SALOMÓN LEWY PARA ENLACE JUDÍO

Gracias a los dos recientes pergeños del escribidor, este recibió una bonita cantidad de diatribas, comentarios e incluso, calificativos. Al menos queda el consuelo de que no pasaron desapercibidos. No hay nada más satisfactorio que saber que lo que se escribe es publicado y luego juzgado por gente que lee.

Lo curioso es que los contenidos – que hoy parecen profecías cumplidas – tuvieron la intención de establecer un modo de pensar y de actuar por parte del tal escribidor, estableciendo sus intenciones legítimas por escrito, y que nadie rebatió las ideas. Lo único fueron los ataques – y los pocos elogios – personales. Triste, pero así fue.

¿Cuándo será el día que veamos y escuchemos opiniones, al estilo de la plaza pública de antiguo? El Ágora servía como un gran marco a todo aquel individuo que sintiera la necesidad de externar su particular punto de vista frente al vulgo, el individuo común.

Esa tribuna, opuesta a los gobernantes, servía para escuchar todo tipo de opiniones, demandas y quejas. Libertad y democracia en su máxima expresión.

¿Qué tenemos hoy? El Ágora convertida en un coro destemplado, impreso y electrónico, financiado, tripulado, de interés pecuniario o disfrazado.
Grupúsculos que se apoderan de la opinión pública, manejados como marionetas por lo que llaman “poderes fácticos”.

Cualquier manifestación de voluntad es noticia, ya sea una ocurrencia de gente en el poder o alguna invención de quien desea alcanzar sus quince minutos de fama.

Vamos aterrizando: ¿Cómo es posible que se desconozca la labor de un presidente, a todas luces exitosa, para beneficio de una estratagema de política fracasada? ¿Cómo se hace para que un movimiento juvenil, legítimo, se convierta en un ariete de agresiones e insultos a una ciudadanía llena de trabajo y pundonor? Muy fácilmente: El coro impreso y el electrónico magnifican a los actores, dan espacios, ponen palabras en bocas cerradas.
Esto vende, esto otro no vende. Un candidato no ha leído tres libros en su vida, no habla inglés, ha tenido hijos fuera de su matrimonio, está casado con una artistilla, etc. Esto vende.

Este otro candidato no habla español, no sabe nada de nada, reprobó todas las materias básicas en sus estudios profesionales, etc. Esto no vende.
Sesudas opiniones editorialistas llenan planas y mentes de vacuedad – válgame la expresión – con aires de intelecto.

El “chiste” es vender. Si en ello va de por medio algo que se llama integridad, honestidad, decencia, verticalidad, no importa. No se sabe lo que son principios, al fin y al cabo lo que importa son las estadísticas y, claro, la cuenta del banco.

¡Ah, ya sé! Vamos utilizando a las empresas encuestadoras para que nos protejamos de lo que resulte de nuestros vaticinios y sus consecuencias; al fin y al cabo hacemos un programa especial en el que manipularemos –otra vez – la información.

La diferencia entre las encuestas y el resultado del total de votos fue abismal, al extremo de que las primeras erraron , en muchos casos, hasta en siete por ciento. El recurso de justificación: el margen de error, el método individual, los promedios, etc. Ninguna de las encuestadoras mencionó que existía un porcentaje importante de los llamados indecisos, que, sin duda, al final influyó en los resultados, como tampoco se atrevió a revelar quién patrocinaba y financiaba su labor y su estadística de consulta.

Al final, todo ese coro destemplado, toda la venta de noticias, arrojó un par de resultados: Uno, la votación más copiosa de la Historia cuyo recuento fue confirmado según la Ley – a pesar de los infundios y descalificaciones lanzados por los perdedores – y dos, el uso vergonzoso del dinero público en cantidades insultantes para un país que mira a la mitad de sus habitantes en la pobreza.

Lamentablemente, ninguno de estos dos resultados recibe la importancia que tiene. No vende.

El conflicto, la diatriba, la repetición de una actitud conocida y por tanto, esperada, la dolida opinión disfrazada del intelectual a quien se le había prometido públicamente un puesto importante en el gobierno, la fanática seguidora burguesa seudo-izquierdista, etc. Estos sí venden.

Vamos, ni siquiera el gran triunfo del candidato de los “progresistas” en la capital de País alcanza el nivel de las impugnaciones.

Entre todos los abrojos anteriores, queda una enorme satisfacción: los mexicanos votamos en paz y, como dicen algunos, en buenaventura.

Al encontrarse en la fila de su casilla, el escribidor observaba a sus vecinos, una disímbola colección de mexicanos. Algunos en auto, otros a pie, tranquilamente llegaban a emitir su voto. Trajes y vestidos, zapatos deportivos y guaraches, todos estábamos presentes.

¿Qué fue del ágora moderna? ¿Dónde quedaron los ríos de tinta y el estruendo de los medios electrónicos? ¿Habrá entre nosotros alguien a quien le haya temblado la mano al momento del sufragio? ¿Habrá quien recuerde la propaganda política que nos ahogó – literalmente – durante tanto tiempo?
El escribidor sólo vio rostros satisfechos, sonrientes, de gente que se miraba su dedo entintado.
Como era de esperarse, uno de los candidatos a “la grande” nos tildó de borregos masoquistas. ¿Habrá incluido en su definición a quienes votaron por él?

Bueno, el vendaval ya amaina y el resultado de nuestra práctica democrática es positivo. ¿Qué queda por hacer?
Usando la frase preferida de mi padre(z”l): ¡Vámonos a trabajar!