*ADOLFO GARCÍA DE LA SIENRA

La naturaleza del lenguaje adecuado para hablar del Dios de Abraham ha sido fuente de perplejidad para filósofos, tanto judíos como cristianos.

Howard Wettstein describe esta perplejidad como una especie de acertijo.Otro tipo de acertijo teológico–aunque no formulado frecuentemente como un acertijo– es la cuestión de cómo nos las arreglamos para hablar acerca de Dios. La tradición filosófica que empieza con los medievales ha dado por sentado que tal habla es problemática.

Para Maimónides, por ejemplo, uno no puede hablar significativamente acerca de Dios usando conceptos cuya aplicación primaria es a nosotros y nuestro mundo. Esto es, el vocabulario antropocéntrico no puede significar de la manera usual, con sus significados usuales. Así que la filosofía necesita abordar la posibilidad de un discurso significativo acerca de Dios. (Wettstein 2009, p. 6).

La escolástica medieval —notablemente Tomás de Aquino, pero desde Anselmo— introdujo una concepción de Dios como un ser dotado de propiedades maximales: omnisciencia, omnisapiencia, etc.

Pero el lenguaje bíblico se halla lejos de esta forma de expresión: Cuando el divino protagonista es visualizado [en el Tenaj], no se nos dice mucho acerca de sus propiedades. Piénsese acerca de las perfecciones divinas, las altamente abstractas omnipropiedades (omnipotencia, omnisciencia y parecidas), tan dominantes en la teología medieval y postmedieval.

Uno tiene que trabajar muy duro —demasiado duro— para siquiera encontrar indicios de éstas en el texto bíblico. (Wettstein, ibídem, p. 6)

Es notable que esta problemática aparezca prácticamente en los mismos términos en el campo cristiano reformado, donde las omnipropiedades son vistas con la misma duda. Dado que nuestro lenguaje se deriva de la experiencia perceptual y se refiere primariamente a la misma, surge la pregunta “¿cómo las palabras de un lenguaje humano pueden aplicarse al ser divino?”

La respuesta de Maimónides es que no pueden aplicarse, y que la
única forma de hablar intelectualmente de Dios es la vía negativa: la aplicación de términos de propiedades a Dios sólo puede, a lo sumo, circunscribir la naturaleza de Dios diciendo lo que Él no es.

De acuerdo con Wettstein (ibídem, p. 26) “Dios, en la experiencia y la imaginación rabínicas, es tanto como nosotros (de ahí el habla antromórfica) y enteramente otro. Uno tiene dos tipos de intuiciones y no está preparado a negar ninguna, so pena de falsificar la experiencia.

El problema para los rabinos es que el habla antropomórfica, a pesar de lo crucial que es, nos trae al borde de la presunción, de reducir a Dios a nuestros propios términos”. Esta preocupación rabínica es desde luego legítima y, sin embargo, el habla antropomórfica es literalmente verdadera de Dios. ¿Cómo es ello posible? ¿Cómo resolver esta paradoja?

El reformador Juan Calvino insistió en que la paradoja se resuelve distinguiendo entre Deus in se y Deus quoad nos; es decir, mediante la distinción entre la esencia y la naturaleza de Dios. El habla antropomórfica es acerca de la naturaleza (no la esencia) de Dios, acerca de Dios como padre, rey, amigo, amante, juez, guerrero valiente, lento para la ira, rápido para olvidar. La naturaleza de Dios es como un revestimiento que se
pone Dios para darse a conocer a nosotros.

Dios se revela al pueblo de Israel, en particular, de esa manera. En Éxodo 34:6-7, por ejemplo, Moisés exclama: “¡YHVH! ¡YHVH! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación”.

Calvino comenta que “En este pasaje debemos considerar que su eternidad y su esencia íntima es puesta de manifiesto por aquel glorioso nombre, que se repite al principio dos veces en hebreo: Jehová, Jehová; como si dijera: ¡Oh tú, que solo eres; oh tú que solo eres! Y luego enumera sus virtudes y potencias, por las cuales se nos muestra, no cual es en sí mismo, sino respecto a nosotros; de manera que este conocimiento más consiste en una viva experiencia que en vanas especulaciones” (Institución, I, X, 2).

Es esta viva experiencia la que el pueblo judío ha tratado de plasmar en el Talmud. Esta experiencia es lo que Unterman (1952, pp. 1-13) llama “cognición intuitiva”, la cual no tiene que ver con las rígidas determinaciones escolásticas. Pero eso no es negar —y la preocupación rabínica es legítima— el lado oculto, hasta cierto punto inescrutable de Dios, su “esencia”, la cual no puede ser reducida a su “naturaleza”; es decir, a los atributos antropomórficos que adopta para revelarse a su pueblo.

*Instituto de Filosofía, Universidad Veracruzana
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Referencias
Calvino, J., Institución de la religión cristiana, Fundación Editorial de Literatura
Reformada, Rijkswijk, 1999.
Unterman, I., 1952, The Talmud, Bloch Publishing Company, Nueva York.
Wettstein, H., 2009, “Against Theology” en Robert Eisen y Charles Manekin (comps.)
Philosophers and the Bible: General and Jewish Perspectives, University Press of Maryland,
Baltimore.