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El primer ministro israelí ganará las elecciones del día 22 aunque necesitará múltiples alianzas para gobernar. El viraje a la derecha de su partido le está haciendo perder apoyos.

No hay dudas. Las elecciones del próximo 22 de enero en Israel las ganará la lista que encabeza el actual primer ministro, Benjamin Netanyahu, un conglomerado entre su partido, el Likud, de centro-derecha, y los ultraconservadores de Israel Baitenu, del canciller Avigdor Lieberman. Como es costumbre nacional, no podrá gobernar en solitario. Necesitará de múltiples alianzas para lograr la mayoría del Parlamento.

Los sondeos le dan 34 escaños pero repetiría acuerdos que elevarían la cifra a 64 sobre 120, 70 según los medios más afines. Hoy tiene 66. Suficiente para un tercer mandato. Netanyahu tiene, sin embargo, un enemigo que puede amargarle la victoria: el radicalismo. El viraje a la derecha de su partido, con más halcones en la dirección, y los planteamientos asimilados de Israel Beitenu –censurados por gran parte del electorado del Likud– están haciéndole perder apoyos. Sumadas, las dos formaciones tienen ahora 42 escaños. Siete menos de los que, juntos, les dan las encuestas.

El descontento creciente de ese sector más próximo al centro puede echar a parte de los votantes en brazos de Hatnua, de la ex ministra de Exteriores Tzipi Livni, o Yesh Atid, que comanda el periodista Yair Lapid. Ambos tratan de mostrarse cercanos a los problemas de la clase media con postulados laicos. La distancia entre el bloque de Netanyahu y estas formaciones se ha reducido entre seis y ocho escaños en 10 días, pero sus oponentes no llegan a ser alternativa. Pese a ello, Netanyahu no ha dudado en tantear a Livni (posibles 11 diputados). Asesores de la antigua canciller niegan que vayan a aliarse. Ya cuando fue líder del Kadima, hace cuatro años, y ganó las elecciones, Livni se negó a pactar con su enemigo.

Es poco probable que renuncie a sus principios aunque la tienten con Exteriores, un caramelo a su alcance con Lieberman acusado de fraude y abuso de confianza por promover a un ex embajador, después de que este le entregara información sobre una investigación penal que le atañía. Por ese flanco no hay temor. El centro-izquierda está atomizado, sin ideario claro, sin líderes, con un laborismo –la otra gran cabeza del bipartidismo local– al alza, pero que, pese a ello, no supera el segundo puesto y los 13 escaños, revuelto contra una candidata, Shelly Yachimovich, demasiado moderada. Netanyahu se apoyará en lo que el analista Noam Sheifaz llama la “derecha ortodoxa”, conservadores y religiosos.

El problema es que algunas formaciones están creciendo hasta el punto de que se convertirán en llave de Gobierno, lastrando su gestión con sus exigencias radicales. El mayor miedo lo encarna Naftali Bennett. Dirige el Habayit Hayehudi, un partido nacional religioso. Empresario talentoso, ex militar de las fuerzas de élite, de origen norteamericano, podría arrancar 12 diputados (tiene tres), tercera fuerza. Otros partidos como Am Shalem (ultraortodoxos) y Otzma LeYisrael (extrema derecha) tienen muchas posibilidades de superar el 2% de votos, umbral necesario para acceder a la Knesset.

Netanyahu podría sumarlos para apuntalar su liderazgo. Por eso los colonos e Irán se presentan como ejes de la campaña, mano dura contra los palestinos y la mayor amenaza exterior. Hasta la fecha, las quejas de los indignados (vivienda, educación, salarios) no han aparecido en la precampaña. Benjamín Netanyahu ganará, pero corre el riesgo de pagar por el extremismo estridente de sus compañeros de viaje y encumbrar sin querer a la izquierda para los próximos comicios.