LA RAZÓN.ES

Hace tres años, las encuestas regionales de opinión mostraron que los dirigentes más populares de Oriente Medio eran el dirigente de Hezbolá, Sayed Hasan Nasralah, el presidente de Siria, Bachar Al Asad, y el presidente del Irán, Mahmoud Ahmadinejah. En aquel momento la población agradecía que hicieran frente a Israel en el Líbano y en Gaza y opusiesen resistencia contra las políticas americanas en la región.

Con la Primavera Árabe, la opinión pública regional se ha inclinado por conceder prioridad a los derechos humanos y la reforma democrática, en lugar de a la política exterior. Actualmente, se denigra a Asad, se acusa al Gobierno de Ahmadinejah de reprimir violentamente a sus propios manifestantes en pro de la democracia y se condena tanto a Hezbolá como a Irán por seguir respaldando a Asad, mientras éste mata a su población.

A consecuencia de ello, Hezbolá ya no es el movimiento popular que en tiempos fue en todo el mundo árabe y musulmán, pero sigue siendo una fuerza muy eficaz y armada hasta los dientes y, como señaló Maquiavelo hace mucho tiempo, en política es más importante ser temido que ser amado.

Desde luego, Hezbolá sigue siendo respetado a regañadientes por su capacidad para hacer frente a Israel, pero ha perdido su halo como voz de los oprimidos y se ha manifestado como bando partidista y sectario que se pone de parte de Irán y de sus aliados aún a expensas de las vidas y los derechos humanos en la vecina Siria.

Pero el poder duro de Hezbolá no se ha visto afectado hasta ahora por la evolución de los acontecimientos de la Primavera Árabe o de Siria. Su despliegue en el Líbano, su capacidad para combatir y sus miles de misiles siguen totalmente intactos.

Al principio, Hezbolá se sintió encantado con el estallido de las rebeliones populares contra gobernantes estrechamente aliados con Estados Unidos y Occidente. Incluso el coronel Muamar El Gadafi de Libia estaba considerado un enemigo por haber ordenado, al parecer, el asesinato del imam chiita libanés Musa Sadr en 1978. Desde enero de 2009, Hezbolá había mantenido una auténtica guerra fría con el Egipto de Hosni Mubarak, cuando Nasralah había acusado prácticamente al Gobierno de éste de colusión con la intervención de Israel en Gaza y había pedido que «millones de egipcios salieran a las calles».

Pero, al continuar las rebeliones, resultó que el pueblo quería buen gobierno y justicia social y ya no sentía la misma pasión por Irán ni interés por unirse a un eje de resistencia. Además, al ascender los Hermanos Musulmanes en Egipto, el en tiempos aliado de Hezbolá, Hamas, se alejó de éste y de sus apoyos sirios e iraníes y encontró una nueva base en Egipto y el Golfo.

Pero la decepción de Hezbolá se volvió grave preocupación cuando los sirios se rebelaron contra Asad. Si el régimen de éste cae, Hezbolá corre el riesgo de perder su vía de abastecimiento de armas procedentes de Irán.

No podría compensar la pérdida dependiendo exclusivamente de los puertos libaneses o del aeropuerto de Beirut, porque sería fácil bloquearlos todos. Seguiría teniendo su capacidad total para ser el primero en atacar y ejercer represalias, pero, como una abeja, sólo podría hacerlo una vez. Sin la capacidad para reabastecerse, Hezbolá saldría de cualquier guerra futura con una fuerza sumamente debilitada.

Dentro del propio Líbano, Hezbolá conserva mucha fuerza, pero su posición ya no es tan cómoda. En mayo de 2008, demostró su dominio en el país al tomar la capital, Beirut. En enero de 2011, derribó el Gobierno de Saad Hariri e instaló uno más de su agrado, pero en las últimas semanas algunas zonas del norte suní se han alzado en armas para desafiar a Hezbolá y al Gobierno dominado por éste y están apoyando abiertamente a los rebeldes sirios.

En cierto sentido, esos grupos suníes están creando un enclave armado en el norte del Líbano para contrarrestar la fuerza de los enclaves armados chiies en Beirut, el sur y la región de la Bekaa. Además, Hezbolá se ha visto gravemente afectado por el rapto y la detención, que continúa, de una docena de chiies libaneses –algunos próximos a Nasralah– por las fuerzas de oposición de Siria. En la primavera de 2013, Hezbolá afrontará unas elecciones parlamentarias. Si su aliado cristiano, el Movimiento Patriótico Libre de Michel Aoun, no obtiene buenos resultados o si el siempre cambiante dirigente druso Walid Jumblatt reintegra su Partido Socialista Progresista en la alianza contra Siria, de la que en tiempos formó parte, Hezbolá perdería su mayoría parlamentaria y, por tanto, su capacidad para formar y derribar gobiernos. Tal vez previendo esas vulnerabilidades internas, Hezbolá alentó la reanudación de los debates del Diálogo Nacional entre todas las comunidades principales del Líbano y participó en ellos.

Estratégicamente, Hezbolá teme que, si cae Asad y, a consecuencia de ello, pierde su capacidad para reabastecerse rápida y eficazmente, Israel se aprovechará lanzando otra guerra contra él. En vista de que las tensiones entre Israel e Irán, protector de Hezbolá, no están resueltas, no se puede descartar ese temor. Aún cuando Hezbolá pueda adaptarse a la Primavera Árabe, teme el invierno con Israel que podría seguir a ésta.