PETER KATZ PARA ENLACE JUDÍO

Hace poco conmemoramos el Día de la Shoá. Es un día dedicado al recuerdo. Al recuerdo del asesinato vil y despiadado, de una tercera parte de nuestro pueblo.

Muchas etnias, durante la historia de la humanidad, han desaparecido, sin dejar rastro. Con menos sufrimientos que los judíos. En cataclismos con menos mermas que seis millones de sus ciudadanos y la historia ni siquiera se acuerda de ellos.

Además de Yom Hashoa, instaurado por el gobierno de Israel en 1953, la Asamblea General de las Naciones Unidas, decretó un día para recordar a las victimas del Holocausto, el día 27 de enero de cada año.

El pueblo judío, nuestro pueblo a pesar de las tremendas pérdidas de vidas humanas, de cuerpos inermes quemados con fuego, de una cultura que floreció en Europa por más de un milenio, de una literatura que ha sido premiada con un Premio Nobel, sigue vivo y sigue aportando cultura al mundo.

Con motivo de la conmemoración anual de este día, recordé que yo no le dije a mis padres: “Te quiero” cuando nos despedimos y me fui de mi casa, sin volverles a ver nunca más. El lugar era Viena, la fecha diciembre de 1938.

No sabía que no los iba a ver más.

Era un niño de ocho años. Después de la Kristal Nacht, en la que ardieron todas las sinagogas de Viena. La orgullosa y ordenada capital del Imperio Austro-Húngaro, estaba ocupada por los alemanes y sus ayudantes austriacos, “Ostmark” la bautizaron los alemanes. En ella vivían 200.000 judíos. El 10 por ciento de la población de la ciudad.

Esta extraordinaria comunidad produjo personajes como los Profesores, Martin Buber y Sigmund Freud. Compositores como Gustav Mahler y Karl Goldmark. Directores de cine Fritz Lang, Billy Wilder y Otto Preminger. Directores de teatro como Max Reinhard y Victor Barnovsky.

Escritores como Stefan Zweig, Elias Canetti y Max Brod. Alcaldes para el extranjero como Teddy Kolek (Jerusalem) y Rudolf Beck (Theresienstadt). Arquitectos como Albert Kahan y Dankmar Adler. Actores como Louise Reiner, Fritz Gruenbaum, Erich von Stroheim y Tibor Farkas.

Regreso a mi historia inicial. Me despedí de mis padres en las ruinas calcinadas de la Sinagoga Central de Viena y nunca más los volví a ver.

Mi padre fue asesinado en Auschwitz Birkenau en 1941. Mi madre pereció en Opole Kreis Pulawi, un Arbeitslager para mujeres judías cerca de Majdanek y de Lublin, probablemente en febrero de 1943. Murió durante una epidemia de Tifo que acabo con las reas del Lager.

Yo pude salir de Viena ese día de diciembre de 1938 en un “Kindertransport”, autorizado por la Gestapo a la Cruz Roja Internacional, con destino a Bélgica.

Me fui sin decir te quiero…