EZRA SHABOT/CONTRACORRIENTE.ORG

A la memoria de mi madre y con profundo agradecimiento al Dr. Moisés Mercado

Con la toma de posesión de Enrique Peña Nieto como presidente se consumó la primera alternancia que representa el retorno del PRI a Los Pinos después de 12 años de gobiernos panistas. El principal obstáculo de Peña y los priístas es el fantasma del pasado autoritario y del presente donde la corrupción en el seno de gobiernos estatales y municipales priístas sigue permeando en la percepción de la misma ciudadanía que votó por la supuesta eficacia del PRI frente al desgastado esquema panista de gobierno.

Si bien es cierto que los operadores del PRI en el Senado y Diputados son lobos formados en el viejo régimen, también lo es el hecho de que han aprendido rápidamente el arte de negociar con otros partidos y a convertirse en interlocutores confiables —lo que no ocurre en el otro bando— capaces de sacar adelante propuestas presidenciales, a pesar del último tropiezo legislativo. La concentración de poder en la Segob a través de la próxima fusión con la Secretaría de Seguridad Pública asusta a muchos por el temor que representa la posibilidad de volver a unir política y seguridad en un solo ente, lo que le daría a esta instancia un carácter persecutorio.

Para otros esta fusión no podrá funcionar por la imposibilidad de hacer compatibles ambas tareas en una misma dependencia, generando tensiones que, al no tener un árbitro conciliador, terminarán por caer en manos del propio presidente Peña Nieto. En todo caso, la presencia de un secretario de Gobernación como Miguel Ángel Osorio Chong, ex gobernador de Hidalgo, obligará a demostrar en el corto plazo que es posible combinar en un mismo cargo la responsabilidad de coordinar el gabinete, el Congreso, las relaciones con los gobernadores y además el problema de la seguridad. Esto en el marco de un modelo democrático donde el PRI en su conjunto no tiene mucha experiencia al respecto.

No es este el escenario en el terreno económico, en donde la figura de Luis Videgaray se perfila como el eje de la continuidad al interior del equipo de Hacienda y en cuyo espacio se ubican la mayor parte de los elementos impulsores de la modernidad al interior del PRI. La coincidencia de objetivos y proyectos en esta área diluyen las diferencias partidarias entre panistas y priístas. Los dos ejes del gobierno de Peña —Osorio y Videgaray— tendrán que coincidir en esta lógica de negociar en un modelo democrático sin mayorías absolutas, pero en función de un proyecto modernizador en el que coinciden con el panismo.

Por otra parte, la llamada nueva estrategia de seguridad tendrá que dar frutos rápido, tanto en la formación de policías capaces de sustituir militares en las tareas de combate al crimen organizado, como en la reducción del nivel de violencia que estos grupos generen y que por supuesto se incrementará en forma inmediata en un intento de medir la capacidad de respuesta del nuevo gobierno. Cambios de matiz, de nombre de dependencias o de policías vueltas gendarmerías no anularán por sí mismos la problemática de una criminalidad desafiante del poder público y todavía poderosa en lo económico y lo militar.

Si en sus dos primeros años Peña consigue reducir sustancialmente la capacidad operativa del crimen organizado y mantiene un ritmo de crecimiento superior a 4% anual producto de buenas condiciones macroeconómicas, pero también de una reforma hacendaria que le dé los recursos necesarios para garantizar esos resultados, el éxito de su gestión será casi seguro. Eso, y también una estrategia para hacerle sentir a la sociedad mexicana que, al menos a nivel federal, el retorno del PRI no representa el retroceso que la oposición y muchos sectores sociales afirman existirá a partir de este reencuentro de los tricolores con la Presidencia. Cambiar modos y símbolos del pasado, así como presentar resultados en el mediano plazo, es el objetivo inmediato para el gobierno que comienza.