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RIF HOMS.- Hasta la llegada de el checheno, la sala se había convertido en una improvisada competición de egos y furor guerrero. El primero en contar su historia había sido Al Baghdadi, un joven que no aparenta más de 25 años y que se vanagloria de haber “combatido contra los invasores en Irak, de Bagdad a Nayaf y Faluya, y después contra los israelíes en el Líbano”. Su expresión triunfal se desvanece cuando se retiró la visera de la frente, mostrando una zona de cráneo donde el pelo le ha dejado de crecer. “Esto es de [la prisión iraquí de] Abu Ghraib. Es lo que me traje de recuerdo de las torturas”. Entonces sus compañeros del Ejército Libre de Siria, organización que hoy en día suma a todos los grupos armados que combaten al régimen de Damasco, le animan. “Vamos, Baghdadi, que eres un valiente”. Uno de ellos exclama: “Sí, pero desde lo que le ocurrió en Abu Ghraib, siempre anda nervioso”.

La llegada del sheikh, un hombre bajo, rechoncho y con una poblada barba, cambia el humor de la sala. Un respeto intimidatorio se impone y todos se levantan para saludarle, a él y a sus acompañantes, fuertemente armados, antes de formar en las alfombras para celebrar una oración en la que toman parte la gran mayoría de los presentes. Sólo cuatro hombres se quedan sentados en el suelo y recostados contra la pared, exhalando volutas de humo con expresión ausente, mientras la voz de sheikh resuena en la sala.

Pero ni la aparición del sheikh con su armamento puede competir con la presentación, media hora después, de el checheno, un individuo que luce las holgadas ropas negras que suelen vestir los combatientes caucásicos, así como los compactos rizos en el largo pelo negro, cubierto por un taqiyah (birrete típico musulmán), y la barba larga e hirsuta que tanto recuerda a señores de la guerra como Ibn al Jattab o Shamil Basayev, líderes de los muyahidin chechenos. Cuando se le inquiere si combatió en la república caucásica, el checheno se pierde en risas y justificaciones en árabe, jaleado por sus colegas. No responde al ruso, pero eso no significa que no lo comprenda.

La conversación transcurre en una posición militar del Ejército Libre de Siria en algún punto de la provincia de Homs. Pese a la tensión bélica, el ambiente es distendido: media docena de hombres, algunos vestidos de civil y otros con uniformes militares, fuman y charlan sobre la revolución con la recién llegada. Algunos rechazan estrecharle la mano, símbolo de rectitud religiosa en el Islam antes infrecuente en Siria, donde durante los 40 años de dictadura del Baaz la religión ha sido un ente invisible que se ejercía de puertas para dentro, ya que la exteriorización de cualquier tipo de fervor religioso entre los suníes implicaba una asociación a los Hermanos Musulmanes y acarreaba consecuencias que podían incluir ser ejecutado por ello.

La presencia de clérigos entre las filas de las milicias armadas confirma que la religión se impone como un nuevo factor en el alzamiento, si bien no representa el espíritu que llevó a la población a levantarse. Desde el inicio de la revolución, secular y reformista en sus orígenes, los crímenes sectarios y la propaganda del régimen han generado un rencor entre la minoría alauí –que ostenta el poder y ahora se ve amenazada- y la mayoría suní –a la que se tildó de terrorista por participar en las manifestaciones- que corrompe los valores originales del levantamiento.

En pocos meses, la revolución corre el riesgo de transformarse en un conflicto sectario. La llegada de combatientes de otros países musulmanes, si bien minoritaria según los sheikhs y jefes del ELS entrevistados, es un hecho y la progresiva islamización de los desertores es otra realidad fácil de observar en los checkpoints del Ejército Libre de Siria, antes casi exclusivamente manejados por uniformados y ahora controlados por más civiles que militares desertores, algunos ataviados con bandanas en la frente con la shahada -demostración de fe islámica, No hay más Dios que Alá y Mohamed es su Profeta- o vestidos con shalwar kemiz, la ropa tradicional centroasiática consistente en camisola y pantalones bombacho que popularizaron los muyahidin afganos. Antes eran prendas insólitas en Siria.

