ZOÉ VALDÉS/LIBERTAD DIGITAL

Con Israel y Palestina siempre pasa lo que pasa con Cuba, aunque a mayor escala, que siempre le quieren contar a uno, a los que hemos vivido esa historia, una parte de la historia y no la historia entera, no la verdadera historia que han vivido los judíos y los israelíes en general. La verdadera historia entre Israel y Palestina y la historia del Estado de Israel están escritas, se pueden leer en decenas de libros, lo que no es el caso de Cuba, que todavía no se ha escrito toda la verdad.

Bien, pese a esa verdad escrita, más que explicada, y todavía mejor vivida, o peor vivida, frente a lo evidente hay una cantidad de personas irresponsables que todavía nos quieren meter el cuento de que Israel es el malo y los de Hamás son los buenos, y que si la Franja de Gaza no les pertenece, etc. Ignorando los tiros de cohetes diarios, las agresiones diarias que deben de soportar los israelíes desde el lado de Gaza, de parte de los terroristas de Hamás. Ignorando, por demás, la Historia con mayúscula.

En una ocasión compartí programa en la televisión francesa con uno de esos extremistas anti israelíes que defiende la desaparición total del Estado de Israel a como toque, sin contemplar que allí vive todo un pueblo, y que ese pueblo se ganó su derecho a existir ahí desde siempre, porque fueron parte de esas tierras, cultivando la tierra (ya sé, es una idea socialista, pero nadie es perfecto y los judíos la pusieron en práctica) y luchando por ella en varias y sucesivas batallas y guerras.

Esa tierra ha costado sangre, sudor y lágrimas, y tampoco es una tierra que, salvo por el carácter religioso que tiene (cosa que sólo le achacan a los sionistas, que según dicen es el único valor que le ven a la tierra, y no a los musulmanes, que también es el único valor que le dan a esa tierra), no tiene mayor y verdadero valor que el de haber sido sede del primer Estado democrático instaurado en la región, y –comparando con el resto del panorama– es una verdadera epopeya haberlo sido y seguir siéndolo, constituye un tremendo logro; aunque, como dijo Golda Meir, aludiendo a Moisés:

Nos arrastró cuarenta años por el desierto, para traernos al único lugar en todo el Medio Oriente donde no hay petróleo.

Las frases de Golda Meir poseen todavía una actualidad impresionante. Por internet anda dando vueltas una viñeta muy interesante que explica un montaje del conflicto y la verdad de lo que hay en algunas tristes versiones: en una parte de ella sale una mujer israelí protegiendo a su hijo pequeño, con un soldado israelí que a su vez protege a los dos primeros; en la otra, el… pongamos que soldado, por no llamarle terrorista, de Hamás coloca a su mujer delante de sí como escudo, y a su bebé a sus espaldas, con una bomba a punto de estallar en el ropaje que lo envuelve. Y me viene a la cabeza otra frase de Golda Meir:

La paz llegará cuando los árabes amen a sus hijos más de lo que nos odian a nosotros.

Toda la gran historia del pueblo israelí, de su lucha por la paz y por la democracia, está en las palabras que durante años pronunció esta gran mujer en entrevistas o en fragmentos de libros. Recuerdo una, en particular, que explica la firmeza de un pueblo que ha dedicado sus fuerzas a desarrollarse, no a destruirse:

No nos regocijamos con las guerras. Nos regocijamos cuando desarrollamos un nuevo tipo de algodón, o cuando las fresas florecen en Israel.

Y esta otra, de una gran firmeza:

Podría entender que los árabes quisieran borrarnos del mapa. Pero ¿es que realmente pretenden que cooperemos con ellos en eso?

Lo que resulta curioso es que todavía haya personas y hasta periodistas, la mayoría de izquierdas, que se pongan de parte de la destrucción del pueblo del Estado de Israel. Y que hasta la iglesia se haga de la vista gorda, o interceda en el último momento, y casi siempre mediando a favor del horror. Para esa iglesia católica, precisamente para el papa Pablo VI, “que le recriminó que los judíos, siendo un pueblo tan compasivo, sea tan inflexible en su propio país”, la mujer que nunca quiso ser como un hombre (según sus mismas palabras cuando le preguntaron si se sentía discriminada por los hombres del equipo de gobierno: “No lo sé. Nunca intenté ser un hombre”), respondió lo siguiente:

Su Santidad, cuando fuimos compasivos, débiles y apátridas, nos condujeron a las cámaras de gas.