La estancia en Israel

Prosigo el relato de nuestra luna de miel; llegamos al aeropuerto de Tel Aviv, procedentes de Turquía, en octubre de 1978. Tocar el suelo de la tierra ancestral fue una sensación de volver a casa, de seguridad y de gran emoción. Había mantenido contacto permanente, desde hace varios años, con mi primo Iyo quien no esperaría en el aeropuerto, sin embargo, no estuvo ahí, le llamé por teléfono y me comento que el nos esperaba hasta el otro día; empero, de inmediato vino por nosotros y nos alojó en su casa durante nuestra permanencia en Israel. Iyo, en realidad fue primo de mi primera esposa, Sari, ya fallecida; no obstante, nos hemos considerado familia. El emigró a Israel en los cincuentas, instalándose en el Kibutz Nir Am, en las puertas del desierto del Neguev, en donde se caso con Shula. Años más tarde se transladaron a Tel Aviv.

Mi relación con Iyo data desde el principio de los sesentas, cuando por motivos de trabajo visitaba México; asimismo, tuve oportunidad de verlo en Argentina en 1975, en donde residía temporalmente con su esposa y sus dos hijos, en virtud de que era representante de una agencia gubernamental de Israel. Sus padres desde que habían llegado de Polonia, vivían en Argentina; su padre era hermano de la mamá de Sari, mi primera esposa.

Nuestra estancia en la casa de Iyo y Shula fue muy feliz; los espacios eran amplios y los alrededores arbolados y tranquilos. El trato que recibimos fue excelente; Iyo, quien fue guía turísticos de personalidades extranjeras que visitaban Israel, tenia un conocimiento profundo del país. Con el visitamos Jerusalén y Haifa, entre otros sitios.

El recuerdo de Jerusalén es inmemorable, cuando visité la ciudad entendí el significado de la canción Jerusalén de oro, cuando en el ocaso del día, caminando por la bendita ciudad, el solo reflejo en las piedras de las construcciones de la ciudad inundándola de un manto de oro. ¿y qué decir del Muro Sagrado? Hasta el judío más recalcitrante a la religión, tiempla de emoción y susurra alguna oración frente al muro.

Jose, mi esposa, y yo, recorrimos callejones de Jerusalén, no turísticos, y nos comunicamos, a señas, con niños árabes, quienes en un principio desconfiaron de nosotros, sin embargo, después aceptaron nuestra actitud abierta y cordial, bromearon y se divirtieron con nosotros. Asimismo, en Jerusalén, me conmovió de sobremanera el salón de Yad Bashem que contenía zapatos, carteras y otros objetos fabricados por los nazis con los rollos sagrados de la religión judía. ¡Qué sacrilegio!

También me sobrecogí cuando vi jabones elaborados de grasa humana y artículos hechos de huesos de judíos. Es lamentable que frente a estas evidencias pueda darse el negacionismo del Holocausto de parte de seres demenciales, varios de ellos presidentes de países islámicos o de dirigentes religiosos, entre otras personalidades.

En Yad Bashem encontré el sistema de información en el que estaba el origen de mi segundo apellido, Chmielniska, el cual es de carácter toponímico: relacionado con el lugar de residencia o nacimiento de las personas. Chmielniska era una pequeña población de Polonia, habitada principalmente por judíos, quienes como en otras localidades de Europa, solían adoptar como apellido el sitio en donde vivían, para que en caso de una salida inesperada del mismo, por una persecución de autoridades o de gente del pueblo, pudieran recordar su localidad de origen “para regresar algún día” a visitar las tumbas de sus seres queridos o para rescatar los objetos de valor que enterraban en su presurosa huida.

No encontré referencia alguna sobre mi primer apellido, Opalin, que por otras fuentes sé que es un típico apellido polaco que significa Ópalo. En este ámbito, me intriga saber por qué mi padre, que originalmente tenía como primer apellido, Blaiman, también tomó el Opalin de su madre como primer apellido; desafortunadamente nunca se lo pregunté a él y no hay ningún sobreviviente de la familia de su natal Polonia o en México, que lo pudiera explicar.

En el recorrido que hicimos con Iyo y Shula a Haifa nos interesó de manera particular el templo de la secta del Bajai, que destaca por estar situado en una colina, sobresaliendo su amplia cúpula dorada que por su brillo se aprecia desde la distancia y está rodeado por bellos jardines escalonados por la montaña. En esa ciudad tuvimos la oportunidad de convivir con Biniamin y su esposa, el primero, hermano de la señora Regina, madre de Sari, de quien ya tuve oportunidad de mencionar en las primeras Crónicas.

Del rosto del anciano Biniamin irradiaba la misma bondad que había percibido en la inolvidable señora Regina. Casualmente a dos cuadras de la casa de Biniamin, vivía Jaime, mi compañero del Ijud de México con el que había participado en el curso de Madrijim (instructores) en Jerusalén, 20 años antes. El encuentro con Jaime fue breve; después de 20 años no tienes mucho que decirte, la relación entre personas frecuentemente cumple el fin de un ciclo de vida.

Amigos mutuos me relataron la cruda experiencia que tuvo Jaime en una de las tantas guerras que ha librado Israel con sus vecinos árabes, y que en una acción militar, fue el único sobreviviente de un grupo al que el enemigo le lanzó una bomba. Jaime quedó tendido por horas en el campo de batalla; el impacto emocional de esa vivencia le fue imborrable. Este es el precio que los habitantes de Israel tienen que pagar para sobrevivir.

El recorrido por la galilea fue revitalizador, con sus pueblitos rivereños del histórico lago en el que Jesús “multiplicó los peces´´ y con sus kibutzim (aldeas agrícolas colecticas), algunas centenarias que se convirtieron en muro de contención a los ataques de saboteadores árabes y en centros de recepción de migrantes judíos, principalmente de Europa, y en pilares ideológicos de la igualdad, justicia y democracia de Israel.