JACOBO ZABLUDOVSKY/VANGUARDIA.COM

La pirotecnia de iniciativas iluminó el cielo legislativo de México en este diciembre inconcluso como en ningún otro primer mes de un sexenio.

Se puede estar de acuerdo o no con los proyectos del presidente Enrique Peña Nieto, pero no puede negarse que llegó a su toma de posesión con la tarea adelantada. Tantos cohetes, chinampinas y buscapiés no se fabrican de la noche a la mañana. Una delicada artesanía, lenta por el trato riesgoso de la pólvora, produjo el deslumbramiento que el señor Peña Nieto ha venido a proponernos en sus acciones de gobierno.

Trece fueron las que planteó el día de su investidura para “mover la gente, la mentalidad, las instituciones”. Destaca la destinada a prevenir el delito a base de reconstruir el tejido social, para cuyo fin se destinarán 115 mil millones de pesos. Tan importante como la anterior y en cierto modo ligada a ella, es la “Cruzada nacional contra el hambre” que interpreto como la lucha contra la miseria agobiante y vergonzosa que padece más de la mitad de los mexicanos.

Carece de una explicación detallada. No esperamos una solución de varita mágica pero sí una ruta del procedimiento que revierta el fracaso ancestral en esta materia. La demagogia ha desgastado la supuesta lucha, como los relieves de la vieja moneda al pasar de mano en mano mientras la de los mendigos, siempre extendida, siempre abierta, queda siempre vacía.

La voluntad de primar la educación en la jerarquía de las asignaturas pendientes califica a un gobierno y nos lleva al problema de fondo: cuál es la educación que México requiere para estar a la altura de lo que depare un futuro incierto en la era de la cibernética y la globalización de la economía y la cultura.

Y tan importante o más que cualquiera de las anteriores es la lucha contra la corrupción. Nada se logrará si no se emprende una guerra, esta sí inteligente y decisiva, para desenraizar de nuestra vida ese cáncer multiplicador de millones de metástasis. Por un periódico español, El País, nos enteramos del compromiso, negocio turbio, de la fabricación de barcos de PEMEX en astilleros de Galicia, sin licitación ni revelación pública alguna. Y otro, The New York Times, el periódico más importante del mundo, en un reportaje ejemplar de primera plana publicado hace ocho días, denuncia a funcionarios de Wall Mart y de México en una serie de sobornos (you need two for tango) que debería tener en la cárcel a los cómplices de ambos lados. En ninguno de los casos mencionados, ejemplos recientes, hemos visto reaccionar a las autoridades encargadas de perseguir a los corruptos. Sería esta una magnífica oportunidad de mostrarnos que apagada la fiesta, tronados los cohetes, es hora de levantar las varitas.

Es muy pronto para hacer balance y menos pronóstico de lo que será este gobierno. Su concepto de nuestro destino coincide con el de muchos compatriotas. Pero Dios está en los detalles. Sí. También el diablo.

Aprovecho el resto de esta columna para consignar una especie de efemérides menor: este es el Bucareli número 300. Cuando Juan Francisco Ealy Ortiz, mi amigo desde que llegó a esta calle, me invitó a colaborar en El Universal el día que renuncié a Televisa, último de marzo del 2000, pensé en un compromiso de algunos meses. Aprendí a escribir en computadora en un salto de trapecista sin red de la Remington mecánica a la Apple mágica sin tocar los teclados eléctricos.

Solo el afecto y la confianza de mi amigo lograron vencer ese miedo al fracaso que en el periodismo equivale a indiferencia. En Novedades, hace medio siglo, escribí una columna diaria llamada Clepsidra en la página editorial, con la facilidad del oficio, el desparpajo de la juventud y la rapidez de la rutina obligada. Cada tarde entregaba dos cuartillas a don Mario Rojas Avendaño, jefe de Redacción. Hoy tardo una semana en encontrar el tema y envolverlo en los 4,750 caracteres, contando espacios, según tamaño sugerido por Roberto Rock.

Llego a esa cifra redonda de colaboraciones alentado por la respuesta de usted que me lee, registrada en las visitas electrónicas y encuestas especiales. Disfruto la angustia de la pantalla en blanco y la satisfacción del trabajo realizado. Siento el apoyo de mis compañeros y el estímulo de aparecer cada semana en la primera plana de la primera sección y en un sitio escogido del espacio interior.

A estas alturas, a siete décadas de decidir un camino azaroso en medio del extravío del adolescente, me emociona el mismo placer del primer día. Y el mismo agobio por encontrar las palabras y ponerlas en orden, como los viejos cajistas de imprenta hacían con cada letra.

Gracias.