LEÓN OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO

Las decisiones de los hijos

En el marco de los años ochenta viví experiencias gratas y otras difíciles. Como expresé en la Crónica previa, mi integración a la División Internacional del Banco me permitió un desarrollo profesional amplio; asimismo, mis hijos mayores terminaron la preparatoria en la escuela Sefaradí y ambos estuvieron de Hajshará (estancia para jóvenes judíos en Israel), hecho que fortaleció su identidad judía. La estancia de cada uno en Israel fue en años diferentes; estuvieron trabajando en Kibutzim (aldeas agrícolas colectivas) y pasearon por todo Israel.

Convivieron con jóvenes judíos de su edad de todo el mundo; fue una experiencia enriquecedora como individuos; después de su estadía en Israel, cada uno por separado viajó por Europa con sus amigos de México que también habían estado en ese país. El viaje de Regina en Europa fue más intenso, ya que en ese año el representante del Banco en Londres, Sergio, la apoyó a ella y a sus compañeras en sus recorridos, e incluso en Londres, junto con su esposa, Evita, realizaron varios paseos juntos. Unos meses antes yo había viajado por Europa por lo que tuve la oportunidad de proporcionarle una amplia información no sólo sobre itinerarios de viaje, también de restaurants, museos y espectáculos. Finalmente, Regina, apasionada por los deportes, tomó un curso de Ski en Alemania por dos semanas. En este sentido, me siento satisfecho como padre de haberles brindado múltiples oportunidades de viaje y educativas, aunque parece que lo han olvidado.

Tengo la sensación que ellos, al igual que mis hijos menores, Tali y David, como muchos jóvenes en el presente, pertenecen a generaciones que piensan que sus padres están en deuda con ellos. Cuando yo fui niño y adolescente, viví en un mundo en que nada me faltó en un marco de relativa modestia. En la escuela en la que yo conviví no había el bombardeo de la publicidad por los bienes materiales. Yo era feliz con lo que tenía, con lo que me ofrecían mis padres; nunca sentí estrechez en mis necesidades. Sin ser mis padres muy expresivos en su afecto, me sentía agradecido por el cariño que me daban. Mi esposa y yo hemos conversado al respecto y me ha comentado que ella también tuvo una infancia y una adolescencia felices, sin grandes aspiraciones por las cosas materiales. Ahora, ambos sentimos que en nuestra tercera edad estamos experimentando lo que he denominado la orfandad de la vejez; una especie de abandono de los hijos a los padres. Tenemos clara conciencia de que los hijos tienen sus propias familias y sus vidas; pero el alejamiento de sus progenitores es claramente manifiesto; espero que sus hijos no sigan la misma línea de ellos.

En este ámbito, Natan al regresar de Israel, influenciado por el entorno de sus amigos del Colegio Sefaradí, no quería emprender una carrera, sino dedicarse a los negocios como lo iban a hacer algunos de sus amigos. No me opuse a esta idea, empero, le hice comprender que simultáneamente debería cursar una carrera; no fue tan fácil convencerlo de esto último, sólo hasta que le plantee que si no iba entrar a la Universidad, él tendría que mantenerse. Ante esta disyuntiva, aceptó lo que yo le proponía e ingresó al Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), institución privada de gran prestigio donde yo cursé estudios de Economía.

De acuerdo a los test sicométricos que le hicieron en el ITAM, él debía estudiar la carrera de Derecho. Tanto él como yo coincidimos que esa no era su vocación, entonces hablé con el Rector del ITAM, que era maestro y amigo mío para que apoyara a Natan a que iniciara otra carrera. Así empezó la especialidad de Ingeniería de Sistemas y después de seis meses la cambió por la de Administración de Empresas, que creo fue una buena elección, porque en su desempeño laboral se orientó a tareas directivas en empresas con gran éxito.

La actividad empresarial que inició con sus amigos la abandonaron en poco tiempo; la falta de experiencia no facilitó que lograran buenos resultados. Si bien los hijos deben experimentar por su propia cuenta tanto en el campo de trabajo como en otras esferas de su vida, no está por demás que escuchen a sus padres a quienes la vida con golpes, les ha enseñado a enfrentar las adversidades y a aprovechar las oportunidades.

Mi hija Regina tenía claro que su vocación era la Sicología, igual que lo había sido para su mamá, y escogió estudiar esta disciplina en la Universidad Anáhuac del Norte; para asistir a clases tenía que atravesar la Ciudad de Sur a Norte; ello no la amedrentó y estudió con mucho entusiasmo su carrera.

Las erogaciones en la educación de los hijos en su educación profesional, representan la mejor herencia que podemos darles, sobre todo en esta época en la que en las actividades productivas prevalece el conocimiento; en mis tiempos era válido, no obstante, el no tener una Carrera profesional, de alguna manera se podía compensar con inteligencia, iniciativa y experiencia; esto sigue siendo válido en el presente, sin embargo, la preparación profesional no es una opción, constituye una condición sin ecua non para triunfar en la vida.