SAMUEL SCHMIDT PARA ENLACE JUDÍO

Veo un video sobre Atenco y pierdo el habla. Se trata de una represión del gobierno federal mexicano en colaboración con el del Estado de México cuando Peña Nieto era gobernador. La gente fue detenida en sus casas, las mujeres violadas, un niño asesinado con un balazo al pecho con un arma de la policía, otro niño fue dejado morir con la cabeza abierta y no hubo sanción a los policías que abusaron. Para Peña fue una operación limpia, solo hubo un muerto –así lo dijo en un noticiero nacional-. Los pobladores de Atenco habían salido a las calles con machetes, que nunca usaron porque no se reportó un solo herido con ese instrumento de trabajo. Se opusieron a que el gobierno les quitara 5,000 hectáreas a cambio de un pago irrisorio, el terreno era para hacer un aeropuerto y ellos tendrían de trabajar en el mismo, tal vez limpiando baños, o cualquier otro trabajo de muy baja calificación. Fox optó por avalar una especulación inmobiliaria que perjudicaba a los poseedores de la tierra para beneficiar –una vez más- a la élite. No se puede engañar a toda la gente todo el tiempo, dice la famosa frase. La operación del aeropuerto se canceló pero no así el agravio de la sociedad. Los ejidatarios de Atenco estaban en la miseria y el gobierno en lugar de acudir en su auxilio los trató de hundir todavía más. No tardo en encenderse la mecha, bastó un desalojo de vendedores de flores para que salieran a relucir los machetes una vez más, pero ahora fue atendida con una expresión represiva que mostraba la rabia del gobierno contra una población rebelde que no se dejó pisotear. El gobierno justificó la represión porque “eran muy pocos” los que protestaban y “había gente de afuera”. Como si hubiera un número básico de manifestantes que pudiera forzar a autoridades autistas a atender demandas –justificadas o no-, o si las comunidades se aislaran del mundo para que el gobierno midiera el nivel de brutalidad con que instruyen a actuar a los policías. Hay un testimonio de policías sobre la instrucción de golpear con saña si no están los medios de comunicación. Recientemente unos estudiantes Michoacanos secuestraron unidades de transporte y algunas fueron incendiadas, sus demandas eran frenar una reforma educativa que no quieren –lo que lograron en parte- y que el gobierno impuso porque sentía que ya era hora que la currícula se reformara, así lo declaró el subsecretario de educación superior.. La explicación de los estudiantes sobre el secuestro de vehículos es pedestre, naive y demuestra poca sofisticación política; mucho menos puede aceptarse el daño a terceros que no tienen nada que ver con el conflicto, lo que no justifica por ningún lado el nivel de brutalidad que se utilizó para recuperar las unidades y desalojar las escuelas. Lo primero que me viene a la mente es preguntar por qué en eventos tan distintos la gente opta por formas de lucha que están fuera de los cánones de la democracia tradicional y por qué los gobernantes mexicanos se ensañan cada vez más en contra de la gente que protesta. Hay que decir que esas formas de lucha son viejas, la sociedad no tiene canales de expresión política que le permita tener a los gobernantes de frente prestándoles atención, y mucho menos tiene formas de influencia que obliguen a los gobernantes a responder ante demandas sociales, más bien, lo que la gente se encuentra con frecuencia es posturas tozudas, oídos cerrados y posiciones intransigentes. Cuando el gobierno decide algo considera su posición inamovible, aunque esté afectando intereses sociales amplios. Ante esta cerrazón de las autoridades, los jóvenes acuden a formas de presión que buscan llamar la atención y acorralar a las instituciones, lo que incluye la toma del espacio público, que sin duda afecta el interés de terceros, y en casos extremos la toma de equipo de actores sociales cuya relación con el tema en cuestión es remoto o inexistente. ¿Por qué si el país supuestamente ha avanzado hacia la democracia, los métodos de lucha de grandes sectores sociales no han cambiado? En principio porque tal vez la sociedad no ha cambiado tanto y los políticos se han empeorado. Encontramos gobernantes impacientes, poco preparados, incapaces de plantear soluciones a problemas viejos con soluciones nuevas, su convencionalismo está desbordado, y en cambio hay una sociedad cada vez más intranquila con respuestas fuera de toda norma democrática, tan autoritarias como sus gobernantes. La pregunta por supuesto es, cuántos sectores más abandonaran la paciencia y la abulia para levantar la voz, como para quitarle el tapón de la sordera gubernamental.