RABINO CARLOS A. TAPIERO/ ITONGADOL

Estamos a apenas 67 años de la finalización del Holocausto, la Shoá – la catástrofe – de nuestro pueblo asesinado en las hogueras de los campos de exterminio, en el trabajo esclavo de los campos de concentración, en los guetos hacinados de forzados habitantes sometidos a la hambruna más brutal, en las masacres cometidas por los Einsatzgruppen (“grupos de acción”, asesinos de las SS y SD) en la invasión nazi al frente ruso, y en las “marchas de la muerte” finales.

Nuestros mayores recuerdan con qué respeto los gobiernos y los pueblos especialmente de Occidente se referían a la Shoá durante las primeras 3 décadas posteriores al genocidio perpetrado por los nazis y sus cómplices en la Europa colaboracionista; cómo los veteranos de guerra de los ejércitos libertadores relataban las espeluznantes imágenes con las que se encontraron al arribo a los campos de la muerte. La Shoá era una parte viva de la historia de toda Europa, con incontables testimonios de quienes la detuvieron, ya muy tarde; de quienes observaron como testigos inpávidos el tamaño de la masacre; de los sobrevivientes, e incluso de los mismos asesinos.

Vemos un giro dramático – especialmente en los últimos 15 años – en lo que hace a la conciencia de la Shoá aún en los pueblos más libres y tolerantes. Gobiernos terroristas, como los de Irán y Siria, niegan la existencia misma de la Shoá – y, con ellos, un puñado de pseudo-historiadores. Esto es, a los ojos de los hombres y las mujeres de bien, un simple disparate. Es otro el fenómeno presente, mucho más masivo, y, por lo tanto, harto más preocupante y dañino: la relativización de la Shoá.

Hay muchos caminos para relativizar el tamaño de la masacre cometida durante la Shoá, que convergen, en su mayoría, en una dirección central: la que dice que “la Shoá no es única; la Humanidad ya había cometido masacres contra pueblos antes del Holocausto, y las repitió después de él. Hubo muchos Holocaustos, muchas ‘Shoás’. No hay nada especial con la tragedia que atravesó el pueblo judío, por dura que haya sido.

Cualquier sufrimiento de un pueblo es, en suma, su ‘Shoá’ ” – tan degradado quedó el evento más dramático, destructivo y asesino que la Humanidad cometiera a través de su Historia .

Es entonces que debemos recordar y generar memoria, nosotros mismos, sobre el hecho de que la Shoá fue, en su conjunto, un evento único, sin precedentes en la totalidad de sus características. Son muchas las razones que podemos argüir para demostrar este lamentable hecho. Mencionaremos, aquí, ocho centrales:

1. Ideología asesina de Estado: el “alejamiento” o la “separación” (eufemismos de destrucción, de acuerdo a los resultados) de un pueblo en su totalidad (todos civiles, niños, adultos y ancianos, hombres y mujeres judíos) y sin escapatoria posible – como lo fue la conversión al cristianismo durante la Inquisición – fue parte de los principios de un partido político (el nazi), y, más aún, de un Estado (el Estado Alemán, el “Tercer Reich”).

2. Programa genocida de Estado: ese Estado implementó pasos consecutivos de segregación, y, luego, de asesinato genocida.

3. Tecnología al servicio del crimen: científicos y burócratas del Estado evaluaron y utilizaron toda la tecnología de la época para concretar el exterminio total.

4. Fábricas de muerte: se calculó económicamente cuál era la forma más rápida, eficiente y barata de exterminar a personas, y se elaboró un programa concreto para implementarlo (los campos de exterminio – las “fábricas de la muerte” – con su Zyklon B, sus cámaras de gas, sus crematorios).

5. Deshumanización para la legitimación del crimen: se creó un programa sistemático de deshumanización difundido a nivel nacional e internacional donde hombres de un pueblo (el judío) eran reducidos por una ideología (la ideología nazi) a una clasificación de sub-humanos, lo que “legitimaba” al crimen (se trataba, entonces, de “proteger” a la raza superior de mezclarse con aquello “parecido” a lo humano, pero que, en realidad, lo corrompía todo).

6. Esclavización y destrucción de la personalidad: Se diseñó un programa de destrucción de la personalidad, donde se despojaba a las víctimas judías de sus elementos más elementales (su ropa, su pelo, su alimento), y se las ponía a trabajar en condiciones infrahumanas.

7. Guerra “cósmica” vs. logros militares: se antepuso un criterio ideológico a uno militar en el transcurso mismo de una guerra de grandes dimensiones, al punto de debilitar el propio frente de combate con tal de continuar con el genocidio contra los civiles judíos.

8. Un genocidio de dimensiones dantescas: se asesinó, finalmente, a la abrumadora mayoría del pueblo judío de la Europa Continental – ¡seis millones de civiles! –, reduciendo a la población mundial del pueblo judío a 2/3 de lo que era antes de la Shoá.

Es nuestro deber, como miembros de un pueblo que ha sido perseguido sistemáticamente durante 17 siglos, denunciar el abuso, el despojo, la persecución, el asesinato y el genocidio donde ocurran… pero separándolos, claramente, de la tragedia de la Shoá, que trasciende en todas sus dimensiones a los demás crímenes.

Nuestro deber, en cuanto a la Shoá, siendo nosotros sobrevivientes de quienes quisieron acabar con todo el pueblo judío, en donde estuviere, es honrar la memoria de los 6.000.000 de nuestros hermanos asesinados en la Shoá, recordando y “generando memoria” acerca de su carácter infamemente único, que hizo de ella el capítulo más bestial, inhumano, horrendo y criminal de la historia de una humanidad que negó sus creencias más elementales – los basamentos morales que el judaísmo legó a Occidente -.

Distinguir a la Shoá de otras calamidades, porque, no… no todo sufrimiento es Shoá – y gracias a Dios que así es: nada más ruin, perverso, depravado, despreciable y criminal que la Shoá, que nunca debe repetirse en ninguna de sus malvadas expresiones -.

Es nuestro deber, también, continuar creciendo y desarrollándonos como pueblo en las Comunidades judías a las que pertenecemos, y, por sobre todo, en este Estado de Israel que nos devolvió nuestra dimensión nacional cuando más lo necesitábamos – erigiéndose con su vida redentora de entre las cenizas de la masacre. Es nuestro deber y nuestra más contundente manera de honrar la vida judía que los miembros de nuestro pueblo asesinado mantenían; nuestra única victoria póstuma frente a quienes proclamaron el final del pueblo judío a la finalización de la Shoá.

Quiera Dios que sepamos ser dignos continuadores del mensaje de vida y de acción que los asesinados y los sobrevivientes nos legaron, multiplicando la vida judía por doquier a través de nuestra decidida acción en todas las comunidades judías del mundo y en nuestro magnífico Centro, el Estado de Israel.

Quiera Dios que sepamos recordar a las comunidades judías arrasadas de cuajo bajo la garra de los asesinos, evocando lo extraordinario de sus vidas, de su producción y de su creación.

Que las memorias de los 6.000.000 de asesinados sean siempre benditas, y recordadas, honradas y perpetuadas por nuestras obras de bien.

¡JAZAK VE’EMATZ!
* El Rabino Carlos A. Tapiero es Vice-Director General & Director de Educación, Unión Mundial Macabi