ataque de risa contagiosa, nerviosa tal vez, explotando a carcajadas ante cualquier tontería que alguno de nosotros decía.

Nos levantamos muy temprano a la mañana siguiente, y llegamos a la frontera denominaba Puente Rabin. Después de pagar un impuesto de salida de 99 shekels que nos pareció muy caro, empezamos a caminar los pocos metros que separan a Israel de Jordania, arrastrando nuestras pequeñas valijas. Nos llamó la atención que los primeros 15 metros eran de un buen asfalto, pero a medida que avanzamos, como a la mitad, el camino comenzó a mostrar un pavimento con agujeros un tanto destartalado. Pero estos detalles no tenían importancia, ya que mis fantasías románticas me aseguraban que cuando terminara el asfalto, vería un lugar muy exótico, más exótico que Londres, más caliente por supuesto también.

Segura estaba que muy pronto encontraríamos hombres con turbantes, pantalones baggy de terciopelo y bigotes, al mejor estilo Mustafá, reclinados sobre palmeras de dátiles, y mujeres con velos de lentejuelas, mientras que sus leales camellos estarían ahí a su lado, todo ello en una atmosfera pintoresca, mientras que a lo lejos se vería una espectacular puesta de sol.

De niña había leído Las mil y una noches, libro que me hiciera tener una fascinación por el desierto. Genios saliendo de una botella, el Ladrón de Bagdad y Aladino, seguramente me estaban esperando ahí. Ungüentos y aceites y aromas desconocidos. El mundo del desierto me parecía un lugar de una sensualidad absoluta. Así que al fin tenía la posibilidad de explorar mis fantasías infantiles.

Mi primera impresión fue la foto del rey Abdala. Me hizo pensar en los afiches que había visto años atrás en Cuba, de Fidel y el Che Guevara. En la frontera nos esperaba un guía llamado Muhammad, nombre que se repetiría muchas veces durante el paseo, y que nos condujo en una camioneta a la ciudad de Aqaba. Quien ha vivido en Israel y en un pasado estuvo presente durante las distintas guerras, de repente encontrarse ahí y que no pase nada, y que más bien nos recibieran con una amplia sonrisa, pues fue extraño y emocionante.

Akaba es, para quien no lo sabe, la ciudad costera en el sur de Jordania, que estuvo poblada desde 4000 años antes de la era cristiana. Estratégicamente importante por la conjunción de las rutas de comercio entre Asia, África y Europa, es el único puerto del país, y es la ciudad más grande en el Golfo de Akaba. Los primeros que la poblaron fueron los Edomitas, mencionados en la biblia, como Anshei Edom, y más tarde por los nabateos, cien años antes de la era cristiana.

Lo único que yo sabía de este lugar era que Lawrence de Arabia había mantenido una revuelta aquí en la famosa batalla de Aqaba. Pero siempre pensé que todo eso era producto de la imaginación del director de la película, donde el actor británico Peter O’toole representó a Lawrence. Y aunque quería ver el lugar donde Lawrence había estado, lo que más me interesó en un comienzo era poder ver por primera vez cómo se veía Eilat desde el otro lado, desde Jordania.

La ciudad fue entregada a los ingleses como protectorado de Transjordania en 1925, terminando así la permanencia del imperio Otomano en la zona, pero los israelíes no teníamos la posibilidad de visitar ese país hasta que se firmó el Tratado de paz entre el Estado de Israel y el Reino hachemita de Jordania, el 26 de octubre de 1994, que normalizó las relaciones entre ambos países, resolviendo sus disputas territoriales, que comenzaron en la Guerra árabe-israelí de 1948 y que luego se agravaron en la Guerra de los Seis Días en 1967.

Así que finalmente aquí estábamos, en Akaba. Nada de hombres con pantalones de terciopelo. Nada de genios saliendo de una botella. La ciudad que mi familia y yo estábamos descubriendo era una ciudad de hoteles de lujo, playas desde donde el paisaje que se veía era Eilat, muchos cafés y restaurantes, ofreciéndote una maravillosa comida como Mansaf y Knafeh, y además, eso sí, muchos baños turcos, algunos muy antiguos, que fueron construidos alrededor del año 306 de la era cristiana. En realidad pensé que estar en Akaba era como estar en Eilat, solo que del otro lado. Las mismas diversiones, las mismas playas, los mismos hoteles, solo que una parte de esta manzana partida en dos era moderna, Eilat, mientras que la otra es musulmana.

Para los israelíes Akaba no es interesante, porque tienen lo mismo en Eilat, y porque las cosas que pueden comprarse aquí las pueden conseguir en Jerusalén oriental. Algunas agencias turísticas se quejan de que el turista israelí viene por un solo día, no compra nada, no come nada y se trae sus tortas y bebida de Israel, visita Petra y se regresa el mismo día. Desde Akaba puede uno ir por mar en ferri a los puertos egipcios de Taba y Nuweiba, y de ahí llegar a Sharm el Sheikh, pero bastante asustados estábamos ya de estar en Jordania como para lanzarnos a más aventuras.

A casi cinco años de mi primer viaje a Jordania, mi memoria se empeña en recordar Wadi Rum, el lugar hacia donde continuamos después de un rápido recorrido por Akaba. Ese lugar y ese momento fue el más hermoso de nuestro paseo. Pocos lugares que he visto pueden ofrecer un espectáculo de infinitud y grandeza equivalente al de Wadi Rum, o Valle de la Luna, el desierto como una meseta, alzada sobre varios cañones profundos, donde se pierde la vista, dispuesta a encontrarse con un cielo terso y límpido, sobre ese espacio donde encontramos dormitando, casi invisibles, hombres , animales y piedras, esculpidos interminablemente a través de largas generaciones. Fue ahí donde conocimos a nuestro guía beduino de nombre Muhammad, otro Muhammad, quien nos enseñó la planicie desértica en que había nacido y crecido, alzada como un milagro.

Wadi Rum es una realidad potente y provocativa, difícilmente descrita con palabras. Paisajes exquisitos y bellos que jamás había visto. Si para nosotros el mundo árabe se presentaba como una fantasía, para ellos, los beduinos del lugar, la fantasía era Europa, Israel, Estados Unidos de Norteamérica. Lo que aprendí durante ese viaje y lo que seguramente aprenden ellos cada día a través de los turistas que los visitan, es que la fantasía y la realidad no siempre van juntas.