FRANCISCO GIL-WHITE PARA ENLACE JUDÍO

…no es una historia salida de mi cabeza. Sale de las actas registradas del caso del Gobierno de Israel contra Malquiel Greenwald.

—Ben Hecht, Perfidy (1961), p.90

El décimo Festival Internacional de Cine Judío presenta una película interesante de Gaylen Ross intitulada El Dr. Kasztner: ¿Héroe o Traidor? El tema es Rudolf (alias Israel, alias Reszö) Kasztner, protagonista en los 1950s de uno de los dos juicios más importantes en la historia del Estado judío (el otro es el de Adolfo Eichmann, arquitecto de la Solución Final). Arde todavía la controversia sobre si Rudolf Kasztner, durante la guerra mundial, fue salvador o verdugo de judíos. La relación del gobierno de Israel con Kasztner vuelve profundas las implicaciones de una respuesta decisiva. O por lo menos eso parece haber percibido el gobierno.

Aunque lo llamen el ‘Caso Kasztner’ el acusado formal no era él sino Malquiel Greenwald, cargado con haber difamado a Kasztner. Asombrosamente, no fue el presunto difamado quien lanzara el juicio sino el Estado de Israel, y el gobierno delegó el trabajo de procesar a Greenwald nada menos que a Jaim Cohen, procurador general de justicia.

¿Qué había dicho Greenwald—un anciano paupérrimo, ‘periodista’ amateur, y de escasos lectores—para merecer semejante atención? Que durante la Segunda Guerra Mundial Rudolf Kasztner—judío húngaro, ahora ciudadano israelí, y vocero del gobierno—había sido un colaboracionista nazi, y que después de la guerra había continuado su alianza con los exterminadores.

Greenwald ganó el caso. El gobierno recurrió entonces el fallo a la Suprema Corte.

Los defensores de Kasztner han presentado el fallo de la Suprema Corte como una ‘reversión’ del fallo anterior y una ‘exoneración’ de Kasztner. Eso es erróneo en términos estrictamente legales, pues Kasztner no era el acusado. Pero es impreciso también en términos metafóricos, pues la Suprema Corte declaró ‘no difamatoria’ una de las dos afirmaciones clave de Greenwald.

La Corte sostuvo que después de la guerra, en el Tribunal de Crímenes de Guerra de Nuremberg, Rudolf Kasztner juró testimonio a favor de varios altos exterminadores nazis para evitarles su merecido castigo (en el caso de Hermann Krumey y Kurt Becher con éxito, aunque a Krumey luego lo reaprehendieron). Kasztner primero negó acaloradamente que lo hubiese hecho. Sin embargo, en el juicio—que era contra Greenwald, pero que pareció de aquí en adelante un juicio contra Kasztner—se presentaron los affidavits de Nuremberg. Luego vino la confesión: sí, dijo Kasztner, los documentos eran suyos. Reiteramos: Kasztner fue en la posguerra a Nuremberg a jurar testimonio para liberar a los altos exterminadores nazis; ésta es la afirmación que la Suprema Corte Israelí (5 contra 0) avaló y sostuvo.

Greenwald también acusó que, durante la guerra, Kasztner había colaborado con esos nazis—los que defendió en Nuremberg—para deportar a más de 400,000 judíos húngaros a Auschwitz-Birkenau; pero fallando aquí en contra de Greenwald, la Suprema Corte (3 contra 2) opinó que las negociaciones de Kasztner no podían llamarse ‘colaboración.’ Enfatizo aquí el asunto semántico porque en esta cuestión la Suprema Corte tampoco disputó los hechos presentados en la corte inferior.

Los fallos divididos de la corte más alta encontraron eco en una población también dividida. De hecho, la decisión de recurrir el fallo inicial, como explica el historiador Yechiam Weitz, había sido “un procedimiento controvertido,” pues se percibió una maniobra política para salvar el prestigio del gobierno israelí, y la controversia acarreó la caída del gobierno.[1]

No acaba ahí la historia. Nadie disputa que Rudolf Kasztner salvara las vidas de por lo menos cientos de judíos, por lo cual emitir un juicio claro sobre su comportamiento ha resultado, para muchos, difícil. Para otros resulta fácil, pero no llegan todos a la misma conclusión. Las emociones y los juicios encontrados nos persiguen hasta hoy, pues la llaga supura en la brecha de las divisiones ideológicas más profundas y dolorosas del pueblo judío. Sin poder sanar.

