ALAN GRABINSKY

Las avenidas y el peatón en la oscuridad de Manhattan

El apagón de Manhattan cambió los rituales públicos de la ciudad. La falta de luz creo un nuevo Manhattan en estado de emergencia , transformando la vida social de la ciudad. Una de las características de esta cultura es que las transacciones sociales se vertieron hacia adentro, usaré la relación que tuvieron los peatones con las avenidas y las calles como caso de estudio.

El plano de Manhattan consiste en una cuadrícula de avenidas y calles. Las avenidas de 6 carriles segmentan la ciudad verticalmente y las calles —de uno o dos carrilles— la segmentan horizontalmente. Las avenidas, como Broadway, sirven para segmentar a la ciudad en barrios y funcionan para situarse en relación con todo el plano de la ciudad. Las avenidas son un recurso simbólico, el plano cartesiano ayudando a que el peatón se sienta cómodo al caminar en la ciudad.

El plano cartesiano, que todo lo “aplana” (valga la redundancia), es racional, está integrado en nuestros sistemas mentales de navegación. Gracias a este recurso, en Manhattan, uno puede sentirse seguro de que llegará a su meta, y puede dejar que la ruta se desarrolle al azar.

El sentimiento de certeza que nos brinda la cuadrícula no es lo único que nos da seguridad, el funcionamiento de los semáforos es imprescindible para la actividad del peatón. Los semáforos permiten que se diversifiquen y se expandan las rutas más allá de lo hiperlocal. En un día común, el movimiento del peatón por las calles y avenidas es fluido y extenso–se visitan varios barrios y zonas de la ciudad en un día. La cuadricula permite tener cierta creatividad cuando determinamos cómo llegar de un punto a otro—hay muchas rutas que se pueden tomar.

El peatón, en Manhattan, cruza avenidas y calles fácilmente, tomando decisiones de ruta basadas en el azar de los semáforos. Esta infraestructura eléctrica, diseñada para mediar entre coches y peatones, define los ritmos de la calle. Los semáforos determinan cuándo y por dónde cruzar. Ir de un barrio al otro es fácil, en el transcurso las avenidas se vuelven números que nos muestran lo cerca o lejos que estamos de nuestro objetivo.

En este sentido, aun cuando el fin esté determinado, el camino lo dicta el destino…y la electricidad.

Cuando los semáforos de las calles no funcionan, las avenidas se transforman en límites físicos. Estos adquieren una realidad mucho más imponente —pierden cierto simbolismo— ganando otro mucho más primitivo y primordial.

Durante el apagón las avenidas se volvieron obstáculos geográficos que cortaban el juego peatonal, segmentando la comunicación entre cuadras. Caminar la ciudad durante el apagón no era un acto de azar ni de juego, se volvía una acto que requería de fuerza de voluntad. Cruzar avenidas de 5-6 carriles sin ningún semáforo funcionando, en completa oscuridad, es una experiencia tétrica. Era algo que se tenía que hacer, había una necesidad qué satisfacer (encontrar agua, luz, comida).

Esta situación creó la dinámica de que las cuadras se viertan sobre si mismas. Las actividades sociales y económicas se focalizaron en una calle. La avenida no se cruzaba si no había necesidad, por lo tanto, se iba al bar de la cuadra, se compraban abarrotes a dos metros de distancia. Las avenidas volvieron a dividir mundos sociales, las relaciones entre barrios se coartaron, las personas desarrollaron hábitos hiperlocales utilizando otros medios para comunicarse (como la radio).

El apagón de Manhattan cambió los rituales públicos de la ciudad. La falta de luz creo un Manhattan que se encontraba en situación de emergencia, esto cambió la relación del peatón con la ciudad. El peatón de Nueva York está acostumbrado a que funcione la infraestructura, cuando ésta falla, la relación con la ciudad se modifica. Durante la crisis las personas que se encontraban más allá del barrio se sentían distantes no sólo no había formas de contactarlos, no quedaba claro cómo se iba a llegar.