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Jihad Makdessi, portavoz del ministerio sirio de Exteriores, fue ligeramente corregido ayer por su jefe, el ministro Walid al-Moallen, quien dijo que las armas químicas, si las hay, están a buen recaudo, seguras, y no serán utilizadas en la crisis interna.

Makdessi, que se ha convertido por la fuerza de las cosas en la amable cara diaria del régimen, había sido categórico y eficaz al enviar el doble mensaje: el régimen es fuerte, pero solvente, y el arma química o no convencional (bacteriológica se supone) nunca será empleada contra nuestros conciudadanos (…)sino solo contra una invasión extranjera.

El stock de armas químicas es un secreto a voces, pero nunca ha sido del todo evaluado ni mucho menos bien ubicado y ni siquiera es seguro que haya sido movido de sus lugares de almacenamiento. Siria, como otros cinco estados, nunca firmó la Convención para la prohibición de las armas químicas de 1997 (Israel la firmó, pero no la ratificó y, como en el caso de sus armas atómicas, sigue la política de deliberada ambigüedad) y se quedó así al margen de uno de los esfuerzos más exitosos de la comunidad internacional para eliminar la amenaza. Aun sin un discurso oficial al respecto se sobreentiende que su decisión siria fue una respuesta a la capacidad nuclear israelí.

La regionalización del conflicto

El episodio de la entrada en escena de las armas químicas parece una operación deliberada y, de hecho de naturaleza política y alcance regional, lo que confirmaría la tesis de que el régimen maneja en su favor el temor que suscita la extensión de la crisis al ámbito medio-oriental como un todo.

El ministro israelí de Defensa, Ehud Barak, no niega que ha dispuesto planes de contingencia para una situación extrema, es decir ante la hipótesis – realmente preocupante – de que armas químicas pudieran ser trasvasadas desde Siria a su socio libanés, el Hezbollah, la fuerza político-militar más relevante del Líbano y que detuvo el ataque israelí de 2006 con una eficacia que aún se recuerda.

Washington percibe el conflicto en Siria, pues, como una preocupación de fondo, la posibilidad de que provoque un incendio regional de proporciones desconocidas y difícilmente controlables. La tesis, cada día más extendida, de que antes o después el régimen caerá y Bashar al-Assad abandonará el poder, debería ser posible con un mecanismo ordenado que preservará los equilibrios locales, pero eso es crecientemente improbable y en Damasco lo saben.

El escenario árabe

El hecho de que los Hermanos Musulmanes sean un factor, el más relevante, en la heterogénea oposición armada ahora aceptada internacionalmente como representativa, añade un elemento a la reflexión: la Cofradía, descrita hasta el año pasado como una amenaza al sistema democrático, parece ser en Egipto, el estado central, con toda su importancia, el socio potencial de los Estados Unidos para la reordenación del escenario… y Hillary Clinton, fue por eso abucheada por un puñado de liberales la semana pasada en El Cairo.

Es en este complejo, poliédrico y acelerado escenario en el que el asunto sobrevenido de las armas químicas sirias debe ser insertado. Está por llegar a Israel el jefe del Pentágono, Leon Panetta, quien sin duda alguna va a pedir a los israelíes, como hizo Donilon, que se abstengan de tomar medidas irremediables. Lo harán porque, a su vez, no desean ver una lluvia de missiles del Hezbollah sobre su suelo, incluso aunque no estén armados – que no lo estarán – con cabezas químicas, ni tampoco quieren la vuelta del Líbano a la guerra civil…