Contrario a lo que pudiera indicar el título de El Dr. Kasztner: ¿Héroe o Traidor?, la película no plantea la pregunta sino que afirma desde los primeros minutos, en la voz de su productora y directora, que Kasztner fue un héroe maltratado por la historia.

En defensa de su tesis, Gaylen Ross presenta y reitera los siguientes argumentos. 1) Es justo celebrar que Kasztner salvara a algunos judíos, pues sus vidas son preciosas. 2) Es natural que los salvados le estén agradecidos. 3) No hay vergüenza para ellos en haber sobrevivido. 4) Negociar con nazis es loable si salva vidas. 5) No hay pecado en comprar esas vidas con sobornos. 6) Kasztner no podía salvar a todos los 800,000 judíos húngaros. 7) Su familia está dolida y prefiere ver en Kasztner a un salvador de judíos. 8) Kasztner podía reír, cantar, gozar la vida, seducir mujeres, entablar amistades, y entrañarse en familia.

Estas afirmaciones—todas—me parecen razonables. Supongámoslas irrefutables. Aun así es justo preguntar: ¿cómo afectan las acusaciones? No se acusó a Rudolf Kasztner de salvar a los judíos ‘equivocados.’ Nadie objetó que comprase esas vidas con sobornos. Persona alguna afirmó que cualquier negociación con los nazis fuera inmoral. No le regatearon que salvara pocos judíos. No le reprocharon que fracasara en salvar a todos los 800,000 judíos húngaros. Y absolutamente nadie lo acusó de ser un demonio de caricatura que huele a azufre, espanta a las mujeres, y enemista a su familia.

Kasztner fue acusado de ir a Nuremberg en la posguerra a salvar las vidas de varios exterminadores nazis. Fue acusado de negociar durante la guerra—con esos mismos nazis—para salvar a cientos de judíos (incluyendo a su familia) a cambio de asistir el exterminio de cientos de miles. Fue acusado de viajar a su pueblo natal de Kluj para subir a su gente—con mentiras—a los trenes que habrían de llevarlos a Auschwitz-Birkenau. Fue acusado de mentirles aunque no hubiera en Kluj más que 20 gendarmes cuidando a 20,000 judíos, y aunque la frontera con Rumania—en donde para estas fechas (mediados de 1944) ya no mataban judíos debido a la invasión soviética—estuviera a tan solo 5 kilómetros. Fue acusado de hacer esto aunque no viajara con él a Kluj un solo nazi para verificar que cumpliera. Fue acusado de no avisar a los otros 800,000 judíos húngaros de que los nazis los llevarían al matadero, pese a que su organización podía fácilmente hacerlo; pese a que fue el primero en Hungría en tener evidencia contundente de que eso harían los nazis; y pese a que había muy pocos nazis en Hungría, y que, sin la ayuda de Kasztner, el propio Eichmann consideraba el trabajo de exterminar a los judíos húngaros imposible. En resumen, Kasztner fue acusado de asistir la tortura a muerte de 400,000 judíos húngaros en Auschwitz-Birkenau (no fueron 800,000 porque la guerra terminó).

Y precisemos: nadie negó que las vidas de los judíos salvados por Kasztner fueran preciosas; se afirmó que las vidas de los otros cientos de miles también lo eran; se afirmó que la obligación de Kasztner como ser humano—pero aún más como líder, y en especial como cabecilla del Comité Húngaro de Rescate y Ayuda de la Agencia Judía—era advertir a sus correligionarios del peligro y darles una oportunidad. Nadie exigió que Kasztner salvara a todos los 800,000 judíos húngaros; se afirmó que debió advertirles.