La presencia de clérigos es común ahora en las posiciones militares, y también la de jefes de milicias con profundas convicciones religiosas a cargo de la instrucción islámica y militar de sus hombres. Abu Leila, licenciado en Economía, poeta y estudioso de la lengua árabe y la religión islámica de 28 años, ha elegido para su brigada –compuesta por 200 hombres y peresente en toda la región de Homs- el nombre de Katiba al Khadraa, las Brigadas Verdes, por sus connotaciones islámicas.Una treintena de individuos, en su mayoría barbudos, exhiben en las frentes y gorras tiras de tela negra con la shahada. Rechazan estrechar la mano a una mujer, pero la moderación de su discurso contrasta con el de cualquier grupo islamista de la región.

“La religión es lo más importante para nosotros, no sólo en la revolución sino en nuestra vida cotidiana”, explica Abu Leila, tocado con una kefiyah, el tradicional pañuelo ajedrezado rojo y blanco. “Pero la verdadera religión, no la que sale en televisión. Lo único que buscamos es paz y dignidad”.

Abu Leila admite que la religión ha encontrado en la revolución y la represión del régimen el ambiente ideal para desarrollarse, y no sólo entre las filas de los combatientes, sino también de la sociedad. “Ahora la población es más religiosa porque se siente abandonada por todos y busca la protección de Dios. Ahora más gente acude a las mezquitas, más se dejan crecer la barba. El régimen y su persecución contra los suníes ha tenido mucho que ver en este auge del Islam”, explica el líder de las Brigadas Verdes. “Pero eso no quiere decir que queramos a los salafistas o a los Hermanos Musulmanes, que no existen sobre el terreno. Lo que queremos es tener la libertad de ir a la mezquita cuando lo deseemos”.

El sheikh Abu Baqr, clérigo de Baba Amr que no tardó en sumarse a las filas del Ejército Libre de Siria, se expresa en el mismo sentido. “Este es un buen momento para que los clérigos demos formación religiosa y espiritual a los combatientes”, asevera en otra posición militar situada cerca de Quseir, rodeado de ocho voluntarios civiles y tres desertores del ELS. El que ostenta mayor cargo es el capitán Abu Omar, quien fuera uno de los responsables del ELS en Baba Amr. “Es obvio que la revolución es ahora más religiosa. La atmósfera de libertad se puede notar, y eso hace que la gente pueda expresarse con libertad, también en lo que respecta a su religión”, alega el joven clérigo, que no aparenta más de 25 años.

Abu Baqr defiende que su presencia no significa que sea uno más, sino más bien un combatiente independiente consejero en cuestiones religiosas. “Al principio hacía mi revolución desde la mezquita, pero sobre el mes de octubre decidí tomar las amras. Según el Islam, los predicadores debemos estar en la primera línea para ayudar a tomar las decisiones correctas. Hay mucho riesgo de que los combatientes comiencen a matar por motivos sectarios, y hay que prevenir la fitna”, término que se refiere a la guerra intermusulmana. El clérigo es tajante en lo que se refiere a la posibilidad de que la revolución democrática se transforme en una guerra sectaria. “No queremos una revolución islámica, no queremos a los salafistas ni a los Hermanos Musulmanes”, dice con pausas, consciente de la atención que suscitan sus palabras entre los combatientes que comparten con él té humeante en el paupérrimo chamizo donde se protegen de la lluvia. “Debemos mantener la religión lejos de la revolución, y preparar a una generación de buenos musulmanes”, defiende Abu Baqr.

