ANGELINA MUÑIZ-HUBERMAN

La expulsión de los judíos de España en 1492 cambió radicalmente la historia no sólo de España sino de Europa y América. En busca de nuevos países donde poder seguir desarrollando su cultura, conocimientos y vida práctica los sefardíes poblaron nuevas regiones. En las carabelas de Cristóbal Colón llegaron como cartógrafos, pilotos y tripulantes.

En el caso del recién descubierto continente fue, en un principio, la esperanza de poder escapar a la persecución inquisitorial. Pronto esta situación cambió y los sefardíes se trasladaron de país a país en busca de paz y tranquilidad. Da comienzo el criptojudaísmo como solución de una doble vida que permitiera mantener las apariencias ante el mundo cristiano y, en el interior de los hogares, conservar su fe original.

En la Nueva España esta doble vida se calcula que, a mediados del siglo XVII, dio lugar a la existencia de alrededor de quince congregaciones en las ciudades de Puebla, Guadalajara, Veracruz, Zacatecas, Campeche, Monterrey y Mérida, además de otras existentes en Guatemala, Honduras y Nicaragua, según datos de Seymour B. Liebman.

Otro fenómeno, como resultado de lo anterior, fue el nacimiento de movimientos mesiánicos que devolvieran la esperanza a un pueblo perseguido. El verbo “esperar” fue clave para identificar a los judíos y, pronto fueron llamados “los esperandos”. Este epíteto se aplicó, sobre todo, a los judíos sefardíes que escaparon primero a Portugal hasta que la Inquisición también los alcanzó y luego a los Países Bajos, donde dejaron de ser perseguidos y pudieron desarrollar sus actividades y declarar abiertamente su judaísmo. El caso del pintor Rembrandt y sus cuadros de personajes de la comunidad judía, es un claro ejemplo de su aceptación e integración. Otro camino hacia la libertad fue el regreso oficial a Inglaterra (luego de haber sido expulsados en la Edad Media) durante el gobierno de Oliver Cromwell.

Una consecuencia del establecimiento en Holanda e Inglaterra dio lugar a una nueva profesión: la piratería y su unión a esas naciones para atacar las naves españolas cargadas de riquezas, producto de la explotación de las colonias americanas. De este modo, los sefardíes se involucraron también en la diplomacia, la política y el espionaje.

Asímismo, la presencia de los judíos conversos en la Nueva España fue notoria en el aspecto cultural, como en los casos de Mateo Alemán, González de Eslava, Carbajal el Mozo. Pero al ser instaurado el Tribunal de la Inquisición muchos de ellos fueron perseguidos y condenados a la hoguera.

Los judíos portugueses o esperandos que se establecieron en Brasil y las islas caribeñas desarrollaron la agricultura y la industria. De Brasil, cuando empezó la persecución inquisitorial, se trasladaron a las islas caribeñas y a Nueva Inglaterra.

En la actualidad, tanto en España como en los países iberoamericanos, son muchas las familias que aún reconocen su origen judío y se saben descendientes de aquellos primeros sefardíes que emigraron a tierras nuevas para preservarse a sí y a su religión de una manera tan tenaz que, a lo largo de los siglos, no ha podido ser olvidada.

En el caso de la Nueva España la presencia femenina fue muy poderosa. Los estudios de Alicia Gojman de Backal y su grupo de investigación, de Solange Alberro, de Eva Alexandra Uchmany, además de Martin A. Cohen y de Mary E. Giles , entre muchos otros, muestran su importancia. Los nombres de las procesadas por judaizantes, desde las mujeres de la familia Carvajal hasta Anna Váez, Marina de San Miguel, y una larga lista, se suman al conjunto de esas mujeres invencibles que fueron llamadas “empecinadas” por la Inquisición. Para ellas constituyó un deber trasmitir de madre a hija su judeidad.
Los esperandos

Durante el siglo XVII el auge del mercantilismo se debió, sobre todo, a los esperandos y a los ya abiertamente judíos sefardíes de Holanda. Incluso los famosos hermanos piratas, Samuel y José Palache, llegaron a ser posteriormente miembros prominentes de la comunidad sefardí de Amsterdam.

