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Los libaneses observan con inquietud el recrudecimiento de los combates en Siria, temerosos de que el conflicto prenda finalmente en su país y libere los fantasmas de su propia guerra civil, librada entre 1975-1990 y que nunca quedó sellada.

“El miedo es palpable en casa rincón. Tenemos una forma de ser muy vitalista, que hace que asumamos la guerra como algo cotidiano, pero eso no significa que no haya miedo y que la gente se prepare para lo peor”, asegura a Efe Lamia Ziadé, una de las artistas gráficas libanesas más conocidas.

Nacida en Beirut en 1968, Ziadé se encuentra estos días en España para presentar su segundo libro ilustrado, “Bye Bye Babilonia”, una obra sugerente, necesaria para entender las raíces de la ecléctica sociedad libanesa.

“La guerra en el Líbano nunca terminó, por eso el miedo ahora es mayor. Hay numerosos fantasmas que pululan y que pueden salir de nuevo a la calle en cualquier instante”, explica.

A esos espectros -azuzados por los enfrentamientos armados de la última semana en Trípoli- se suma el poder y la influencia adquirida por el grupo chií Hizbulá, cuyo vasto y moderno arsenal es en la actualidad el principal factor de división en la sociedad libanesa y objeto de preocupación para países como Israel.

En este sentido, ni siquiera la recuperación este lunes del atascado diálogo nacional sobre defensa y armamento ha servido para atemperar el nerviosismo que cunde en una sociedad sacudida tanto por las disputas confesionales como por las ambiciones de las potencias en la región.

Al contrario, parece haber intensificado la desconfianza de muchas de las facciones, que observan con desasosiego como el movimiento chií trata de salvaguardar a toda costa su supremacía política y bélica.

Varios partidos, en particular los suníes afines al asesinado primer ministro Rafic Hariri, pretenden que Hizbulá ponga sus armas bajo el control del débil Ejército Nacional, lo que reduciría su capacidad de maniobra en caso de conflicto interno o regional.

Atrapado por su propio pasado, el grupo chií se asoma ahora a una difícil encrucijada, obligado a elegir entre las ambiciones de sus tradicionales aliados -Siria e Irán- y sus intereses como movimiento nacional.

Hizbula nació en la década de los ochenta de la mano de la Guardia Revolucionaria iraní, aunque fue Siria -que tuteló durante 30 años la política libanesa- quien permitió su consolidación y contribuyó a que se convirtiera en un exitoso grupo de resistencia contra la ocupación israelí.

Apoyado en su victoria militar en el año 2000, que le reportó la gratitud de la sociedad, y en su amplia red de beneficiencia -un estado dentro del estado- comenzó en 2005 a ocupar el espacio dejado por Siria.

Ese año, el asesinato de Hariri en un atentado atribuido a grupos pro sirios y miembros de Hizbula desató una oleada de indignación popular que obligó a Damasco a retirar los soldados desplegados en territorio libanés desde que en 1976 decidiera intervenir en aquella guerra civil.

En 2006, la nueva ofensiva israelí contra el grupo chií y la férrea resistencia ofrecida por su brazo armado, permitió a Hizbulá apostar definitivamente por la política, alcanzar el gobierno en las urnas y arrinconar a los suníes, a los que apoya con decisión Arabia Saudí.

Seis años después, los expertos advierten de que Hizbulá no está dispuesto a ceder un ápice de lo logrado, y que está decidido a contradecir a sus antiguos padrinos o a aliarse con enemigos tradicionales con tal de conservar su posición.

La primera señal de alarma sonó meses atrás en la ciudad septentrional de Trípoli, considerada feudo suní y escenario de enfrentamientos armados mortales entre supuestos defensores del presidente sirio, Bachar al Asad, y seguidores de los movimientos armados opositores en Siria.

Los combates son muy similares a aquellos que fueron el preludio de la guerra civil retratada por Ziadé, aunque la prensa libanesa insiste en recordar que el análisis no es tan sencillo, ya que las alianzas han dejado de ser estancas y dependen de clientelismos regionales e intereses nacionales.

“La violencia de los últimos días y los intentos que se hacen desde dentro y fuera para que se contagie la situación de siria me hacen ser pesimista”, afirma la autora.

“Lo único claro es que los distintos grupos se están armando, y que las armas, tan cotidianas en la sociedad libanesa, vuelven a aflorar y fluir por el país. Eso no presagia nada bueno”, agrega.