RABINO MARCELO RITTNER

Shabat Vaietze 5773

Una vez más debo comenzar expresándoles mi entendimiento de que no existen coincidencias. Porque mientras en estas semanas la eterna Torá nos presenta la vida y las aventuras de Jacob y de Esaú, en la Torá de nuestros días, aquella que vivimos y escribimos, coexistimos con el drama que se vive en Israel y en la zona.

Seguramente todos recuerdan la visión del patriarca Jacob como una de las historias más conocidas. Él sueña con una escalera que conecta el cielo a la tierra y en la escalera, ángeles que suben y bajan por ella. Dios le promete a Jacob su protección: “Yo estoy contigo, y te protegeré por dondequiera que fueres”. Pero a pesar de esto, cuando se despertó de su sueño Jacob tenía mucho miedo.

Jacob, al igual que muchos de nuestros antepasados tuvo rápidamente que abandonar su hogar. Diferentes motivos, pero una experiencia similar. En su caso, después de quitarle la bendición a su hermano, su madre, Rebeca, le advierte que su hermano Esaú lo está buscando y no precisamente para darle un abrazo. El huye y se dirige a casa de su tío con la excusa e intención de encontrar una esposa. Deja su casa y su tierra sin saber si volverá a ver a sus padres, y consciente de la amenaza de su hermano.

Imaginen por un instante su sentimiento de soledad, desamparo, incertidumbre. ¿Les tocó vivirlo? Dejar tu hogar, mudarte a otra tierra, otra cultura, otras costumbres… sin duda de los momentos más difíciles en la vida de cualquiera. Jacob, que vivió en el mayor confort, quien fuera el “consentido” de su mami, ahora dormía usando rocas como cojines. Y el exilio lo ayudó a crecer. Entendió que tenía una misión que cumplir. Debía heredar la tierra que Dios le prometió a Abraham. Debía formar su propia familia, escribir sus propias páginas en la Torá de sus días.

Él es el heredero de valores que exceden su propio ser. Valores como la justicia y la compasión. Su sueño y su experiencia cambiará su vida…. nada volverá a ser lo mismo. Desde entonces, cada padre y cada madre judía han sido los guardianes y transmisores de estos principios de vida.

Nos enfrentamos a un largo viaje, con todas sus dificultades…. sus momentos de tristeza y alegría. Al igual que Jacob también nos enfrentamos a las puertas del cielo y tenemos miedo. Gracias a nuestros padres y antepasados​ hemos recibido esta herencia. Ellos, incluso en las circunstancias más adversas, y en muchos casos arriesgando sus propias vidas, no dudaron ni un solo momento de transmitir este legado.

Por ello, esta escalera que nos conecta con Dios, siglos después sigue siendo el modelo que nos señala el camino.

Hace pocos días estamos viviendo un alto al fuego en Israel. Anhelamos que los próximos días puedan traer una nueva esperanza. Estamos firmemente comprometidos a crear un mejor futuro para la tierra y todos los habitantes que buscan la paz y la convivencia. Y esperamos que como en la próxima lectura de la Torá, cuando los hermanos vuelven a encontrarse, también israelíes y palestinos lo hagan.

Tanto Jacov como Esav tienen sus derechos, tanto Itzjak como Ishmael tuvieron un mismo padre. Y nosotros, debemos agradecer que las bendiciones recayeron en Jacob. Porque nuestro pueblo en cada generación ha estado dedicado al compromiso de transformar el mundo en un lugar mejor, más justo. Y les digo, yo creo que la gran mayoría del pueblo palestino es también víctima del terrorismo de Hamas.

Terroristas que usan a niños, mujeres y hombres como escudos humanos. Que los aterran según su voluntad, como las imágenes perturbadoras de un hombre sin vida arrastrado por varios motociclistas por las calles de Gaza. Por ello les digo que hoy, tanto los palestinos como los israelíes son víctimas de Hamas.

Amigos, nosotros los descendientes de Jacob recibimos una Torá que nos enseña el valor de la vida, que nos enseña a exclamar Lejaim, a celebrar la vida. A buscar siempre Shalom, Shalom interior y Shalom exterior.

Es el pueblo de Israel, que a pesar de la lluvia de misiles, permitió a mujeres y niños palestinos cruzar la frontera para recibir cuidados médicos y alimentos, mostrando el valor que nuestro pueblo da a la vida. “Quien salva una vida, es como si salvara toda la humanidad”, enseñaron nuestros sabios. Como nos enseñaron también, en medio a la alegría al celebrar nuestra libertad a no olvidar el sufrimiento de otros, a reconocer su humanidad.

Y esa es hoy nuestra tarea. A pesar de los críticos habituales, de las distorsiones, parcialidad y mentiras de los periodistas de un solo ojo, internacionales y tristemente nacionales, de las ONG mudas cuando se trata de Siria aniquilando 40000 vidas, pero llenas de energía para señalar la mínima falta de Israel.

Nuestra tarea, nuestro compromiso, nuestra misión, es recordar que somos descendientes de Jacov. Y por ello debemos seguir soñando con un mundo mejor, debemos seguir promoviendo la reconciliación entre los hombres hasta que Shalom y Salam tengan el mismo significado.
Shabat Shalom.