Los argumentos de ambos recuerdan al Irak del 2003 cuando, tras la invasión, el riesgo de confrontación sectaria, animado por los rencores de la mayoría chií hacia la minoría suní liderada por Sadam Husein que se había privilegiado durante décadas, crecía. Entonces los líderes de ambas partes rechazaban tajantemente la posibilidad de combatir entre ellos. Lo terminarían haciendo gracias a las divisiones creadas por Estados Unidos y a los atentados indiscriminados, muchos de ellos reivindicados por Al Qaeda, destinados a generar el odio entre ambas comunidades. El mismo factor que comienza a aparecer ahora en la Siria del vacío político, la violencia y la inestabilidad.

“Al Qaeda entrará tarde o temprano” en Siria, considera Abu Baqr. “Habrá diferentes versiones de Al Qaeda, matarán a otros musulmanes e intentarán fomentar el conflicto sectario. Pero les combatiremos espiritualmente”. Los últimos atentados en suelo sirio han sido reivindicados por el Frente Al Nousra, un grupúsculo extremista de reciente aparición aparentemente vinculado con Al Qaeda. Lo más preocupante es el llamamiento de Ayman al Zawahiri, heredero de Bin Laden, a entrar en Siria.

Abu Leila explica abiertamente que él hizo la yihad en Irak contra la ocupación. Otros de sus hombres admiten haber vivido la misma experiencia. Pero, para ellos, la actual situación en Siria no es una yihad, sino una agresión contra su comunidad. “Desde el principio de la revolución, las minorías sirias eligieron quedarse al margen. Los suníes nos mantuvimos firmes, y por eso nos agredieron. Y si me agreden, me tengo que defender porque me obliga mi religión”, alega.

Gracias a su experiencia en Irak, el líder de las Katiba al Khadraa sabe bien el riesgo que implica una eventual entrada de Al Qaeda en el tablero de juego sirio. “Por supuesto que nos da miedo que se introduzca en el país. Si lo hacen, tendremos que combatirlos como combatimos ahora contra el régimen, porque no necesitamos a nadie que nos importe su religión”. Afirma que ya ha habido casos de combatientes que han ofrecido dinero a cambio de luchar entre sus filas, ofrecimiento que ellos, afirma, declinan amablemente. Ahora bien, distingue entre los voluntarios ajenos a Siria y otros como iraquíes o libaneses. “¿Por qué tendría que llamarles extranjeros, si somos hermanos? Fueron los británicos y los franceses quienes rediseñaron nuestras fronteras separándonos. Son nuestros hermanos y no vienen desde fuera, sino desde dentro. Son escasos pero vienen, y son bienvenidos”.

En una reciente entrevista con la BBC en árabe, el opositor sirio Haytham Manna admitía la presencia de no sirios entre las filas de los grupos armados. “Los grupos yihadistas que han combatido desde Afganistán hasta Bosnia constituye un gran peligro para nosotros. Para su información, puedo compartir los nombres de tres miembros del ELS que han sido asesinados a manos de combatientes árabes no sirios”.

Abu Baqr admite haber recibido siete ofertas de ayuda. “No pude aceptarlas porque el Islam sirio es moderado, y no se puede exportar aquí el modelo de Irak o Afganistán”. Sin embargo, es vox populi el hecho de que cada vez más combatientes llegan desde el exterior, especialmente desde Irak, Libia y Líbano, para ayudar a los suníes. El caso más reciente es el de Abdel Ghani Jawhar, un líder de Fatah al Islam, grupo extremista suní libanés cuya ideología se aproxima peligrosamente a la de Al Qaeda: pereció mientras montaba un explosivo en la localidad de Quseir hace unas semanas. Las autoridades libanesas estiman que Jawhar entró en Siria junto a otros 30 libaneses a principios de abril. No lo hicieron bajo la bandera de ningún grupo, pero se describían a sí mismos como muyahidin, o combatientes santos.

Abu Leila –no tiene hijos, pero se autoasignó el patronímico eligiendo cuidadosamente el nombre de Leila, que significa el que se hace a sí mismo- reconoce que los sentimientos religiosos se están extendiendo en una revolución que comenzó siendo secular y democrática. Y eso, en su opinión, les da fuerzas. “No tenemos entrenamiento pero tenemos principios. Y sobre todo, no tenemos miedo a la muerte. Me gusta vivir, disfruto de la vida, pero si sólo se me permite elegir entre ser un esclavo y morir, eligiré morir mil veces”, dice Abu Leila tras reflexionar unos segundos.

