ESTHER CHARABATI

Los intelectuales han ocupado, históricamente, un lugar relevante en las sociedades por sus conocimientos, sus declaraciones fundamentadas, su claridad de pensamiento, su honestidad para reconocer lo que no pueden explicar. Sus lecturas y reflexiones, su apertura, sus dudas y una postura ética les confieren autoridad para juzgar los acontecimientos, las ideas, las decisiones políticas.

Sus opiniones, de derecha o de izquierda, pueden no ser compartidas pero generalmente son respetadas porque no es fácil desmantelarlas. Eduardo Galeano, Noam Chomsky o un poco más cercano Enrique Semo o Sergio Aguayo son firmas que al encabezar un artículo no garantizan objetividad ni falta de compromiso, pero sí seriedad, reflexión y respeto a los lectores.

Sin embargo, los intelectuales han ido perdiendo terreno a medida que los medios los van marginando para suplantarlos por los comunicadores. El artículo mensual o semestral de Pablo Gonzalez Casanova se enfrenta a emisiones radiofónicas interminables en las que el conductor, durante dos o tres horas diarias, comenta acontecimientos nacionales e internacionales en todos los campos: ciencia, tecnología, arte, política, educación, economía, género, tecnología, deportes… No hay un solo tema sobre el que se sienta incapaz de opinar, a pesar de tener a menudo una formación mínima, una cultura restringida y una carencia alarmante de elementos de juicio.

Como afirma Sloterdijk en la Crítica de la razón cínica: “Ellos abarcan todo porque no comprenden nada; ellos hacen hablar a todo sin decir nada de ello. La cocina de los medios nos sirve a diario un puchero de realidades con muchísimos ingredientes que, sin embargo, todos los días sabe a lo mismo”.La ignorancia no es un impedimento para los comunicadores que toman partido a favor o en contra de una reforma fiscal o energética como si fuera un juego de futbol o un enfrentamiento entre buenos y malos aislándola de la realidad. ¿Cuál es la teoría que sostiene la reforma propuesta por el presidente y cuál la que fundamenta a los opositores? ¿Cuáles son los objetivos económicos, políticos y sociales de cada una de estas propuestas? ¿Cuáles las consecuencias? No lo saben, de lo contrario no hablarían con la ligereza que lo hacen, con el mismo tono que abordan una exposición de arte censurada, el último descubrimiento tecnológico en materia de teléfonos celulares, el calentamiento del planeta, las tendencias de la moda y los problemas viales.

Retomemos a Sloterdijk: “El `y’ es la moral de los periodistas. En cierto modo, ellos tienen que emitir un juramento profesional de que cuando ellos informan sobre una cosa van a estar de acuerdo en que cada cosa y ese informe sean colocados mediante el `y’ entre otras cosas y otros informes. Una cosa es `una cosa’ y en medio no permite nada más. Establecer contextos entre `cosas’ supondría ideología. Por ello, quien establece contextos es despedido. Quien piensa debe bajarse. Quien cuenta hasta tres es un fantasioso. El empirismo de los medios sólo tolera informes aislados, y este aislamiento es más efectivo que cualquier censura”.

Así, nuestros comunicadores logran exhibir su ignorancia en casi todos los campos, sin que esto parezca generarles algún conflicto. No corren riesgos porque sólo se apartan del camino marcado en cuestiones triviales, levantando la voz, criticando a algún político o burlándose de él, pero no porque tomen partido activamente contra la injusticia o quieran denunciar aquello que los poderosos ocultan. Su interés no está en la ética, sino en el rating. O, para decirlo de otra manera, no son críticos, sino criticones.

Sería injusto meter a todos los comunicadores en un mismo saco, anulando las diferencias entre Carmen Aristegui y Pedro Ferriz de Con, entre Ricardo Rocha y Javier Alatorre… Naturalmente, hay diferencias entre ellos, no sólo en sus elementos de juicio y formas de abordar los temas, la selección de las personas entrevistadas y las opiniones que transmiten, sino también en su relación con el poder. Todos ellos son líderes de opinión que conocen la importancia de las inflexiones de la voz, del tipo de lenguaje y de los comentarios “al margen”.

Lamentablemente, parecen reproducirse con más frecuencia los conductores irresponsables, convencidos de ser portadores e incluso creadores de la verdad. Son ellos los que han venido a sustituir a los intelectuales, esa conciencia de la sociedad capaz de enfrentarse al poder y de oponer a lo políticamente incorrecto lo éticamente correcto. Intelectuales a los que en algunos programas se les conceden algunos minutos entre las declaraciones oficiales y los chismes de vecindad. Estudiosos que se han formado una opinión en diversas disciplinas, que pueden sustentar sus afirmaciones con bases filosóficas, históricas, psicológicas o científicas porque han elegido el camino del saber y mantienen abierto el espacio para la duda y la humildad, porque su propósito es entender y explicar, no aumentar la audiencia, cuidar su empleo y quedar bien. Su interés no es acompañarnos mientras manejamos rumbo al trabajo, sino guiarnos en un mundo contradictorio y complejo, que sólo se entiende a golpe de cuestionamientos.