ALAN GRABINSKY PARA ENLACE JUDÍO

En el sur de Acapulco helicópteros con ametralladoras pasan constantemente, apuntando hacia los bañistas en la playa. Las vacaciones, interrumpidas por destellos de violencia urbana.

Acapulco es ahora una especie de Rio de Janeiro, es decir, una metrópolis turística hiperviolenta junto al mar. Sin embargo, el problema no es solamente el narcotráfio: el crecimiento desproporcionado y descontrolado ha descentralizado la ciudad.

La fórmula que jodió a Acapulco se está repitiendo al sur. Los complejos residenciales comen la playa, dejando una calle “costera” con Wal Marts y centros comerciales. La gente que vive por ahí ya no sale a la bahía: “¿El Acapulco viejo? ¡Hace años que no voy para allá!”

Se supone que la llegada de los militares y del Presidente Felipe Calderón ayudaría a asentar la calma en la bahía. Pero, según algunos locales, la presencia del Ejército es espectacular: enfocándose en las playas donde se encuentran los desarrollos nuevos y donde vive la gente más influyente.

Más allá de la Diana, en el viejo Acapulco, donde se necesita seguridad de la que no se ve, está desértico todo después de las 6 de la tarde. Es una espectacularización de la violencia: nadie espera que el helicóptero mencionado arriba dispare a los bañistas, el efecto es un efecto estético.

Y es que, Acapulco siempre ha sido presa de un turismo voraz irresponsable.

Después de contaminar el mar de la bahía los “hotspots” turísticos se han desplazando hacia el sur, dejando la famosa bahía desértica y mal mantenida.

Como respuesta, los antiguos hoteles han perdido su símbolo de estatus, pues no pueden competir frente a los desarrollos monumentales que se dan al sur de la ciudad. La escasa vida pública que tenía esta ciudad ya no existe.

El movimiento de Acapulco hacia el sur se está dando por medio de desarrollos construidos en Puerto Marqués y Playa Diamante. Estos conjuntos, mundos en sí mismos, tienen absolutamente todo para que nunca tengas que salir del lugar.

La exclusividad se mantiene por medio de casetas de policías que niegan el acceso a la calle. En otras palabras, no hay derrame económico. Por otro lado, la construcción de nuevas marinas asegura que el flujo de efectivo relacionado con el turismo marino se quede de ese lado. En el caso de Puerto Marqués, la construcción se da a pesar de las críticas de los locales sobre la contaminación del mar. Puerto Marqués es un pueblo aguerrido que llevaba peleando contra esta construcción por muchos años. Pero, como me dijo uno de los locales, “ya no se puede quejar uno pues le dan cuello”.

Y es que, en el Acapulco turístico, la vida pública siempre se ha dado en espacios privados. Los resorts, destinos en sí mismos, son lugares donde las albercas y los lobbies servían de espacios sociales por excelencia. Los indeseables tenían que pasar por la seguridad del hotel para poder socializar. En este sentido, el cadenero es la más larga tradición de la ciudad.

Y la fórmula no se ha agotado. Los nuevos desarrollos “all-inclusive” son respuesta y causa de la falta de espacios públicos en la calle. El enfoque en lo privado–aunado a la corrupción en las bienes raíces– ha hecho que el crecimiento de Acapulco tienda hacia la privatización de cada vez más playas.

Vieja historia mexicana: la mordida y la corrupción le ganan a la planeación a largo plazo. Hoy casi todo terreno junto al mar se ha privatizado. Los edificios tapan el acceso público a las playas, discriminando el acceso por factores económicos, religiosos y hasta raciales.

Uno de los ejemplos contemporáneos de cómo la vida pública de Acapulco se da en lo privado es “La Isla”. Este centro comercial, autodenominado como “Shopping Village” por sus desarrolladores, se encuentra lejísimos de lugares clásicos del turismo nacional como la Playa Condesa en la Costera. Su fin es, precisamente, suplir dichos lugares. A falta de un lugar público, uno inventa sus espacios para socializar.

La Isla, es un mundo aparte, un ambiente kitsch en el cual la vida transcurre con “naturalidad”. Al entrar uno es transportado a un espacio con canales de agua donde circulan góndolas venecianas manejadas por piratas con loros verdes–seguramente en peligro de extinción–sentados dócilmente sobre sus anchas espaldas.

La Isla es una burbuja donde la violencia se queda afuera, un Truman’s World, donde los agentes de seguridad privada (en Kakis-safaris africanos) y las cámaras brindan cierto sentimiento de seguridad. El complejo parece decirle a la gente “Allá afuera se estarán matando, pero aquí tú puedes comprar con seguridad”. En este “pueblo” uno encuentra la vida nocturna de Acapulco fuera de Acapulco.

Carlos and Charlie´s, una cadena restaurantera, tenía una sucursal en plena playa costera, ahora, su espacio en la Isla es lo único que queda de este lugar. De noche los papukis seguidores de Luis Miguel ligan como si nada estuviera pasando. Pero basta con solo ver hacia afuera para darse cuenta de que están pasando su noche en un centro comercial.
El “viejo Acapulco”; estas palabras antes designaban una parte de la bahía, ahora la designan en su totalidad. La razón: el desarrollo turístico desenfrenado, que ha negado la historia y la unidad de esa ciudad. En algunos años, sin embargo, la mancha urbana de Acapulco llegará hasta mucho más abajo, y la exclusividad se moverá más y más hacia el sur.

Si no se desarrolla una política de turismo a largo plazo que rescate los diferentes focos turísticos de Acapulco, éste quedará como un hueco, una bahía con gente viviendo ahí, pero sin ningún tipo de vida social.