En la película vemos a la hija y a las nietas de Kasztner, en entrevista con Gaylen Ross, explicar que su pariente era vanidoso y “quería glorificarse” cual gran salvador, para lo cual se ensalzó en su ‘Reporte Kasztner,’ escrito inmediatamente después de la guerra. Ross se sirve de ese reporte para defenderlo. Y afirma que Greenwald, cuando acusó a Kasztner, no contaba con evidencia alguna. Durante el juicio, empero, sí se presentó evidencia, y Kasztner confesó, refutando con ello su anterior Reporte y avalando las acusaciones de Greenwald. Lo más interesante es que a pesar de esto el gobierno de Israel recurriera el fallo (al siguiente día), implicando que había manera de controvertir lo confesado por Rudolf Kasztner de frente a la evidencia.

Los jueces de la Suprema Corte del Estado Judío decidieron que no—no había manera de controvertir la evidencia y la confesión—. Juntaron entonces sus mentes legales para una controversia distinta, no sobre los hechos sino sobre el significado de una palabra: ‘colaboración.’ Al emerger de su controversia, la mayoría (3 contra 2) expresó que lo hecho por Kasztner no era ‘colaboración.’ Y lo que es más: “ ‘No pueden encontrarse defectos morales en aquel comportamiento [de Kasztner],’ ” como afirmara Shimón Agranat, uno de ellos.[2] O con mayor detalle, en palabras del juez Shlomo Jesin:

“[Kasztner] no le advirtió a la judería húngara del peligro que enfrentaba porque no pensaba que sería útil… ¿Qué sentido tenía decirle a la gente que abordaba los trenes en Kluj, gente perseguida y azotada por el destino, sobre lo que les esperaba al final de su camino…? Kasztner habló en detalle sobre la situación, diciendo: ‘El judío húngaro era una rama que hacía mucho tiempo se había secado ya en el árbol’… Estoy completamente de acuerdo con mi amigo, el juez Agranat, cuando dice que ‘Los judíos de Hungría, incluyendo aquellos en el campo, no eran capaces, física o mentalmente, de llevar a cabo operaciones de resistencia con fuerza contra el programa de deportaciones.’ ” [3]

Los jueces reconocieron los hechos confesados: “[Kasztner] no le advirtió a la judería húngara del peligro que enfrentaba.” El argumento que ofrecieron luego es semántico: en el sentido técnico y enteramente novedoso de los jueces de la Suprema Corte del Estado Judío, no hay ‘colaboración’—ni “defectos morales”—para un judío húngaro que envía a cientos de miles de sus hermanos a Auschwitz, siempre y cuando podamos suponer a los judíos húngaros incapaces “física o mentalmente” de resistir o escapar, pues son como “una rama que hacía mucho tiempo se había secado en el árbol.” (Las ramas secas se cortan.) En el juicio contra Malquiel Greenwald, el procurador general Jaim Cohen había expresado razonamientos idénticos. Estos argumentos, me parece, no pueden proponerse más que sobre la base de un profundo desprecio por los judíos húngaros, un desprecio que aniquila moralmente, y por completo, el valor de sus vidas. Me parecen argumentos refutables. Y me parece que Shmuel Tamir (abogado de Greenwald), Benjamín Hálevi (el juez que empezó a favor de Kasztner y terminó fallando a favor de Greenwald), y el juez de la Suprema Corte Moshe Silverberg (quien votara en contra de la mayoría cuando el gobierno israelí recurrió el caso), los refutaron sin problema, con entereza y lucidez.

En la película de Gaylen Ross prácticamente no figuran los intercambios del ‘Caso Kasztner,’ y los momentos clave donde Kasztner confiesa (salvo su confesión de haber jurado testimonio en Nuremberg para salvar a los exterminadores) están enteramente ausentes. Es una lástima. El pueblo judío—el mundo entero—merece la evidencia que permite evaluar las interpretaciones de Ross. Si su protagonista es un héroe, como afirma ella, su defensa nada debe temer al examen de lo que Kasztner confesó cuando lo confrontaron con la evidencia documentaria y testimonial de sus actos. Pero esto tiene solución. El periodista estadounidense Ben Hecht, testigo presencial en el juicio de Malquiel Greenwald, publicó un libro cuyo contenido—más de la mitad—consiste de extractos textuales de la transcripción del juicio y de otros documentos, incluyendo la evidencia presentada y las conclusiones de los jueces de la Suprema Corte. El libro se llama Perfidy (Perfidia) y está disponible como texto libre en internet (en inglés y en español) y puede también comprarse en librerías. (Es una situación distinta a la que imperó en Israel durante los quince años que siguieron al ‘Caso Kasztner,’ cuando el gobierno prohibió la venta del libro.)

