Artículo de diciembre de 2011

LEONARDO COHEN EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

Israel cumplirá en algunos meses 64 años de existencia, y es difícil pensar en el país como era en sus comienzos. Las cosas aquí están en permanente cambio al igual que en cualquier otro país. En conversaciones privadas con muchos compañeros, amigos y colegas, me voy dando cuenta que de manera cada vez más intensa se va repitiendo la pregunta de ¿a dónde va el país y en qué van a desembocar las tendencias ideológicas dominantes de los últimos años? Uno de los temas que más causa inquietud en estos días es el del futuro que le espera a la sociedad democrática en su conjunto y en particular a los movimientos ciudadanos y a la disidencia política del país.

En un conciso pero agudo artículo publicado el 10 de diciembre en el diario Haaretz, el psicoanalista Carlo Strenger sintetiza la manera en que Israel se va despidiendo, gradualmente, del espíritu de occidente, y de occidente mismo. En los próximos años –nos dice– Israel difícilmente será sancionado por el mundo libre. Podrá seguir comerciando con Europa y participando en las competiciones deportivas internacionales. Pero la democracia israelí, pasa por un proceso semejante al que pasó Rusia, donde se fue recortando gradualmente la libertad de movimiento de los organismos no gubernamentales y de los medios de comunicación. La democracia pasó así a ser sólo un procedimiento formal carente de una participación ciudadana activa, una especie de teatro donde los resultados se sabían siempre de antemano. En este contexto, no debería sorprendernos el comentario del Ministro de Relaciones Exteriores israelí, que hace sólo unos días avaló las dudosas elecciones en Rusia, las cuales han sido a su vez profundamente cuestionadas por la sociedad civil rusa y por la propia administración americana.

Y es que, al parecer, no tenemos ya nada que aprender del mundo libre. El pasado 5 de diciembre Ofir Akunis, uno de los diputados más cercanos a Binyamin Netanyahu declaró en un programa televisivo, que el senador norteamericano Joseph McCarthy tuvo razón en todo lo que hizo cuando en la década de los cincuentas desencadenó una “cacería de brujas” en su país. Es un hecho –dice Akunis– que efectivamente había infiltrados soviéticos en Estados Unidos. Lo dicho por Akunis podría ser simplemente anecdótico de no ser porque este mismo diputado del Likud, ha sido uno de los promotores de la nueva legislación que busca limitar las donaciones de gobiernos extranjeros a organizaciones de derechos humanos. Esta legislación pretende “sentenciar a muerte”, por falta de fondos, a todas las organizaciones que le “dan lata” al gobierno, a las organizaciones que tienen como tarea fundamental responder por aquella población desprotegida a la que el Estado, precisamente, ha dado la espalda. Entre ellas se encuentran organizaciones que reivindican derechos tanto de la población palestina como de la judía, organizaciones como Betzelem (Centro de información israelí por los derechos humanos en los territorios ocupados), Yesh Gvul (Hay límite), el Comité Público en Contra de la Tortura en Israel, Shovrim Shtika (Rompiendo el silencio), Paz Ahora, o Mishpajá Jadashá (Nueva Familia), que permite establecer contratos familiares y matrimoniales al margen del rabinato en Israel.

El respaldo de Akunis al desprestigiado Macarthysmo –que constituyó de hecho uno de los episodios más oscuros en la historia de Estados Unidos y también de los judíos norteamericanos en el siglo XX– no pude considerarse, por tanto, fruto de la ignorancia. Aún desconociendo lo que este episodio significó para muchos judíos víctimas del antisemitismo, Akunis sí quiso decir lo mismo que McCarthy, a saber, que también en nuestra sociedad y en nuestras instituciones, hay infiltrados que deberían de ser investigados, silenciados y castigados.

Que el actual gobierno percibe cada vez más el espíritu del mundo libre como una amenaza es algo que se refleja en el discurso cotidiano de nuestros gobernantes, en los ataques verbales a la Suprema Corte de Justicia por considerarla demasiado liberal, y en la manera en que los rivales políticos son etiquetados como “asistentes del terrorismo”, según palabras del propio Ministro de Relaciones Exteriores, Avigdor Liberman. Incluso frente a la preocupación que Hillary Clinton ha externado acerca de los rumbos por los que avanza la democracia israelí, el Ministro de Medio Ambiente, Guilad Ardan, ha hecho un llamado a que la Secretaria de Estado se ocupe de sus propios asuntos.

Como todo proceso de descomposición política, en el caso de Israel resulta difícil localizar con claridad el hecho histórico que nos señala si acaso hemos llegado al punto de no retorno en lo que se refiere al deterioro de nuestra tradición democrática. Pero el conjunto de leyes anti-liberales que se pretenden promulgar o se promulgaron los últimos dos años, aunado a la retórica de patriotismo que emerge de todos los representantes de la coalición, nos permiten vislumbrar que, para quienes gobiernan el país, la identidad de Israel como país occidental ha dejado de ser relevante. Para los líderes de la coalición, la Margen Occidental es y seguirá siendo propiedad exclusiva del pueblo judío, sin importar lo que al respecto diga el mundo. Lo que ellos dicen, entre líneas, es que “lo que Rusia puede hacer en Chechenia y los chinos en Tibet, lo podemos hacer nosotros en la Margen Occidental”. En otras palabras, Israel no necesita verdaderos aliados en el mundo libre.

Como señala Carlo Strenger, el país podrá convertirse en una etnocracia con algunas características de tipo teocrático, sin que ello llegue a tener consecuencia alguna. De cualquier forma, todos los países comercian con los chinos y con los rusos, y los rusos y los chinos viajan por Occidente sin problemas de ningún tipo. ¿Para qué necesita Israel de amigos en Occidente?

En un artículo aparecido no hace mucho en este mismo foro, Julián Schvindlerman llamó a Vargas Llosa “el amigo prescindible de Israel”. Tal vez, al igual que Schvindlerman, la coalición gobernante considera que son muchos los amigos prescindibles de Israel. Desde los judíos liberales del continente americano, los intelectuales de occidente y hasta los gobiernos europeos; quizá se pueda incluir también a Hillary Clinton y al propio Barak Obama. Nos podremos conformar, y quizá hasta sea suficiente, con el apoyo de la derecha judía de Estados Unidos y de la derecha evangelista norteamericana. Desde esta perspectiva, es posible que Israel sobreviva mucho tiempo más sin boicots ni sanciones internacionales. Así probablemente piensa la coalición gobernante. Por tanto los judíos liberales que queden en Israel y en la diáspora deberán estar atentos para no sorprenderse cuando vean que el rostro de Israel ha cambiado tanto que no es posible reconocerlo ya.