ESTHER CHARABATI

Prefiero los libros a los humanos porque, además de estar ya escritos, se les puede abrir y cerrar a voluntad.

Pascal Bruckner

La vida carece de emoción. Fuera de algunos momentos a los que la alegría o el sufrimiento dan un color intenso, el resto de los días suele adquirir tonos desteñidos. “Metro, boulot, dodo” dicen los franceses: metro, trabajo y sueño son las tres actividades que nos ocupan la mayor parte del tiempo. La rutina nos da estabilidad y nos permite hacer las cosas con menor esfuerzo —no necesitamos aprender diariamente a preparar un café ni decidir el camino más adecuado hacia el trabajo— pero nos aburrimos. Vivir aburre.

Para Alberto Moravia el aburrimiento es una especie de enfermedad de los objetos, que se marchitan o pierden realidad. La realidad es incapaz de persuadirnos de que existe y todo aparece como absurdo o inútil. La monotonía lleva al desinterés y la espera de que algo ocurra desemboca en la decepción. ¿Cuándo aparecerá algo que nos atraiga, que nos sacuda el polvo cotidiano y nos ponga en movimiento?

Ése es el papel del secreto. En todas sus variaciones —secreto de Estado, secreto médico, secreto de alcoba, secreto familiar— representa una realidad desconocida a la que quisiéramos tener acceso precisamente porque nos está vedada. ¿Por qué de pronto una medida política que sabemos destinada al fracaso es enarbolada por algún funcionario? ¿Ambiciones personales, órdenes de más arriba”, un(a) amante que exige pruebas de amor? La misma curiosidad nos despierta la vecina de al lado: ¿qué clase de relación tiene con su esposo si cuando él llega ella ya se fue y viceversa? ¿Realmente serán un matrimonio o fingen serlo para esconder “algo”? ¿Cuál es el secreto? En el sentido etimológico del término, secretum es lo que está puesto aparte, separado. ¿Cómo podríamos traerlo al centro de manera que pudiéramos acceder a él?

Uno de los caminos que nos lleva al secreto es la lectura. Su primer movimiento consiste en intrigarnos: existe algo que interesa a muchos y que nosotros ignoramos. El segundo consiste en convertir aquello que está detrás del secreto en algo imprescindible. ¿Así que quieren saber por qué Aureliano Buendía acabó frente a un pelotón de fusilamiento? ¿O tal vez quieran entender por qué aquella jovencita soñadora, Emma Bovary, tan enamorada del amor, acabó suicidándose? Quizá lo que les intrigue sea la crueldad humana o no puedan identificar la curva en que nuestra sociedad perdió el sentido del deber. O les gustaría conocer las posibles consecuencias los cambios climáticos en la alimentación del futuro. En todos estos casos —y en muchos otros— la puerta de entrada al secreto es la portada de un libro.

Pero no la respuesta completa. Los libros nos acercan, nos dan información, nos sugieren. Excepción hecha de los libros malos, no recibimos respuestas contundentes ni historias acabadas, tenemos que seguir construyéndolas a lo largo de los días o de los años, con ideas propias y ajenas, con experiencias que rectifican o ratifican nuestra idea inicial. Quizá los personajes, la trama, los datos o las teorías caigan rápidamente en el olvido, pero no sucede lo mismo con el secreto. El secreto que cada libro guarda para nosotros, esos secretos que animan nuestros días y les dan colores y matices, que nos obligan a preguntarnos y a cambiar constantemente nuestras respuestas, que nos dan una misión como individuos y como personas, esos secretos que no queremos ni podemos develar del todo son los que, secretamente, nos mantienen vivos.