EL ROSTRO DE LA VERDAD Y ENLACE JUDÍO

En una visita a Enlace Judío, Mauricio Flegman, Presidente del Comité de Honor y Justicia de la Kehilá Ashkenazí, habló de su padre, Jeno Flegman Z”L, sobreviviente del Holocausto- y de su legado.

El testimonio que presentamos aquí proviene del indispensable volumen “El Rostro de la Verdad” (Memoria y Tolerancia 2002), donde se publican las experiencias de los sobrevivientes del Holocausto residentes en México.

Lo siguiente es un fragmento de lo que relató Jeno Flegman Z”L:

“…Nos metieron en vagones de animales, la gente mayor murió, en ese mismo lugar hacíamos nuestras necesidades, era espantoso, no hay palabras para describirlo. Como era joven me tocó ir parado, día y noche, hasta que llegamos a Auschwitz el 20 de mayo de 1944.

Abrieron los vagones. Los judíos que nos recibieron hicieron una sola recomendación: que los niños no fueran con sus madres, que fueran con las abuelas o solos, porque si no, también mataban a las madres. Ahí fue donde vi por primera vez a Menguele, parado en un banco, haciendo la selección. A mi mamá la formó en el lado izquierdo y a mi hermana en el derecho. Mi mamá se cambió a la fila de mi hermana, al verla, Menguele interrumpió la selección y él mismo fue por mi mamá, la agarró del brazo y la llevó al  lado izquierdo; ese mismo día la mataron en la cámara de gas.

A mi hermana la mandaron a Bergen-Belsen. Mi padre y yo quedamos juntos; nos hicieron desvestirnos y nos rasuraron. Era triste. Es muy difícil explicar lo que sentíamos. Nos bañaron y nos dieron ropa de prisioneros. Así empezó la desgracia.

Teníamos un hambre terrible, nos dieron un plato de sopa para diez personas. Lo hacían a propósito para que nos peleáramos por la comida, era humillante. El rabino no quería comer porque la sopa no era kosher. Papá le dijo; “¿Qué te pasa? Ya no hay religión”. Papá me dijo: “Si te preguntan cuántos años tienes, di que tienes 18″. A mis 14 años, era un joven alto, fuerte y me mandaron a la derecha. Si les hubiera dicho mi edad, me hubieran quemado desde el primer día.

Sólo estuvimos una semana en Auschwitz, cuando nos llevaron a Mauthausen en un vagón más decente, nos dieron pan y salami para el camino Ya no necesitaban gente para trabajar, así que nos metieron a todos a la cámara de gar, pero de repente, quién sabe por qué, dieron una contraorden y abrieron. Contaron 500 personas, nos sacaron y volvieron a cerrar la puerta. Así nos salvamos.

Nos llevaron caminando a Gusenweig, otro campo. Ahí fui asignado junto con mi papá, para abrir túneles. De regreso, nos hacían cargar una piedra de gran tamaño lo cual no servía de nada; era sólo para deteriorarnos físicamente. Si a los capos no les gustaba nuestro trabajo, nos golpeaban. También hubo derrumbes. Morir no era novedad.

El jefe me quiso hacer capo y yo me negué. No estaba dispuesto a golpear a los demás, así que me castigaron con 25 latigazos. Por unas semanas no tuve trabajo fijo y me mandaron a distintas actividades. Mi padre todavía estaba conmigo, cada vez más débil. Tenía 48 años y seguía en el grupo en el túnel. Era mucho trabajo y muy poca comida. Poco a poco se iba acabando.

En la formación, eligieron a 15 jóvenes que hablaran alemán para crear el comando Gertner. Yo fui elegido. Era un comando dedicado a trabajar en las casas de los alemanes. Había que limpiar, hacer las camas, preparar la ropa, cuidar el jardín. El alemán del que yo era mozo, me daba la comida que le sobraba, pero mi suerte no fue completa: a los pocos días seleccionaron a mi padre. Mi padre sabía lo que venía. Ese día, le dieron pan y tabaco, algo inusual en el campo.

El tabaco era valioso, se podía cambiar por pan. Antes de irse, se despidió de mí. Me dio su pan y su tabaco: #Tú lo necesitas, a mí igual me van a matar, pero tú vas a sobrevivir”. Me hizo memorizar el nombre y la dirección de mi tío Nicolás Stern que vivía en México: Honduras 63″.

(…)

“Mi tío me mandó dinero para comprar el boleto de barco. Cuando llegué a México ya estaban mis hermanos aquí. Fue muy impresionante. Llegué a un país libre donde había progreso. Era otra vida, era la vida real. Había que empezar. Trabajaba con un señor que importaba papel pero el doctor me prohibió seguir ahí porque me dolía la espalda. Entonces Edmindo Stern, el hermano de mi tío, que siempre tuvo gentilezas conmigo, me dijo: “Yo vendo listones y aquí hay mucho mercado, vende conmigo”. Se me abrió el mundo. Al año pude comprarme un coche . Vendía viajaba. Conocí toda la República . Nunca me faltó nada . México me dio todo”.