ESTHER CHARABATI PARA ENLACE JUDÍO

Pocos sentimientos tan incómodos como la incertidumbre, es decir la imposibilidad de afirmar con seguridad, y sin dejar lugar a dudas, que las cosas son de cierta manera. A los seres humanos nos gustan las certezas, porque son un punto de apoyo para actuar y tomar decisiones. En cambio la duda es un aguijón que nos amenaza constantemente y nos obliga a revisar, desechar y cambiar nuestros planes.

Las certezas no tienen nada que ver con la verdad. Son opiniones a las cuales nos adherimos y las aceptamos como si fueran ideas verdaderas, aunque no cumplan con los requisitos de éstas: ser claras, distintas y objetivas. Cuando se busca la verdad y se formula una hipótesis, el siguiente paso es encontrar todos los argumentos para refutarla. Cuando se tiene una certeza, se buscan argumentos que la justifiquen. Y como somos sinceros, creemos en ellas.

La sociedad nos ofrece certezas a manos llenas: la globalización es la solución a todos los problemas sociales y económicos del mundo; el éxito es lo que mide a las personas; sólo la pena de muerte acabará con el crimen; ser religioso es garantía de poseer valores morales; las elecciones fueron limpias… Estas afirmaciones, cuyo único fundamento suele ser la repetición incansable, acaban convenciéndonos cuando no oponemos ninguna resistencia, cuando estamos dispuestos a aceptar las verdades “hechas” porque nos resistimos a la duda.

Existen buenas razones para esto: la duda es incómoda. Cada vez que creemos algo, que hacemos un diagnóstico, que evaluamos una situación, nos persigue, implacable, la duda. ¿Así es o así lo veo yo? ¿Esto que digo sigue siendo válido? ¿Así es o así lo quiero ver? ¿Qué hacer con esas verdades por costumbre o por sentimiento? Por otro lado, ¿podríamos manejarnos sólo con verdades? Definitivamente no, porque son difíciles de alcanzar. Tenemos que arreglárnoslas con opiniones probables que más o menos nos permiten enfrentar los problemas. Y es que en los asuntos humanos la solución a los conflictos es a menudo incierta, y es sabio reconocer que las cosas son problemáticas. Esta es la base de la tolerancia y la característica de un espíritu abierto, es decir de un espíritu que siempre busca y que escucha al mundo aceptando que no sabe todo.

Aun así, es difícil convivir con la incertidumbre: nos sentimos impotentes paralizados, incapaces. El hecho de que sea un privilegio humano nos deja indiferentes. ¿Para qué lo queremos? La respuesta es simple: para movernos. Para alejarnos de esas verdades que se han convertido en dogmas y de pronto parecen asfixiarnos y controlar nuestra existencia. Para dar un paso más en dirección de la verdad. Para tener más recursos y para ser más humanos.