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Tel Alviv (Israel), Budapest (Hungría), Barcelona, Sevilla, La Puebla del Río. Ese ha sido, a grandes saltos, el periplo vital de la creadora Rinat Izhak. Una artista multidisciplinar, palabra en boga que, en su caso, resulta ser el mejor traje para vestir una creación que navega entre la instalación participativa, la performance, los ambientes y la serena adustez de la tinta china, entre otros casi infinitos recursos. Con el proyecto La plaza de las palomas la recién llegada Rinat se metió a la ciudad en el bolsillo. Por ella se mueve en bicicleta mientras que su imaginación viaja aún más rápido centrifugando ideas para hacer del arte un instrumento con el que compartir vida y experiencia con los ciudadanos del mundo.

-Nada de pintar líneas y puntos. Usted es una auténtica ‘creadora social’…

-Quiero comunicarme con el público. Sí. Lo afirmo sin ninguna duda. La gente le tomó cierto miedo o respeto al arte, y quiero que eso deje de ser así. Mi inspiración es la gente por eso me parece algo absolutamente normal crear pensando en comunicar.

-Tiene una biografía intensa y errática. No la contemplo en Sevilla por mucho tiempo…

-¿Ah, no?_Pues llevo aquí ya cinco años. Y creo que este es mi sitio, mi lugar en el mundo. Siento que aquí tengo algo que no sé lo que es… Tiene que ser algo muy grande que me inspira tanto…

-Usted se formó como arquitecta en Israel. ¿No le tira más diseñar oficinas en Tel Aviv?

-De ninguna manera. Mis estudios de arquitectura fueron como una máscara de cara a mis padres. Pero yo todo aquel conocimiento lo vuelco en el arte, en la creación libre. Por azares del destino obtuve una residencia en La Puebla del Río, donde me facilitaron un pequeño y acogedor estudio a la vera del río. Y_ahí fue donde descubrí el Guadalquivir. Me enamoré de él. Y ese idilio, en buena medida, me mantiene aquí, a su lado. Empecé a pintarlo y a redescubrírselo a un pueblo que me reconoció vivir demasiado de espaldas a él.

Luego vinieron las palomas de la Plaza de España y media Sevilla le envió fotos familiares…

-¿Sabe que nunca había visto palomas blancas? Imagínese cuando contemplé tantas juntas y descubrí el pasado y la significación de este lugar. Pensé que sería hermoso contar la historia de Sevilla a partir de las fotos familiares de decenas de generaciones. Y el proyecto sigue viguente en www.laplazadelaspalomas.es.

Buena parte de su trabajo no tiene un valor económico tangible. ¿Vive del arte o ya lo ha dejado por imposible?

-Es difícil, muy difícil. Me parece una aspiración honesta, y por eso busco la ayuda de alguna galería. Porque actualmente lo hago todo. Ideo el trabajo, luego salgo a venderlo, a captar patrocinadores, apoyos, etc, etc… Funciono como una pequeña empresa. Pero creo tanto en lo que hago que saco fuerzas para sacar adelante casi todo lo que me propongo. También cuento con la suerte de algunas compañías privadas que han mostrado su interés en mi obra y me han arropado.

-¿Y cómo se tasa un álbum fotográfico o un taller de origami?

-Muchos de mis trabajos no son comercialmente rentables, lo sé. Pero sinceramente me gusta pensar que lo que queda de algunas de mis obras sea la experiencia. Que el público esté conmigo, participe de la creación, la sienta como suya y se le lleve consigo.

-¿Todas las técnicas le son válidas para comunicar?

-Sí, habitúo a reunir todos los recursos que puedo. Pintura, instalación, teatro, música… No soy performer pero podría serlo. Tomo todos los ingredientes que preciso para expresarme. Solamente me siento algo más despegada de la creación digital, pero no descarto recurrir a ella en el futuro si creo que puede encajar en alguna historia que quiera contar.

-¿Siendo israelí se ve en la obligación de excusarse más de la cuenta por el conflicto que mantiene su país?

-Creo que lo que hago habla por sí mismo como para tener que detallar nada. Ahí tiene por ejemplo la serie Mi mensaje por la paz. Tengo amigos de todas las culturas y yo mismo reconozco en mí una gran huella árabe.