ROBERT SPENCER/PERIODISTA DIGITAL.COM

Ocho personas han perdido la vida y cientos han resultado heridas, pero el capítulo sangriento más reciente de la desgraciada historia actual de Egipto está a punto de cerrarse: los primeros resultados no oficiales apuntan a una victoria del “sí” en la primera vuelta del referéndum sobre la nueva Constitución egipcia, entre peticiones de que se repita la votación por las irregularidades detectadas.

Subrayando la acusación de que oponerse a su gobierno es oponerse al propio islam, la Hermandad Musulmana del Presidente Mohammed Mursi moviliza en favor de la constitución en una mezquita de El Cairo próxima al palacio presidencial. Izquierdistas, seculares y cristianos se concentran contra la constitución la misma jornada en la Plaza de Tahrir.

Están en contra porque, dice Associated Press, “el borrador constitucional recoge ampliamente la versión conservadora de los islamistas con artículos que activistas, izquierdistas y cristianos temen conduzcan a la limitación de los derechos de la mujer y de las minorías, y de las libertades civiles en general”. Tienen motivos para tener miedo, dado que la constitución ampara en numerosos casos las limitaciones de la ley islámica a sus derechos.

Por desgracia, parece improbable que su causa tenga éxito: es probable que el texto constitucional prospere, y con él la ley islámica y los poderes dictatoriales que hace poco Mursi se adjudicaba primero y después renunciaba bajo presión.

Ha tardado tiempo en llegar, pero su llegada no ha pasado desapercibida a ningún observador objetivo. La “Primavera Árabe” nunca ha tenido nada que ver con pluralismo o democracia, a pesar de los adventistas de la prensa occidental; siempre se trató de imponer la ley islámica en Egipto. Y con el nuevo texto constitucional, Egipto se asoma al vacío. Associated Press destaca que la formulación de la constitución “da a los islamistas las herramientas para sacar adelante la implantación estricta de los mandatos de la ley islámica”.

“El borrador no contiene ningún artículo que establezca específicamente la igualdad entre hombres y mujeres a causa de desavenencias en torno a la fórmula. Sostiene, por ejemplo, que la mujer tiene que conciliar sus deberes familiares con el trabajo fuera del hogar, lo que sugiere que se le pueden pedir cuentas si su trabajo entra en conflicto con sus deberes familiares. No hay ningún artículo así mencionado para los varones”.

Las implicaciones para los derechos de la mujer son evidentes tanto como predecibles a la luz de la reducción por parte de la ley islámica de la mujer a la posición de simple bien de consumo, esclavas de los hombres, que son propietarios de ellas.

Luego hay numerosos artículos que anuncian la introducción en vigor de los límites de la ley islámica a la libertad de expresión. La ley islámica prohíbe la crítica al islam, a Mahoma y al Corán, y religiosamente el texto constitucional contiene un artículo que “prohíbe el insulto al, o la difamación de, el profeta y los mensajeros”. Y tampoco se detiene ahí.

Otro artículo prohíbe “el insulto a los seres humanos”, sugiriendo límites autoritarios a la crítica a los líderes políticos, y otro artículo más “subraya que el Estado protegerá ‘la verdadera naturaleza de la familia egipcia… y promoverá sus valores y moralidad'”, a tenor de lo cual Associated Press destaca: “la formulación es vaga y augura el control del Estado sobre las creaciones artísticas como los libros con las películas”.

Nada de esto va a ser desafiado en alguna futura consulta si el texto constitucional sale adelante el domingo. Una vez llegue la ley islámica a Egipto, llegará para quedarse a menos que los egipcios se cansen tanto de su autoritarismo inhumano como para que se produzca otro período de liberación. Pero eso podría tardar décadas. En el ínterin, la ley islámica es mucho más compatible con la dictadura que con el gobierno representativo. Es la razón de que la consulta del domingo pueda ser la última a estos efectos realizada en Egipto.

Desde luego Mahoma, el profeta del islam, aconsejaba lo que parece ser una obediencia ciega a los dictadores: “Hay que escuchar y obedecer a tu gobernante, incluso si se trata de un esclavo etíope (negro) cuya cabeza parece un grano de uva” (Bujari 9.89.256). Tampoco hay constancia de que la comunidad musulmana original montara alguna clase de gobierno representativo o sistema electoral — y dado que Mahoma era el modelo de emulación de los musulmanes (Corán 33:21), hablamos de un punto clave.

El gran ideólogo de la Hermandad Musulmana, Sayyid Qutb (1906-1966), ya anticipaba una titánica lucha entre el islam y la jahiliyyah, la sociedad y el gobierno de los infieles: “El islam no puede aceptar mezclas de jahiliyyah. O el islam permanece, o la jahiliyyah; no es posible ninguna situación de compromiso.

El control pertenece a Alá, o la Jahiliyyah; la ley islámica de Alá se impone, o bien los deseos de la gente: ‘Y si no te obedecen, entonces sabes lo que puede pasar. ¿Y quién se aparta más del camino de Alá que aquel que sigue sus propios deseos, sin la orientación de Alá?

¡Ciertamente! Alá no guía al desobediente (Corán 28:50); ‘ellos siguen la ignorancia del juicio final. ¿Y quién tiene mejor juicio de las personas que tienen una fe firme en él que Alá’ (Corán 5:50)? El principal deber del islam es deponer el gobierno jahiliyyah de los hombres, con la intención de elevar al ser humano a la posición que Alá le ha colocado”.

La jornada de ese relevo en el gobierno, y posterior elevación, está a punto de llegar a Egipto.