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MAURICIO MESCHOULAM/EDUCACIONCONTRACORRIENTE.ORG

Hasta el momento de este escrito, no hay elementos para afirmar o negar que el lamentable incidente de la Torre Pemex haya sido un atentado terrorista. El gran problema es que ya nos encontramos en un estado de predisposición tal, que cualquier situación nos parece creíble. Y eso no es gratuito. Las investigaciones que muchos de nosotros hemos efectuado indican que nuestra sociedad se encuentra psicológicamente muy afectada por el estado de violencia que vivimos.

De modo que esta explosión, las muertes, los heridos y la conmoción generada, no acontecen en el vacío. Precisamente por eso, es necesario efectuar algunas clarificaciones.

El terrorismo no es cualquier clase de violencia o cualquier violencia de alto impacto, sino una categoría específica de la misma.

Lo que distingue a un acto terrorista es que en éste, la violencia funciona como vehículo para incidir en la psique colectiva con el propósito de alcanzar determinadas metas, normalmente políticas. El target del atentado no es exclusivamente la víctima o víctimas del mismo, sino las amplias audiencias que lo atestiguan directa o indirectamente. Un ataque terrorista se lleva a cabo para que a través de la violencia y el terror que ésta genera, una sociedad se vea compelida a alterar su conducta, sus actitudes o sus opiniones al respecto de determinado tema. Es por ello que la mayor parte de actos terroristas son reivindicados después de transcurrido cierto tiempo del evento.

El objetivo es primeramente enfocar la atención de los medios y la sociedad en el incidente violento y simultanea o posteriormente, posicionar un mensaje que conlleve determinadas demandas y/o reivindicaciones, normalmente políticas, englobadas en la identidad de los perpetradores. Es conocido en la literatura sobre el tema, que en muchas ocasiones el grupo que emplea esta clase de estrategias violentas, lo hace entre otras cosas para darse a conocer. Es común que tras cierto ataque, mucha gente comience a indagar acerca del grupo perpetrador, acerca de sus metas o fines. De este modo, la agrupación se hace de seguidores de los llamados “suaves”, es decir, aquellos quienes pudiendo no estar de acuerdo con los medios, sí coinciden en las metas del grupo en cuestión.

Por todos esos factores, en caso de que el suceso en la torre Pemex se tratase de un atentado terrorista, lo normal sería que los autores salieran a la luz y cuando menos, intentasen relacionar el evento con sus metas o sus demandas. Esto, hasta el momento en que escribo, no ha sucedido.

Si el evento, por otra parte, consistiera exclusivamente en sabotaje como tal, no estaríamos hablando de terrorismo sino de otra clase de violencia, o acto criminal. La diferencia, en esencia, es el destinatario. En un acto de sabotaje o represalia, la finalidad es efectuar un daño en contra de la planta, instalación, u organización atacada, por alguna motivación específica en contra de la misma o sus dueños. Por contraste, en un acto terrorista ese sabotaje es empleado únicamente como un instrumento o vehículo para transmitir terror al verdadero target del ataque: una determinada sociedad en su conjunto. Es decir, si este fuese un crimen premeditado, sería indispensable ubicar con precisión los móviles del atacante antes de definir si se trata o no de terrorismo.

La necesidad de efectuar estas clarificaciones no es meramente lingüística. El determinar si este es un suceso accidental, o si se trata específicamente de un atentado terrorista puede tener implicaciones legales y políticas de suma importancia, incluso a nivel internacional. Por otra parte, a pesar de todo el pánico y estrés colectivo que un incidente de esta naturaleza pueda provocar en la sociedad, nunca es lo mismo si se trata de un terrible accidente, que si fuese un evento premeditado y provocado por alguien con fines de aterrorizar a la población. En éste último caso, todos comenzamos a sentirnos víctimas potenciales del acto y la afectación es aún mayor.

Por todo lo anterior, es indispensable ejercer paciencia y suma prudencia en el análisis de lo sucedido. Igualmente necesario es ofrecer a la ciudadanía respuestas confiables lo más pronto que sea posible para evitar que se comience a llenar el vacío producido con los no pocos temores que padecemos. Esto último -el miedo colectivo- no es ya una opinión, lamentablemente. Me pregunto si lo estamos entendiendo.