LA GACETA /

Encarnó mejor que nadie la Revolución rusa. Sin él y su gran capacidad organizativa probablemente nunca hubiera sido bendecida por el éxito. Terminó sus días perseguido por su álter ego Josif Stalin.

“La idea de una nacionalidad judía es definitivamente reaccionaria” escribía Lenin en 1903, 15 años antes de que la Rusia zarista saltase por los aires y de que un socialista ucraniano llamado León Trotsky ingresase en el Partido Bolchevique. Para el cambio de siglo, la revolución socialista ya se mascaba en Rusia, pero no tanto como la sionista, que contaba por aquel entonces con cerca de 300.000 miembros afiliados y más de 1.000 filiales repartidas por todo el imperio.

Trotsky, nacido en 1879, era un judío más. Todavía se llamaba Lev Davidovich Bronstein y acababa de salir de la selecta escuela alemana de Odesa, ciudad donde su padre, un pequeño propietario rural ucraniano, un kulak, le había mandado a estudiar para que prosperase en la vida. Lo primero que hizo el joven Bronstein fue cambiarse el apellido. Él se sentía ruso y quería borrar cualquier resto de su pasado hebreo. Tras su primer paso por una de las prisiones zaristas decidió tomar el nombre de uno de sus carceleros. Con él se quedó hasta el fin de sus días en México, cuando un comunista español que actuaba a las órdenes de Stalin le asesinó clavándole una piqueta de alpinista en la cabeza.

Trotsky se hizo revolucionario muy pronto. Sus devaneos con el marxismo empezaron en la universidad donde estudiaba Ciencias Exactas. Allí formó la Liga Obrera del Sur de Rusia, lo que originaría su primera detención y exilio a Londres. Luego vendrían más. En 1905 participó activamente en la revolución que estalló aquel año en San Petersburgo. En la corte del zar organizó el primer soviet o consejo de obreros.

Triunfo de la revolución

Tras el fracaso del levantamiento fue apresado y deportado a Siberia. En esta etapa de su vida dio forma al pensamiento que, pocos años después, ya en el poder, aplicaría en toda en Rusia.

Trotsky era un hombre de acción tremendamente metódico. Reconciliado con Lenin, protagonizó la revolución rusa y se convirtió en un su más eficaz brazo ejecutor. Fue Trotsky quien se empeñó en organizarlo todo a partir de soviets obreros debidamente adoctrinados y teledirigidos por el Partido. Sin ese detalle la revolución probablemente nunca hubiese triunfado. Fue también el responsable de crear desde cero el Ejército Rojo, una fuerza de choque fanatizada por la idea, sin la cual la guerra civil que sucedió al golpe bolchevique se hubiese saldado con una previsible derrota. Fue Trotsky, en suma, el diseñador del mismo golpe de octubre que los bolcheviques aplicaron con precisión de relojero en la calle y que, pese a ser una minoría en la Duma, les llevó directamente al poder absoluto.

A la muerte de Lenin en 1924, León Trotsky, el judío renegado que denostaba a Theodor Herzl, padre del sionismo, tachándolo de “figura repulsiva”, era el hombre más poderoso e influyente de la Rusia roja. Por esa razón, el choque de trenes con Iosif Stalin era inevitable. Trotsky, que supo derribar un régimen centenario, fue incapaz de sobrevivir a su propia creación. El Vozhd –apelativo con el que se conocía a Stalin que significa “líder”– forjó una coalición contra él, le apartó del Olimpo bolchevique y luego dictó orden de caza y captura. La revolución, como era preceptivo, terminó por devorar a sus hijos.