LEO ZUCKERMAN/EXCELSIOR

En todas las naciones hay fanáticos de todas las religiones. En unas más, en otras menos. México no es la excepción. Ahora nos enteramos de la existencia de una de estas comunidades en Michoacán. En ese lugar, que está aquí, en este país en el que vivimos usted y yo, “está prohibido jugar futbol, leer diarios, ver televisión o estudiar”. Rodrigo Aguiar y América Juárez han escrito una crónica que describe cómo se vive en Nueva Jerusalén “fundada  en 1973, luego de que supuestamente la Virgen del Rosario se le apareció a una anciana llamada Gabina Romero, que transmitió órdenes al párroco de Puruarán, Nabor Cárdenas Mejorada, para que creara una comunidad ‘protegida por la divinidad’”.

El autodenominado Papá Nabor impuso un estricto código de conducta. Las mujeres, por ejemplo, tienen que vestirse “como la Virgen”, con largas faldas y pañoletas en la cabeza. Si bien la Iglesia católica se opone a esta secta, los gobiernos la han tolerado a lo largo de su historia. Los priistas lo hicieron a cambio de que todo el pueblo votara en bloque por el PRI. Típica actitud de aquellas épocas: tú votas por mí, yo no me meto contigo y llevamos la fiesta en paz.

Los pobladores de Nueva Jerusalén incluso amurallaron su comunidad para que no pudiera entrar gente ajena. El tal Papá Nabor, de acuerdo con la crónica referida, gobernaba como se le pegaba la gana, transmitiendo sus órdenes como si vinieran directamente de autoridades divinas. Cuando murió, el liderazgo de esta secta lo tomó el sacerdoteMartín de Tours.

A partir de la muerte de Cárdenas se dieron divisiones en la comunidad. Hay familias, por ejemplo, que quieren una educación laica. De Tours, sin embargo, se opone y ha amenazado con expulsarlos. Por lo pronto mandó  quemar la escuela pública y, cuando comenzó el último ciclo escolar, sus huestes impidieron que se dieran clases. Según él, son órdenes que vienen directamente del cielo. No descarta que haya violencia. En sus sermones afirma que “la Virgen quiere mártires y sangre”.

Las autoridades, las de verdad, las elegidas por los hombres, no saben qué hacer. Ni los gobiernos perredistas en Michoacán ni los panistas a nivel federal han resuelto la papa caliente que les heredaron los priistas. Nadie se ha querido meter en este conflicto que pone en entredicho al Estado laico y que potencialmente puede generar mucha violencia. Porque ya sabemos que los pleitos son a muerte cuando están involucrados fanáticos religiosos que hablan con Dios.

Al parecer todos han querido mantener este caso de fanatismo religioso escondido bajo la alfombra: el Episcopado Mexicano, al que le incomoda esta secta católica, los gobiernos federal y estatal y la propia comunidad de Nueva Jerusalén, a la que le conviene el silencio.

Para entender más sobre este caso, entrevisté a Bernardo Barranco, sociólogo de las religiones. Me reiteró que se trata de un viejo conflicto que recién sale a la luz pública. Considera a Nueva Jerusalén como una secta católica disidente de la Iglesia. Recupera a Max Weber para justificar su definición de “secta” por tres características que las distinguen: un liderazgo fuerte, como fue el de Cárdenas; un regreso a las fuentes originales bíblicas que los hace fundamentalistas; y una intransigencia al mundo de los valores modernos. Consideran que los de afuera están mal, que los puros son ellos.

Barranco dice que la secta se opone a las renovaciones del Concilio Vaticano Segundo y sus reformas eclesiásticas. Es un grupo ultratradicionalista de alrededor de tres mil habitantes. Un fenómeno sociológico fascinante: es como una burbuja en el tiempo que recuerda lo que fue el catolicismo en el tiempo de los cristeros del siglo XX mexicano.

Tienen, desde luego, un dejo de machismo en contra de las mujeres, como en el Oriente Medio. Sus escuelas no imparten el pensamiento laico y científico.

Es, en suma, un Estado dentro del Estado. Tienen su propia policía y están encapsulados dentro de un muro. Una comunidad teocrática profundamente reaccionaria a la modernización. El problema es que en Nueva Jerusalén se violan muchos derechos constitucionales. Barrancolo define como un problema de soberanía: “No puede haber un Estado dentro del Estado”. Las autoridades, por tanto, deben intervenir pero con mucho cuidado.

Ayer, por lo pronto, alrededor de 200 policías federales y estatales llegaron a las inmediaciones de este poblado a fin de asegurar que los niños reciban la educación laica, a la que tienen derecho. A ver qué sucede.