Artículo de octubre de 2011

JOSÉ KAMINER TAUBER

En la antigüedad, cuando existía el templo de Jerusalén, la actividad central en Yom Kippur era el largo servicio de sacrificios y ofrendas que eran llevadas allí por el Cohen Hagadol (el Sumo Sacerdote). En la época del primer y segundo Bet Hamikdash se realizaba en Yom Kippur el acto más solemne descrito en el “Sefer Avodá” (Libro del Servicio Divino): el trabajo del Templo, la adoración a D’os y las ofrendas comunitarias.

Las tareas de Yom Kippur del sumo sacerdote al entrar al Sancto Santorum (Santuario de los Santuarios),  elevar inciensos y rezar por él y el pueblo de Israel, realizando todo tipo de trabajos sagrados, que se recitan en la oración de Musaf de Yom Kipur. En la actualidad, nosotros tenemos los servicios de oraciones de todo el día en la sinagoga.

Muy pronto, después de la destrucción del Templo, la confesión de los pecados era una parte fija de los rezos de Yom Kipur.

Una vieja costumbre del penitente judío es que, mientras dice las líneas de esta confesión, se golpee el pecho, cerca de la zona del corazón,  para marcar su contrición por cada uno de los pecados cometidos.

Pues bien, entonces no es accidental ni es una coincidencia que toda la confesión de Yom Kippur sea en plural. En toda la lista no hay ninguna confesión que diga “el pecado que yo cometí”;  cada línea comienza diciendo “por el pecado que nosotros cometimos”. Preste atención a su vecino. Usted sólo escuchará los pecados de Clal Israel, el pueblo Judío en su integridad. Por ellos nosotros rogamos el perdón en el sagrado Día de arrepentimiento.

Pero entonces, usted bien podría preguntar, ¿es posible que falte algo importante? ¿No debería haber, también, una confesión de pecados personales?

Debe subrayarse que en Yom Kippur, nuestra ley religiosa permite, e incluso alienta, la confesión de los pecados personales entre los pecados colectivos, por la misma razón que nuestros Sabios decretaron que la amidá, la principal y extensa oración cotidiana de las 18 bendiciones, sea dicha en silencio.

A través del difícil y largo exilio judío se mantuvo la responsabilidad colectiva y la culpa colectiva. Desde la Edad Media en adelante, nuestra historia recuerda suficientes casos en que un judío, o unos pocos, eran acusados de un crimen, y que toda la comunidad sufría.

Todos ustedes son garantes uno del otro, dice el Midrash –responsables uno del otro: si hay, incluso, un solo tzadik, un hombre de bien, entre vosotros, ustedes acreditarán sus méritos; y no sólo ustedes sino el mundo entero también: puesto que las Escrituras establecen, el hombre de bien es la fundación del mundo (Proverbios 10:25). Pero si uno de vosotros peca, toda su generación sufre.

Por lo tanto, nosotros nos paramos en la sinagoga en Yom Kippur, como miembros del pueblo de D-os; aceptando nuestra común responsabilidad,  confesamos nuestros pecados en plural: los pecados de Clal Israel. Y de esta forma, como seres humanos creados a semejanza de la imagen Divina, nuestra dignidad personal es resguardada.