ADOLFO GARCÍA DE LA SIENRA/ INSTITUTO DE FILOSOFÍA UNIVERSIDAD VERACRUZANA

En este momento de graves acontecimientos en Israel, dejo mis reflexiones teológicas sobre la obra de Howard Wettstein para otra ocasión.

De acuerdo con Cohen (2008, p. 264), a través del periodo Mandatorio (1920-1948), algunos árabes residentes de Palestina preferían un futuro como parte de una nación árabe más amplia, usualmente concretada como una Gran Siria (que incluiría lo que es ahora Siria, el Líbano, Jordania, Cisjordania y Gaza), o un estado árabe unificado que incluyese lo que es ahora Jordania, Israel, Gaza y Cisjordania.

Esto indica, de suyo, que el “pueblo palestino” realmente no tenía ningún empacho en asimiliarse a las naciones árabes vecinas, encontrando en ellas un auténtico hogar en el cual desarrollar su cultura. Ciertamente, su respetable cultura parece haber sido la del beduino común, de habla árabe y religión islámica, nada que le hubiera impedido asentarse en Jordania o Siria e integrarse a esos países. La pregunta obligada es, entonces, ¿por qué ese empecinamiento de la Liga Árabe en la creación de un estado palestino? ¿Por qué hay tan poca voluntad en los países árabes para asimilar a “sus hermanos” palestinos? ¿Por qué ese empecinamiento de los palestinos en mantenerse en continuo conflicto con Israel? Está claro que el conflicto en el área podría resolverse con una política migratoria árabe de buena voluntad, que aceptase a los palestinos como ciudadanos de países árabes vecinos.

Pero no cabe esperar eso porque el reclamo territorial es política esencial del Islam desde su creación por Mahoma y además en “Palestina”, es decir en Israel, se encuentra nada menos que Yerushaláyim. Desde el 638, cuando fue conquistada por el Califato Omeya de Damasco, Jerusalén ha sido una de las presas predilectas del Islam, a la cual considera una ciudad santa para sí. Es improbable que quiera renunciar ahora para dejarla en manos de sus enemigos de siempre (Mahoma declaró en Medina que el Islam era para los árabes, excluyente de los judíos, y se dio a la tarea de perseguir y despojar a los judíos, hasta que llegó a cometer gran atrocidad contra los Banu Qurayza). Los palestinos sólo son el muro de contención del Islam (encarnado en la Liga Árabe) contra el mundo occidental, contra el judeocristianismo, y una punta de lanza que se mantiene con la esperanza de “barrer del mapa” a Israel. Son una espina clavada en el costado de Israel.

Así, para decirlo en términos “seculares” y “laicos”, el conflicto con los palestinos es el mejor ejemplo de lo que Huntington llamó “choque de civilizaciones”. Israel se encuentra, precisamente, en el punto en el que chocan dos grandes placas tectónicas culturales. Estamos presenciando ahora un terremoto más causado por ese choque; desde luego, un choque muy violento y deplorable.

Pero, ¿qué debe hacer Israel? ¿Cuáles son sus alternativas?

Las posiciones entre las partes (me temo) son irreconciliables, pues está en la esencia del Islam (como dije arriba) el reclamo territorial y, particularmente, el afán de controlar el Monte Sión. Lo único que puede hacer Israel para satisfacer y apaciguar de manera definitiva a sus vecinos es suicidarse políticamente: dejar de existir. De hecho, también el cristianismo y Occidente entero tendrían que rendirse incondicionalmente al Islam y adoptar la fe de Mahoma para evitar estar sujetos a la amenaza de ataques terroristas todo el tiempo. La situación ahora, en el siglo XXI, no es mejor que la que había en el siglo VII, sino más bien peor. En aquel entonces la amenaza era la de las espadas y las flechas; ahora son cohetes y puede llegar a ser —si nadie detiene a Irán por la fuerza— ojivas nucleares. Como ha dicho el ex presidente de España, José María Aznar, no es únicamente Israel la que está bajo amenaza, sino toda la civilización judeocristiana (no me refiero a la parte claudicante de Occidente, que prefiere a los musulmanes que a los judíos y que ha repudiado tanto el judaísmo como el cristianismo). Por lo tanto, la única alternativa que le queda a Israel y a la civilización judeocristiana es defenderse y pelear. Nuestra posición debe quedar perfectamente clara: la lucha de Israel es nuestra lucha; la defensa de Israel es la defensa de nuestra civilización, de nuestras libertades.

Algunos “cristianos” claudicantes (véase “El muy oscuro panorama de las relaciones entre protestantes, judíos e Israel”, Enlace judío, noviembre 12 de 2012) han abandonado las enseñanzas del Tanaj y el Nuevo Testamento para abrazar una forma de humanismo “políticamente correcta” que ¡acusa a יהוה de injusticia! Los cristianos escriturales creemos, sin embargo, que Israel (sí: el estado judío) y todos los judíos forman parte de los planes de Dios y que somos afines a ellos en términos del tipo de civilización en que podemos florecer y fructificar (junto con ellos). La posición de los “cristianos” pro palestinos antiisraelís es tan absurda y flagrantemente anti bíblica que casi no vale la pena refutarla. Es más bien para clarificar la posición cristiana escritural ante Israel que le dedicaré algo de espacio en mi próxima columna en Enlace Judío.

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Cohen, Hillel., 2008, Army of Shadows, Palestinian Collaboration with Zionism, 1917-1948, University of California Press, Berkeley y Los Ángeles.