MARCELINO PERELLÓ/EXCELSIOR

Los británicos no se cansan de hacer el ridículo. Más que los británicos, los ingleses. Siglos ha que lo hacen, pero van de peor en peor. Los recientes Juegos Olímpicos fueron una demostración patente de su ineficacia y de su gusto por el kitsch.

Pero por lo visto siguen con el antojo. Si en los Olímpicos exhibieron simplemente su mal gusto y su mal hacer, en el caso Assange, que se inicia no bien terminadas aquéllas, se vuelven a poner en evidencia.

Pero si la chabacanería deportiva fue más bien inofensiva, fastidiosa pero inocua, en el caso del fundador y mantenedor de WikiLeaks ha adquirido tintes dramáticos que van mucho más allá de un simple episodio judicial.

La paradoja no puede no llamar la atención: los ingleses deciden emprender la conquista tardía de las tierras vírgenes de la América septentrional, apenas en el siglo XVII, cuando españoles y portugueses ya llevaban asentados más de un siglo en el Nuevo Mundo. De manera que la historia de la conquista y colonización de lo que hoy son Estados Unidos y Canadá transcurrió en modo muy distinto.

Sin embargo, Nueva Inglaterra y el resto de los territorios ocupados no dejaron de ser unas colonias. Distintas ciertamente a las de los latinos, pero colonias al fin. Tan disímil fue la cosa que los criollos anglos se independizan de la metrópolis 40 años antes que los lusos e hispanos (y galos, en menor medida).

Y sin ninguna duda es también esa diferencia la que explica que si Estados Unidos fue alguna vez colonia inglesa, hoy la Gran Bretaña (Inglaterra), por uno de esos oscuros vericuetos de la historia, se haya convertido en una colonia de los gringos. Y que se hayan sometido dócilmente a su política, su economía, su cultura. Y a su mal gusto.

Es nada menos que Sigmund Freud, en su deliciosa obra El chiste y su relación con el inconsciente, el que explica la siguiente ocurrencia. Antes de contársela yo a usted quizás es preciso recordarle, ilustrado lector, que a la parte más estrecha del Canal de la Mancha (que es por donde pasa el tren submarino, es decir, subterráneo, es decir, subterráneo-submarino) los franceses la llaman Paso de Calais y los ingleses Estrecho de Dover.

Pues bien, nos dice Sigmund que están conversando dos caballeros, uno inglés y el otro francés. El primero sentencia: “Entre lo sublime y lo ridículo no hay más que un paso”. A lo que el segundo responde, sin inmutarse: “En efecto, amigo mío, el Paso de Calais”.

Broma, broma, pero las cosas van mucho más allá de la simple puntada, del witz, como lo llama Freud. Los ingleses —no todos, por supuesto—, además de ridículos, son gazmoños y petulantes. Ya que va de chistes la cosa, permítame contarle otro:

Boletín meteorológico de la BBC: “El mal tiempo que azota el occidente de Europa ha obligado a suspender el tráfico marítimo y aéreo sobre el Canal de la Mancha. Las comunicaciones por radio, electrónicas y satelitales, también han sido interrumpidas, de manera que en estos momentos el continente se encuentra aislado”.

La condición colonial de Inglaterra, sin embargo, no es un chiste. No porque sí el general De Gaulle, cuando presidía la República francesa, se opuso tajantemente a que el Reino Unido (¿unido?) formara parte de la naciente UE, entonces Mercomún. “La Gran Bretaña no sería sino el caballo de Troya de Estados Unidos”, afirmaba.

Frederick Forsyth en su bestseller, Chacal, que trata de una supuesta conspiración para asesinar a De Gaulle, escribe, palabra más palabra menos, que: “De Gaulle, con sus lapidarias palabras demolió el sueño del primer ministro Harold Wilson de pertenecer a la Comunidad Económica Europea”.

La evidencia de tal dependencia es incluso obscena, diría yo. Recientemente la constatamos en Afganistán y en Irak, bajo el gobierno del impresentable Tony Blair. Después en Libia, bajo el impresentable David Cameron. Uno laborista y el otro conservador. Ja ja.

Pero la persecución a Julian Assange es la peor de todas. Menos sanguinaria, pero más vergonzosa. En principio quien persigue al australiano es Estados Unidos, por haber “revelado” secretos de Estado. Curiosa acusación, pues quienes en realidad lo revelaron fueron los medios que los sacaron a la luz e hicieron el gran escándalo.

Ahí los quiero ver, acusando y persiguiendo al The New York Times, al Washington Post, al Guardian, a Le Monde, a Der Spiegel o Il Corriere de la Sera, entre otros que publicaron las filtraciones que obtuvo Assange. Me pregunto seriamente si los hackers son considerados delincuentes y si sus delitos están tipificados. De momento —y han pasado años— las autoridades gringas no han acusado formalmente a Julian de ningún acto punible.

Dicen, sí, que es un espía y un traidor. ¿Podrá considerarse como espionaje el obtener documentos de la red sin autorización? Conozco docenas de jóvenes que lo hacen constantemente, bajan programas sin licencia y crackean cuanta aplicación les interesa. En el mundo deben ser cientos de millones. Órale, persíganlos. Ja ja.

Reconozco que Assange es más “incómodo” que la mayoría. Pero eso no es problema de Assange. Es problema de los gobiernos, en particular del de Washington, de las empresas y los bancos, en particular gringos, a los que no les gusta que se exhiban sus trapacerías, esas sí, criminales. La mejor manera de que no le pisen a uno la cola, es no tenerla.

Endosarle el delito de “traición”, aunque sea de manera informal y mediática, es otro poema. ¿A quién habrá traicionado nuestro hombre? Que yo sepa no es ciudadano estadunidense ni nunca lo ha sido (ni creo que tenga intención de serlo; ja ja). Y el gobierno australiano, del que sí es súbdito, y que también ha balconeado, no ha presentado ni anunciado ninguna querella contra él.

Viendo, pues, que la situación se les complica, los estrategas del Potomac deciden aplicar el mismo expediente que a Dominique Strauss-Kahn, y que tan bien les funcionó. Una muchacha inocente y decente lo acusa de haberla acosado sexualmente, de haber intentado violarla. Después quedará claro que la chava no era ni tan inocente ni tan decente, pero ya daba igual. La carrera política de Dominique había sido definitivamente arruinada. Ni presidencia del FMI ni presidencia de Francia. Christine Lagarde y François Hollande se frotan las manos. Ninguna sospecha recae sobre ellos, claro. Ja ja.

Con Julian deciden doblar la apuesta. Que las chicas sean dos. También inocentes y decentes. Y esta vez, además, güeras y suecas. Ya sabemos que Suecia y los suecos son intachables. Ja ja.

Pero tendremos que comentarlo y carcajearnos la semana que viene. Ya no tengo espacio. No sé por qué las páginas de Excélsior son cada vez más pequeñas.

Y platicaremos del refugio político que Ecuador le otorga a Assange, de cómo el gobierno del presidente Correa les echa a perder el vodevil, y del nuevo papelón de Downing Street, que amenaza con pasarse los principios diplomáticos por aquello que no tienen, y allanar la embajada de Ecuador, territorio soberano del país sudamericano. Inconcebible. Pero es que ya no hayan qué hacer. Pobrecitos. Ja ja.