ESTHER SHABOT/EXCELSIOR

En estos días el mundo musulmán celebra una de sus efemérides más sagradas, la correspondiente a la Fiesta del Sacrificio o Eid al Adha, en la que se recuerda el episodio del sacrificio de su hijo que el patriarca Abraham estaba dispuesto a hacer como prueba de su sumisión a Dios, episodio que terminó con la ofrenda de un cordero en lugar del vástago. En la tradición islámica ese hijo era Ismael. El festejo se da inmediatamente después de la gran peregrinación a La Meca (Haj) y constituye una ocasión para refrendar la hermandad entre los miembros de la fe musulmana unidos en un mismo ritual festivo.

Sin embargo, en la actual celebración de la festividad el espíritu fraterno está mostrando pasar por una crisis de dimensiones graves. El monarca de Arabia Saudita, responsable de los lugares más sagrados para el Islam y anfitrión de los cientos de miles de peregrinos del Haj, dejó ver en su discurso a propósito de la celebración, la enorme preocupación que le agobia. “Estamos rodeados de sediciosos por todos lados, por lo que debemos mostrarnos firmes y con confianza total de que Alá nos protegerá de quienes pretenden atentar contra nuestra seguridad, unidad y soberanía”, dijo. Estas expresiones por supuesto no son gratuitas, ya que al torbellino en el que ha vivido por lo general el mundo árabe-musulmán en las últimas décadas, se ha sumado ahora un caos todavía más intenso derivado de la Primavera Árabe, cuyos desarrollos y resultados son aún tan inciertos.

Un breve recuento de lo que las agencias noticiosas reportan al respecto en estos días justifica la alarma: en Siria, devorada por la guerra civil, de nada sirvió el cese al fuego que el enviado de la ONU y la Liga Árabe, Lakhdar Brahimi, trató de negociar con motivo del Eid al Adha, ya que se reportan 150 muertos en el primer día de la fiesta; en sendos bombazos en Irak y en una mezquita en Afganistán perecieron varias decenas de personas, al tiempo que Ayman al-Zawahiri, cabeza de Al-Qaeda, llama a secuestrar a enemigos de su causa. Por otro lado, las cosas se calientan también en otros frentes aledaños: Líbano entró en una nueva crisis interna como resultado del atentado en el que murieron ocho personas, entre ellas el jefe de los servicios de inteligencia, Wissam al Hasan, conocido por sus posturas antisirias y antiJezbolá. Las turbulencias que siguieron a dicho atentado hicieron temer la posibilidad del estallido de una nueva guerra civil libanesa en virtud del evidente contagio que Líbano padece de lo que ocurre en Siria.

Por añadidura, durante la semana que termina, el Hamas, que controla Gaza, lanzó cerca de 80 cohetes contra Israel, lo cual fue respondido con operativos de represalia por parte del Estado hebreo. Esto sucedió pocas horas después de que el emir de Qatar visitara Gaza en lo que fue la primera visita oficial de un gobernante árabe a la Franja desde 2007, cuando Hamas se hizo del poder total en esa entidad. Tal espaldarazo al Hamas pudo tener que ver con la decisión de ésta de lanzar los proyectiles, además de que constituyó un golpe para la Autoridad Nacional Palestina encabezada por Mahmoud Abbas, cuya disputa con el Hamas por la conducción de la causa palestina no se ha resuelto, a pesar de una cadena de intentos en ese sentido.

Del mismo modo, la volatilidad registrada en Jordania y Egipto a raíz de los cambios provocados por la Primavera Árabe, aunada a los desafíos provenientes del complejo caso iraní y de los reiterados episodios protagonizados por extremistas en Pakistán y Afganistán, completan el cuadro de un mundo musulmán sumido en el conflicto y con pocas perspectivas de estabilización en el corto plazo. Así, las pretensiones de que la celebración de Eid al Adha pudiera servir como paréntesis capaz de enfriar el agitado clima regional han mostrado, por desgracia, su fracaso.