PILAR RAHOLA/LA VANGUARDIA

Después de ver al flamante alcalde de Badalona, martillo de herejes inmigrantes, vestido de jeque del petrodólar, paseando por una dictadura de ídem, este artículo parece una broma. Quería hablar de la proliferación de mezquitas en Catalunya, con el crecimiento exponencial más alto de Europa, pero lo de Albiol es tan bestia que obliga a un preámbulo, so pena de quedar con cara de doble moral. Desde luego es de nota basar un discurso político en la confrontación con los musulmanes, y luego ir a disfrutar de una dictadura que basa en la lectura fundamentalista del Corán su código legal. ¿Qué pasa, señor Albiol, que los moritos pobres de Badalona son malos, pero los jeques ricos de Omán son buenos? Me parece un juego tan falaz que sólo sirve para constatar que este alcalde es el rey de la demagogia.

Sin embargo, y a pesar de los delirios onírico-petroleros del alcalde, lo cierto es que Catalunya mantiene su proceso de implantación del islamismo radical, especialmente en su vertiente salafista. De ahí que el problema no sea tanto el gran aumento de mezquitas, aunque las cifras son rotundas: cuatro nuevas en sólo medio año en Catalunya, con un total de 246 oficiales, más centenares de mezquitas-garaje. Lo cual ciertamente es muy notable. Pero incluso la llamativa cifra de aumento de oratorios no sería preocupante si tuviéramos una respuesta precisa a la pregunta clave: ¿cuántas mezquitas en Catalunya están financiadas y dirigidas por el salafismo o cualquier otra corriente fundamentalista? Lo cierto es que el control es prácticamente nulo, a pesar de que los indicios también son rotundos, no en vano es precisamente el islamismo radical el que tiene mucho interés en crear mezquitas por todas partes. ¿Es normal, por ejemplo, que sólo en Figueres haya cinco mezquitas oficiales, o en Santa Coloma ocho, además de las que son clandestinas? Ello deriva en otro problema y es el hecho de que muy a menudo los interlocutores entre la comunidad y la administración acaban siendo los líderes islamistas, que son los que están motivados, organizados y tienen estrategia definida. Y mientras en sus países de origen levantar una iglesia o una sinagoga sería motivo de pena de muerte, aquí las permitimos todas, incluso aquellas que pueden ser el foco de un peligroso extremismo.

No hace mucho el Gobierno noruego avisó a Arabia Saudí que no permitiría que financiara una mezquita en su suelo, mientras no se puedan edificar iglesias allí. ¿Por qué consideramos normal lo contrario, que el islamismo radical se asiente en nuestro país y un dios católico no pueda ser venerado en el suyo? Algo falla en nuestro sistema de valores. Por eso es normal que un alcalde que se llena la boca contra los musulmanes se vaya a una dictadura islámica a pasear, sin entender que el problema no es el morito de Badalona, sino el simpático, rico y fanático jeque amigo.