Luego de sus confesiones era obvio que el gobierno debía abrir un juicio contra Kasztner. Muchos expresaron esa imperativa. El periodista Moshe Keren, antes un partidario de Kasztner, ahora escribió en Haaretz, uno de los diarios más importantes, que “ ‘Kasztner debe ser traído a juicio como colaborador nazi. Y en este juicio, Kasztner deberá defenderse como ciudadano privado, y no ser defendido por el gobierno de Israel.’ ” Yedioth Ahronoth, el mayor periódico en lengua hebrea publicado en Israel, escribió: “ ‘Si Kasztner es traído a juicio, el gobierno entero se enfrenta a un colapso nacional y político total, como resultado de lo que ese juicio pudiera revelar.’ ” [4]

Pero no hubo tal juicio. Poco después del fallo del juez Hálevi, Tamir, el abogado de Greenwald, “advirtió en público que Kasztner ahora corría peligro e insistió que fuera protegido día y noche.” [5] Tamir tenía razón: Kasztner fue asesinado antes de que pudiera ser juzgado—antes de que las revelaciones de sus actividades pudieran causar ese “colapso nacional y político total” para los gobernantes de Israel—. El presunto asesino, un anterior agente de la Shin Bet, la policía secreta, es entrevistado largo y tendido por Gaylen Ross, y dice cosas interesantes sobre la posible responsabilidad del gobierno en el asesinato.

Nota al pie: Jaim Cohen, el procurador general de justicia, fue luego ascendido—por los mismos gobernantes que lo enviaron contra Greenwald—a sentarse de por vida en la Suprema Corte israelí.

Hay quienes piensan que la colaboración de algunos judíos en el asesinato de la judería europea es un tema demasiado doloroso—mejor ‘dejarlo por la paz’—. Lo doloroso, pienso yo, es la tortura a muerte de entre 5 y 6 millones de judíos europeos, un sufrimiento que ninguna crisis de consciencia puede superar, y que nos exige velar por evitar su repetición. No porque se lo debamos a los judíos que murieron sino porque hay judíos que viven y que podrían nuevamente sufrir así. Y porque hay occidentales no judíos que igualmente viven, y que sufrirán como lo hicieron en la Segunda Guerra Mundial si jamás los antisemitas logran impulsar sus metas como en aquel entonces lo hicieron. Evitar una repetición requiere entender las causas, y para eso hay que reconocer los hechos. De lo contrario el “Nunca Jamás” es una frase hueca, más un eslogan repetido para aquietar nuestra consciencia que un compromiso real, un compromiso de acción, con la salud y felicidad del pueblo judío—y del mundo entero—hacia futuro.

Si el examen de la evidencia y de las confesiones de Kasztner—lo que no hace Ross—nos convence de que Kasztner colaboró con los nazis para exterminar a cientos de miles de judíos, entonces tocará preguntar: ¿Qué hacía el gobierno de Israel atacando a Greenwald para defender a Kasztner?

Notas

[1] Weitz (1996, p.9)

[2] Citado en Hecht (1961, p.275)

[3] Citado en Hecht (1961, pp.270-71)

[4] Citado en Hecht (1961, pp.184-85)

[5] Hecht (1961, p.200)

Fuentes citadas

Hecht, B. (1991[1961]). Perfidy. Jerusalem: Gefen.

Weitz, Y. (1996). The Holocaust on Trial: The Impact of the Kasztner and Eichmann Trials on Israeli Society. Israel Studies, 1(2), 1-26.