LEÓN OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO

El renacimiento de los padres

En los ochentas, otro de los acontecimientos importantes en mi vida fue el nacimiento de mis hijos pequeños. Primero Tali, en 1986, después de ocho años de matrimonio y en 1988, David. Repentinamente engrosamos la familia de dos a cuatro hijos; cuando nació Tali, Natan, mi hijo mayor tenía 21 años, y Regina, 19. Volví al cambio de pañales, al baño de tinas pequeñas, a preparar mamilas, papillas y otras actividades enfocadas a la atención de los niños. Ya tenía experiencia en estas tareas, y como padre maduro, me revitalizaron. Los hijos mayores se contagiaron de nuestra alegría, empero, en pocos años se casaron e iniciaron su propia vida. Mi esposa Jose y yo convertimos a Tali y a David en el centro de nuestras vidas; creo que ello ocasionó cierto recelo en los hijos mayores, mismo que de alguna forma me lo expresaron más adelante.

Con Tali y David emprendimos numerosos paseos por la República y por el extranjero. Manipular carriolas por los puentes y escaleras de Venecia y conseguir los alimentos que requerían, no fue tarea fácil, no obstante, lo hicimos con mucho entusiasmo. Cuando viajas con niños entras al mundo de los parques de diversión, a los jardines, a los espectáculos infantiles y te relacionas con familias con niños; esto fue particularmente interesante en los paseos que realizamos por Europa; incluso Tali y David aprendieron algunas palabras en italiano o francés para comunicarse con otros niños.

El esfuerzo físico que tuvimos que hacer en los viajes para cuidarlos fue grande, pero compensó la alegría que tuvimos de convivir intensamente con los niños. También estuvimos muy alertas para evitar accidentes y actuar con mucho recelo frente a actitudes de terceros con malas intenciones, en este sentido, recuerdo que un día estábamos jugando en un parque en Roma; de repente observé a tres hombres y una mujer con rasgos árabes que discretamente se acercaban a nosotros y tuve la sospecha de que querían secuestrar a los niños. Inmediatamente, sin medir palabra, los tomé de la mano y le dije a mi esposa, sorprendida por el hecho, que nos alejáramos; me acerqué a un policía pretendiendo preguntarle sobre alguna dirección, hecho que atemorizó a esos individuos que se alejaron rápidamente del lugar.

Asimismo, recuerdo que en una ocasión, cuando Tali y David, tendrían 5 y 3 años, respectivamente, estábamos en el aeropuerto de Roma para abordar un avión a la región de Sicilia; en la sala de espera entablamos una conversación con una señora que tenía dos hijos y que también viajaba a Sicilia a donde residía con su familia. Nos advirtió que “la especialidad” de Sicilia era el secuestro de menores y el robo a vehículos. Cabe imaginar nuestra impresión y preocupación ante tal declaración; aunque disfrutamos ampliamente nuestras vacaciones en varias ciudades de esa región, tomamos medidas extremas para vigilar a nuestros hijos.
Este es el entorno de inseguridad y sobresaltos que nos ha tocado vivir desde hace varias décadas en cualquier rincón del planeta. David, en particular, era muy travieso; viene a mi memoria que en nuestra estancia en Budapest estábamos desayunando en el hotel; David, que tendría tres años, repentinamente desapareció de la mesa; lo buscamos por todo el Hotel, que no era grande; otros huéspedes y personal del Hotel nos ayudaron a buscarlo; inclusive salimos a la calle y preguntamos a los transeúntes si habían visto a David. Después de media hora de búsqueda íbamos a llamar a la policía, cuando debajo de una mesa del restaurant, que ya habíamos revisado, apareció “acurrucado” tranquilamente, ¡qué gran susto llevamos!

Otro día estábamos en un almacén en la Ciudad de Chulavista, en California, cercana a la frontera de Tijuana, México, lo llevaba de la mano y se desprendió de mí y echó a correr rumbo a la salida; fui tras de él, pero lo perdí de vista; lo buscamos más de 20 minutos y no lo encontrábamos; uno de los clientes del almacén, a quien pregunté por David, me comentó que vio corriendo a un niño pequeño con las características que le dimos de mi hijo. Finalmente lo encontramos escondido entre los colgaderos de ropa. Su breve desaparición nos causó mucha angustia, en virtud de que en esos días habían secuestrado a niños en almacenes, a quienes disfrazaban dentro de los mismos de niñas, y los delincuentes salían tranquilamente de la tienda, sin que nadie se percibiera de lo que habían hecho.

También recuerdo que de vacaciones en Polonia, fuimos un domingo a visitar la casa de Chopin que se ubicaba en el campo, cerca de Varsovia. La visita incluía un concierto al aire libre, que no tuve oportunidad de escuchar completo, porque Tali y David, con gran algarabía, corrían entre el público; tuve que llevarlos a pasear a los jardines de la casa mientras mi esposa disfrutó del concierto.

Los cumpleaños de Tali y David los organizó mi esposa en grande; se realizaban en salones de fiesta, en la casa, o en la de mi hija Regina, que vivía en un edificio con un jardín grande y una pequeña alberca. Concurrían a la fiesta muchos de sus compañeros de escuela, mis hijos mayores, familiares de Jose y algunos amigos nuestros. Fueron momentos de mucha felicidad y de integración familiar.

Ser padre maduro me facilitó el manejo de situaciones difíciles en la relación con los hijos pequeños; la experiencia con los mayores fue una base importante para este propósito. No obstante, recuerdo que cuando se enfermaban, la angustia se multiplicaba, cuando uno es mayor, se aferra a los hijos, quizá de manera exagerada.