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A su llegada al campo de exterminio de Auschwitz, la doctora Stein, de 51 años, llevaba una estrella de David amarilla sobre su hábito de carmelita. Era el 9 de agosto de 1942. Los guardias del campo clasificaron enseguida los 987 deportados judíos que llegaban en un tren-prisión desde Holanda: 464 personas fueron destinadas al campo de trabajo; las otras 523 fueron enviadas inmediatamente a las cámaras de gas y asesinadas ese mismo día.

La filósofa alemana (Breslau, 1891 – Auschwitz 1942), era mártir de modo voluntario, pues se había negado a aceptar varias oportunidades de escapar del convoy de la muerte dejando atrás a sus compañeras carmelitas, incluida su hermana Rosa, y los demás prisioneros judíos a cuyo destino se sentía profundamente unida. Autora de numerosos libros de filosofía, antropología y metafísica, Edith Stein había recibido a lo largo de los años muchas ofertas de ponerse a salvo, desde marchar como profesora a América Latina hasta un cambio de documentación y traslado a un lugar donde nadie la conociese.

Teresa Benedicta de la Cruz llegó a Auschwitz como judía y como carmelita. Su arresto (junto con el de trescientos religiosas y religiosos católicos de origen judío) era una represalia de los alemanes contra los obispos de Holanda por haber hecho leer en todas las parroquias el 20 de julio de 1942 su vigorosa carta colectiva contra la deportación de judíos.

Como intelectual de altura, Edith Stein había visto claramente el alcance de la tormenta que desencadenaría el auge del partido de Hitler. En 1933 escribió una carta a Pio XI para alertarle del peligro y urgirle a que condenase públicamente el nazismo. Le respondió en alemán el cardenal Eugenio Pacelli –futuro Pío XII- asegurándole que el Papa había leído la carta. Con el asesoramiento de Pacelli, Pío XI condenó duramente el nazismo en 1937 en la encíclica «Mit Brennender Sorge», pero fue inútil: Hitler continuó su marcha arrolladora.

Homenaje en el Vaticano

El Vaticano rinde hoy homenaje a esta pionera del trabajo intelectual de la mujer desde las páginas de «L’Osservatore Romano», donde se publica muchos testimonios de personas que hablaron con Edith Stein en los siete días transcurridos desde su arresto en el Carmelo de Echt el día 2 de agosto hasta su llegada a la mayor maquina de muerte construida en la historia de la humanidad.

El periodista Piet Van Kempen fue a verla al campo de concentración de Westerbork, el último en territorio holandés, y la encontró absolutamente serena. Durante la conversación encendió un cigarrillo y «le pregunté si le apetecía uno también a ella. Me dijo que había fumado una temporada y que, de estudiante, también bailaba». La antigua discípula de Edmund Husserl, estudiante universitaria en Gotinga y doctora en filosofía a los 25 años por la Universidad de Friburgo, traslucía una personalidad extremadamente equilibrada y madura. Había sido enfermera en Austria durante la Primera Guerra Mundial, y llevaba mucho tiempo curada de espanto ante las salvajadas que el ser humano puede realizar.

La fenomenología ayuda a descubrir la verdad, y varios discípulos de Husserl se habían convertido al cristianismo. En 1921, Edith Stein se encontró la autobiografía de Teresa de Ávila en casa de otra filósofa, Hedwig Conrad-Martius, también discípula de Husserl. Era una luz como ninguna anterior, y la conversión fue inmediata.

Durante once años continuó investigando y publicando libros de filosofía, al tiempo que profundizaba en los místicos castellanos. En 1933 entró en el Carmelo de Colonia. Siguió escribiendo allí y también en el Carmelo de Echt (Holanda), a donde la enviaron en 1938 para ponerla a salvo de los nazis. Sus papeles fueron recuperados en las ruinas del convento al final de la guerra.

Juan Pablo II, el Papa filosofo que sufrió también el nazismo, la declaró beata en 1987 y la canonizó en 1988. Desde 1999 es patrona de Europa junto con santa Brígida de Suecia y santa Catalina de Siena.