RAFAEL L. BARDAJÍ/GEES.ORG

Las grandes naciones conducen su política exterior por lo general de tal forma que se aseguren sus intereses nacionales, a veces también guiados por un principio ético o moral. Mucho depende de si sus líderes son “realistas”, que sólo ven sumas y restas de poder más o menos descarnadamente, o si creen más en la extensión de los valores universales de la dignidad humana y el respeto a los derechos humanos. En España, sin embargo, ha sido bastante más común que se confundieran fines y medios en una suerte de “presentismo”: lo bueno y lo deseable es que se estuviera, no importa dónde, ni cómo ni para qué. Una rémora sin duda del aislamiento sufrido durante el franquismo.

Y no acabamos de escarmentar. Por ejemplo, el gobierno ha decidido apoyar en la ONU el cambio de estatus de la OLP y que se incorpore como estado observador. Esta votación no tendría mayor importancia ya que el voto español es marginal en este asunto (la OLP ya cuenta con 132) y tampoco sería muy importante en términos de la propia ONU ya que declarar a los palestinos Estado observador no le hace en la práctica más Estado, sino que sigue siendo una entelequia retórica.

Supondría, eso sí, cruzar un pasillo en las gradas de la Asamblea General. Ahora bien, en política la simbología a veces supera a la sustancia, y este es uno de esos casos. Además, dar carta de naturaleza a algo que no existe en la realidad significa, entre otras cosas, enterrar el proceso de paz al validar que cada parte puede recurrir a medidas unilaterales no negociadas.

De todas formas nada de eso importa para una España que no juega más que un triste papel de comparsa en este asunto. El voto español se quiere justificar porque de esa manera nuestro país gana apoyos para su candidatura a estar en el turno rotatorio del Consejo de Seguridad de la ONU. Apoyos entre los árabes, se supone. Pero se olvida que quien compite con nosotros es Turquía y, mucho me temo, que por mucho que nos arropemos con la bandera palestina, si un musulmán debe elegir entre una España que les echó de la península allá por 1492 y una Turquía en plena islamización, no va a va dudar a quién apoyar. Aún peor, ¿es legítimo chalanear con los sentimientos de unos y otros por optar a un sillón durante dos años en la ONU? ¿Es más qué es lo que pretendemos como país de ese turno? La última vez que tuvimos esa dicha nos vimos arrastrados al torbellino de Irak sin que apenas pudiéramos hacer nada al respecto. Es verdad que en política la cobardía no paga, pero la ceguera tampoco y en la penosa situación por la que atravesamos, resulta chocante que la diplomacia española marche alegremente a lidiar con asuntos como un posible conflicto con Irán solo por salir en la foto en una mesa donde siempre seríamos plato de segunda. Demasiado para unas simples lentejas.