DIARIO DE TERRAGONA.COM

Miquel Segura forma parte de una comunidad endogámica, marginada durante siglos: los chuetas, cristianos, judío conversos descendientes de los judíos expulsados en el siglo XVIII. En 2009, en Nueva York, consiguió el retorno al judaísmo de la mano de un descendiente de judíos catalanes expulsados en 1492.

¿Cree que los chuetas, como grupo endogámico, han sufrido discriminación?

Obviamente, y hasta fechas muy recientes. Es más: todavía queda un poso de discriminación en el seno de la sociedad mallorquina. Aparte de las persecuciones históricas, los peores momentos para los chuetas fueron los siglos XVIII y XIX y buena parte del XX. Mi generación –yo nací en 1945– estuvo marcada por este estigma. Un anecdotario sobre las discriminaciones sufridas podría dar lugar a un libro, desde insultos y humillaciones en la escuela. A veces, incluso, desde los propios profesores, a automarginación, lo que propició la pervivencia de la endogamia. Entre los chuetas era común una frase: «Nosotros no somos como los demás».

¿Qué y quiénes son los chuetas del siglo XXI?

En la actualidad somos el resultado de una peculiaridad histórica única en el mundo en fase de irreversible extinción. Por eso en mi último libro yo planteo que la única alternativa para salvar la ‘identidad chueta’ es la del retorno al mundo judío. De hecho, en 2011 se dieron pasos muy importantes en este sentido. En una o dos generaciones los chuetas no ‘retornados’ se habrán asimilado por completo. Y para un judío, la asimilación, no lo olvidemos, es la muerte de la identidad.

Desde su condición de periodista y escritor usted ha dado a conocer al mundo la causa chueta. ¿Por qué?

Yo no hablaría de ‘causa chueta’ sino de identidad. Algo me empujaba a hacerlo pero desde una visión del presente y el futuro. Lo peor para nosotros era quedar como material de archivo.
Usted, en el 2009 consiguió el retorno de la mano de un rabino de origen catalán en Nueva York. ¿Cómo fue?

El presidente de Shavei Israel, Michael Freund, fue el artífice de mi retorno. Pude hacerlo en una sinagoga ‘marrana’, Shearit Israel, una de las más importantes de América.

¿Qué diferencia hay entre retorno y conversión?

La conversión está al alcance de cualquier persona que quiera abrazar al judaísmo, aunque implica estudios profundos y una actitud personal que tiene que valorar un Bet Dim, o Tribunal Rabínico. Pero nadie puede convertirse en lo que ya es. Los chuetas somos judíos y yo me empeñé en que así se me reconociese, ya que mis antepasados maternos fueron obligados a la conversión para salvar su vida. Retorno es que te reconozcan tu identidad, aunque con importantes condicionamientos, claro.

¿Qué les diría a las personas –en Tarragona las hay– suspectas de ascendencia judía?

En Sefarad sólo los chuetas podemos probar nuestra ascendencia judía de manera documental, y no todos. El muro de odio que se levantó contra los descendientes de los condenados preservó nuestra identidad, al igual que los grandes bloques de hielo pueden preservar un animal prehistórico. En el caso de los anussim eso no es posible. Pero el judaísmo tendrá que abrirse también a ellos. Ningún papel certifica tener el alma judía, eso es algo entre uno y el Dios de Israel.