Sin embargo, el joven economista transformado en líder de milicia –que ha perdido en esta revolución a 13 familiares, incluyendo a sus ancianos padres, tiroteados por adeptos al régimen- no coopera con otras facciones dependiendo de sus convicciones religiosas. “No nos aliamos por religión sino por principios”, dice. “Antes trabajábamos todos juntos, pero ahora nos hemos reorganizado en pequeños grupos”. Pregunto si cuenta con financiación del extranjero y lo niega ofendido. “¿Quién quiere que nos ayude, América Saudí?”, dice en un juego de palabras que denosta el régimen wahabi, habitual fuente de financiación de grupos extremistas suníes. “En mi brigada cada uno se paga sus armas”.

Sin embargo, Abu Leila deja claro que no desea para Siria un estado islámico. “Me da igual que después de la revolución venga un Estado laico o uno religioso. Sólo quiero que, sea cual sea, nos devuelva nuestra libertad para ejercer nuestra religión. Sólo quiero recuperar mis derechos, ser libre para ir a la mezquita o para nombrar a Ala”.

De ser cierta, la moderación que propugnan los clérigos podría influir positivamente en sus hombres, especialmente en un contexto donde el sectarismo exacerba los peores instintos. Cada vez más desertores y civiles que han tomado las armas acusan a las Brigadas Farouk, una de las facciones del ELS y muy fuertes en Homs, de “estar compuestas de salafistas” con tono de reproche, y cada vez más activistas lamentan en voz alta estar perdiendo la revolución por culpa de las acciones de unos pocos fanáticos.

“Que no se engañe nadie: esto no es una revolución, es una guerra entre suníes y alauíes”, dice con rotundidad Mofaz, un joven desertor, antes de explicar una batalla entre milicianos anti Assad y shabiha (milicia suní) acontecida en Quseir, frente a una mezquita donde los alauíes tomaron posiciones. “Desde el 1 de febrero, esto es una guerra civil. Hemos perdido la revolución”, se lamenta Khaled, un activista de Baba Amr que lleva implicado en la insurrección contra la dictadura desde el principio, hace más de un año, y que, tras la caída de Homs y el crecimiento de los movimientos armados, parece sumido en el pesimismo.

El auge del sentimiento religioso no representa a los cientos de miles de ciudadanos, de toda clase y condición, que se sumaron a las manifestaciones y que siguen arriesgando sus vidas para exigir libertad en las calles. Pero, a su juicio, es un riesgo innegable para la revolución. “Todo empezó con un propósito impecable, libertad de expresión, democracia, igualdad… Ahora todo ha cambiado. Es una guerra de venganza. Los alauíes se van a llevar la peor parte. No lo podemos parar, ahora más del 40% del ELS son civiles armados y están deseando vengarse, y lo harán en los alauíes”, continua este activista de Homs.

Aunque los insurrectos lo nieguen, la presencia de Al Qaeda en Siria parece un hecho. “Los últimos atentados llevan sus huellas digitales”, deplora Khaled. “Al Qaeda va a encontrar un paraíso aquí, si no lo está haciendo ya. Necesitamos una investigación que aclare quién está provocando estos atentados, porque no benefician a los sirios. Algunos, no me cabe duda, fueron organizados por el régimen pero otros parecen cometidos por Al Qaeda”, prosigue el activista. “¿Quién los ha traído aquí? El vacío político, el régimen. Que Bashar va a caer es cuestión de tiempo, pero el problema es qué nos espera después. No va a ser democracia, será Bosnia. Todos, desde Irán a Israel, desde Al Qaeda hasta Estados Unidos, buscan la inestabilidad de Siria. Nos preparamos para convertirnos en Bosnia y nadie nos ayuda a evitarlo”.