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ORLY COHEN PARA ENLACE JUDÍO

Si tan solo pudiéramos meternos en la cabeza, en los pensamientos y sentimientos de los demás ¿no serían increíblemente asombrosas las relaciones que cultivaríamos con nuestro prójimo?
Seríamos totalmente empáticos con nuestros semejantes y entenderíamos por lo que están pasando o viviendo. Sabríamos por qué actúan de tal o cual manera.

Esto lo digo porque la mayoría de las veces juzgamos los actos y comportamientos de nuestros semejantes, sin detenernos a reflexionar la razón de su acto. Es muy doloroso escuchar cómo castigamos, tachamos o señalamos a alguien, cuando se conduce de una manera con la cual nosotros no estamos de acuerdo, pero no sólo eso; creemos que tenemos la verdad en nuestras manos y decimos con la mayor desfachatez: “Pero en qué está pensando, cómo se atrevió a hacer eso, demuestra gran debilidad lo que hace”, o emitimos cualquier clase de juicio que a nuestros ojos es lo que se “debería” hacer.

Esto se puede aplicar a cualquier área o circunstancia de la vida pero específicamente quiero ejemplificar con un tema que siempre me ha llamado la atención, quizá porque lo viví y también porque tuve y tengo muchas amigas en la situación que describiré a continuación.
Una mujer que ha pasado de los 30 años, que tiene una licenciatura, que trabaja, que tiene amigos y una vida llena, PERO (y ahí viene el dilema) que no ha encontrado a la persona indicada para compartir su vida… vaya, a un hombre para vivir en pareja, y a los ojos de los juzgadores “no se ha conformado con lo que le llega”.

He escuchado un sinfín de juicios que hacen personas ajenas o de propios familiares y gente cercana, que diezma y desgarra, muchas veces, la dignidad de estas mujeres.
“Pero qué pasa contigo, por qué no te has casado”. – Como si lo supiera. Es la pregunta más insensible y vacía.

“Se te va a ir el tren, ya tienes treinta y tantos y siguen creyendo que llegará tu príncipe azul”. – ¿Si te llegó a ti, por qué no habría de llegarme a mi?

“Vamos, confórmate, no existe el hombre perfecto”. –Nadie es perfecto, pero por lo menos que sea compatible con mi forma de pensar y de vivir.

“Sal con este muchacho, sí, te lleva algunos añitos pero es mejor que quedarte sola”.
– Quince años no son “algunos añitos”, no te quieres casar con tu abuelo.

“Estoy de acuerdo contigo…no está tan guapo ni tan flaco, pero tiene dinero y puedes formar una familia”.
– ¿Te creen tan superficial que lo único que buscas es que tenga dinero? Y claro que es importante el físico, serás tú quien viva con él y será el padre de tus hijos.

Estos son algunos ejemplos de las frases que lastiman, hieren y que nos hace vernos como mujeres que no merecemos ser felices, porque “la felicidad no existe y menos después de los treinta”.

Bueno, pues malas noticias para todos aquellos que piensan así: ¡La felicidad SÍ existe y después de los treinta llega con doble dotación!

Una mujer que se casa después de los treinta, sabe ya lo que quiere y aprecia mucho más al hombre que tiene, a la vez es mucho más apreciada, si es que ese hombre es maduro, pues ve a una mujer, no a una muñeca maleable, y sabe que será la mejor compañera de su vida.

Lo único que sugiero con este artículo y lo que me gustaría cambiar es que la gente que juzga, se ponga un poquito “en los zapatos del otro”, sea empática, tenga una percepción más amplia de lo que le da su mente y que no comiencen con sus típicas frases de conformismo porque lo único que lograrán es empeorar la situación interna de esa mujer, que de por sí ya vive presionada por una sociedad castigadora y que muchas veces se cree la falacia de que no encontrará “al indicado”.

Si lo que desean es ayudar hay dos opciones:

1.No se metan, no juzguen, no hablen sin saber por lo que esa persona está pasando.
2.Brinden consejos sabios, pensando en la persona específica a la que se lo están dando. No es una chava soltera de las tantas que hay. Esa mujer tiene nombre, intereses, gustos. Cuando hablen con ella, si la conocen, piensen exclusivamente en ella. Si no la conocen regresen a la opción número 1.