DANIEL PIPES /NATIONAL REVIEW ONLINE

El año 1888 vio la publicación de una obra calificada como el estudio del islam más importante de todos. Escrito en alemán por un joven erudito judío húngaro, Ignaz Goldziher, y con el anodino título de Estudios musulmanes (Muhammedanische Studien), afirmaba que el hadith, el vasto compendio de dichos y acciones atribuidas al profeta islámico Mahoma, carecía de validez histórica. En lugar de proporcionar detalles solventes de la vida de Mahoma, demostraba Goldziher, el hadith procedía de debates en torno a la naturaleza del islam acaecidos dos o tres siglos más tarde.

(Igual que los estadounidenses de hoy debaten la tan polémica Segunda Enmienda de la Constitución, referida al derecho a llevar armas de fuego, utilizando transcripciones orales recién descubiertas que se remontan a George Washington o Thomas Jefferson. Evidentemente, su cita no nos informa de lo que se decía hace 225 años, sino de opiniones actuales).

Desde los tiempos de Goldziher, los académicos han seguido activamente su enfoque, profundizando y desarrollándolo en un relato integral de la primera historia islámica, que cuestiona casi todos los detalles de la vida de Mahoma según se entiende de forma convencional – nacido en el 570 d. C., primera revelación en el 610, huida a Medina en el 622, muerte en el 632. Pero esta historia revisionista ha seguido siendo un secreto virtual de los especialistas. Por ejemplo, Patricia Crone y Michael Cook, autores del sinóptico Hagarismo (Cambridge University Press, 1977), escriben de forma deliberadamente tangencial, ocultando así su mensaje.

Ahora, sin embargo, dos académicos han puesto fin por separado a este secretismo: Tom Holland con A la sombra del alfange (Doubleday) y Robert Spencer con ¿Existió Mahoma? (ISI). Como sugieren sus títulos, Spencer es el autor más audaz y de ahí mi énfasis aquí.

En un relato bien construido, sobrio y claro, empieza poniendo de relieve las inconsistencias y los misterios del relato convencional referente a la vida de Mahoma, el Corán y los primeros tiempos del islam. Por ejemplo, mientras el Corán insiste en que Mahoma no obró milagros, el hadith le adjudica poderes tautamúrgicos — multiplicar la comida, curar al herido, sacar agua del suelo y el cielo y hasta enviar relámpagos desde su pica. ¿Qué versión es la correcta? El hadith afirma que La Meca fue un gran centro comercial pero, extrañamente, el registro histórico revela que no es nada parecido.

La faceta cristiana de los primeros tiempos del islam no es menos rara, en concreto “las trazas de un texto cristiano bajo el Corán”. Interpretados de la forma adecuada, estos rastros elucidan pasajes por lo demás incomprensibles. Leyendo de la forma convencional, el verso 19:24 sitúa a María escuchando de forma estúpida mientras da a luz a Jesucristo: “No estés triste, tu Dios ha puesto un libro a tu servicio”. Los revisionistas transforman esto en el sensato (y religiosamente cristiano): “No estés triste, tu Dios ha hecho legítima tu llegada”. Los versos confusos acerca de la “Noche de la Fuerza” que conmemora la primera revelación de Mahoma cobran sentido cuando se interpreta que describen la Navidad. El capítulo 96 del Corán, sorprendentemente, invita al lector a la eucaristía.

Apoyándose en esta base cristiana, los revisionistas postulan un relato radicalmente novedoso del islam primigenio. Destacando que las monedas y las inscripciones del siglo VII no mencionan ni a Mahoma, ni al Corán, ni al islam, llegan a la conclusión de que la nueva religión no apareció hasta unos 70 años más tarde de la fecha supuesta de la muerte de Mahoma. Spencer concluye que “las primeras décadas de la conquista árabe demuestran que los conquistadores no tenían al islam como lo conocemos, sino como un credo difuso [el hagarismo, centrado en Abraham e Ismael] con vínculos con el judaísmo y alguna forma de cristianismo”. En resumen: “el Mahoma de la tradición islámica no existió, y si existió, fue sustancialmente distinto de como le retrata la tradición” — a saber, un líder rebelde cristiano de Arabia contrario a la Trinidad.

Sólo alrededor del 700 d. C., cuando los gobernantes de un ya enorme imperio árabe intuyeron la necesidad de una teología política de cohesión, reunieron los trozos de la religión cristiana. La figura clave de esta empresa parece haber sido el brutal gobernador de Irak, Hajjaj ibn Yusuf. No es de extrañar, escribe Spencer, que el islam sea “una religión tan acusadamente política” de rasgos marciales e imperiales tan extraordinariamente destacados. No es de extrañar que abra conflictos con las costumbres modernas.

El relato revisionista no es ningún ejercicio académico gratuito, sino un profundo e inquietante desafío confesional como cuando judaísmo y cristianismo se toparon con el método crítico histórico hace 50 años. Ello hará probablemente del islam una religión menos literal y doctrinaria, proceso de implicaciones particularmente beneficiosas en el caso del islam, marcado todavía por doctrinas de misoginia y supremacía. Hay que aplaudir por tanto los planes de traducir ¿Existió Mahoma? a las principales lenguas musulmanas y difundirlo de forma gratuita por internet. Que comience la revolución.