La historia del mercantilismo y el auge de los mercaderes sefardíes de Amsterdam fue tan relevante que un siglo después (XVIII) dio lugar a la construcción de la bellísima sinagoga portuguesa de maderas preciosas preservada hasta nuestros días. La “esnoga”, como es llamada, cuenta con setenta y dos ventanas en forma de arco. Se ilumina con candelabros que contienen hasta mil velas. Cuatro inmensas columnas jónicas y ocho arcos de madera sostienen el techo. Fue la sinagoga más grande existente y los grabados de la época reflejan la cantidad de asistentes con sus mejores galas.

Dos grandes representantes de la época completan el cuadro. Uno es Rembrandt, como ya se mencionó, con su interés no sólo por los temas bíblicos, sino también por la comunidad judía y los personajes que pintó, además del hecho de vivir en el barrio judío. El otro, Baruj Spinoza, quien escribió sus libros filosóficos en ese ambiente, a pesar de que sus ideas chocaran con la ortodoxia religiosa y fuera excomulgado.

Así, comercio, piratería, arte, pensamiento filosófico y misticismo representaron las luchas de una época plena en acontecimientos, hallazgos, paradojas, contrariedades, ironías, grandezas e indignidades.

Movidos por los resortes de las guerras como en cualquier época los esperandos se aferran a la idea de un mundo mejor en cuanto reinen las paces. Pero se acostumbran a que la guerra es el estado natural y tratan de sobrevivir a toda costa.

Los esperandos son por eso los sobrevivientes. Los que cruzan y recruzan las fronteras: las borran, las evitan, las destruyen. Son capaces del bien y del mal sin importar mucho. Pertenecen al mundo de lo inestable y, en el fondo, saben afianzarse a clavos ardientes.

Los esperandos no se conforman con el término medio. Es más, no existe para ellos. Lo único que saben es vivir en los márgenes, en el más absoluto de los extremos. Pareciera que carecen de reglas y no es así, sino que elaboran las suyas de manera intercambiable. Son una especie de violentadores dentro del barco y sobre el mar.

Notas sobre el comercio y la piratería

Algo muy esperanzador es el comercio. A los piratas les gusta interceptarlo para sus propios fines. Que no sólo son fines propios en sí, sino para cubrir las apariencias de fines más allá de lo visible, es decir con un contenido político. Que viene a ser lo mismo, porque la política es un comercio disimulado. Y, a veces, ni siquiera disimulado. La política es cínica, aunque también misteriosa. Fluctuante y arbitraria. Impredecible. Sujeta a los cambios del clima o a los humores y pasiones. Es algo muy dañino, pero infalible.

La piratería es otro gran asunto. Desde 1525 el término empieza a circular por todos los mares, así como sus practicantes. Su origen griego comprueba que donde se originó fue en el Mar Mediterráneo.

El comercio marítimo ya aparece en la Biblia, con las famosas naves del rey Salomón hacia Tarsis. Y no digamos los griegos, rodeados de mar y mar: por todas partes y, a veces, por todas menos una. Como los romanos, tan orgullosos del mar que se lo apropiaron y lo llamaron Mare Nostrum. Así que, por el agua viajan los barcos cargados de historias. Jonás, Ulises, fenicios, hebreos, romanos, griegos, troyanos, egipcios, españoles, Benjamín de Tudela, árabes, turcos, Cervantes, los marroquíes, los esperandos, los hermanos Palache. Padeciendo aventuras, ataques, tempestades, persecuciones y provocándolas.

De tan amplio espectro, sólo escogeré algunos casos representativos a manera de ejemplo y su intervención en la vida del Atlántico caribeño.